martes, 17 de febrero de 2009

Reflexiones sobre la construccion del Proyecto Nacional (III Parte)

Después de la crisis económico-financiera internacional que está degenerando en una verdadera depresión internacional, puede llegar a nacer “un nuevo capitalismo” asentado fundamentalmente en la innovación tecnológica, la regulación de la banca y el comercio y nuevos organismos internacionales direccionados hacia la producción.

Por el Arq. José Marcelino García Rozado

Internacionalmente resolver la presente crisis requerirá fundamentalmente creatividad y agresividad por parte de los líderes mundiales empeñados en que esta no se convierta en una verdadera “depresión” con todo lo que éste tipo de situación puede depararle al mundo globalizado. Para nuestra Patria, y asimismo para la región y el subcontinente esta requerirá específicamente mucha complementariedad, solidaridad entre países y naciones, y de fuertes liderazgos en las dirigencias políticas todo ello sumado a la creatividad –hoy totalmente extraviada-, mucho tesón y una dosis muy importante de agresividad en las medidas a llevar adelante por el conjunto o la mayor cantidad posible de naciones sudamericanas.

Las lecciones emanadas de anteriores crisis internacionales durante el siglo XX es que en la enorme mayoría de los casos los gobiernos y sus gobernantes “pecaron” por excesivamente prudentes –o pacatos e irresolutos en muchos casos- y en muchas oportunidades a descorchar festejando mucho antes de lo aconsejable, o sea cuando aún se estaba en etapa de recuperación y no para iniciar fiesta alguna.

Argentina tiene una muy rica historia de fiestas iniciadas cuando aún estábamos enfermos, festejos desmedidos ante simples crecimientos y carnavales y comparsas armadas para intentar tapar desmanejos profundos o para ocultar situaciones verdaderamente críticas, por dirigencias desaprensivas y gobernantes soberbios y por lo general muy autistas ante las realidades. Así como críticos serios aclaran que “el error de los EEUU durante la Depresión del 29 y la de Japón en los 90 fue que hubo demasiadas marchas y contramarchas” –Timothy Geithner, actual secretario del Tesoro de Obama-, nuestra historia está verdaderamente jalonada por la constante de las marchas y contramarchas llevadas adelante ante cada cambio de administración, o en muchos casos ante el recambio de simples Ministros en la totalidad de las áreas de gobierno.

Hoy vemos como emulando al Japón de los 90, nuestra administración anuncia “medidas de estímulo mientras implementa recortes de gasto público y aumenta impuestos, presionando sobre la capacidad de consumo del pueblo”, y así como Franklin D. Roosevelt derrumbó todo lo logrado con el New Deal por coquetear con la disciplina fiscal en medio de la recuperación obtenida por las medidas keynesianas, algo muy parecido podría decirse del propio Geithner el pasado año cuando erró el cálculo que produciría en los mercados la quiebra de Lehman Brothers, al ser uno de los principales funcionarios de la Reserva Federal.

David Leonhardt –en The New York Times- pontifica “cuando los gobiernos se deciden a utilizar los enormes recursos que tienen a su disposición, históricamente han reflotado la economía. Hacen trabajar a la gente, al dinero y a la maquinaria ociosa, hasta que el sector privado decide utilizarlos nuevamente. Todo indica que la receta desarrollada hace casi un siglo por John Maynard Keynes funciona”. Lo que éste inteligentemente indica es que Keynes proponía no sólo la intervención del Estado y la mayor ocupación posible de mano de obra como “motor” de la recuperación del consumo y por ende la recuperación de la economía –estímulos- y el rescate de la actividad crediticia y financiera, sino que aquel abordaba ítems hoy poco abordados por las administraciones, tales como el “cómo” y el “qué” una vez restablecido el ritmo de aquella, factores quizás más importantes que la misma recuperación.

Las consecuencias de la tasa de crecimiento nacional y regional, subcontinental y global no son en absoluto abstractas, ya que un crecimiento lento suele empeorar casi todos los problemas, mientras uno rápido y vigoroso ayuda a resolverlos, y como bien dice Paul Romer –Stanford University- las alternativas que determinan la tasa de crecimiento de un país, o una región, “empequeñecen todos los otros temas de política económica”. Y como la historia nos demuestra permanentemente, el crecimiento y el desarrollo con justicia social es la única vía que tiene todo gobierno para pagar sus deudas de un modo relativamente rápido e indoloro, ya que al aumentar los ingresos fiscales sin aumentar la presión fiscal a los pueblos se obtienen los recursos necesarios para hacer frente a aquellos pagos de la deuda.

Luego de la crisis del 2001, el crecimiento obtenido por la administración Duhalde-Lavagna que se sostuvo hasta el 2006 en parámetros del 8% anual logró superar la problemática presente que indicaba que la deuda del Gobierno Nacional, sumada a la de las Provincias superaba ampliamente el 200% del PBI, y más allá de la reprogramación y las quitas aplicadas, aquella se redujo a la mitad, y posteriormente volvió a crecer, incluso con los maquillajes sobre las estadísticas. Y así como los EEUU de la posguerra de mitad del siglo pasado y el rápido crecimiento de los 50 y 60 -4% anual- sirvió para reducir la deuda del 120% del PBI al terminar la contienda, diferenciándose de los actuales y fundados temores de que la actual economía estadounidense logre crecer lo suficiente para volver a cancelar las deudas generadas por la administración Bush y las nuevas producto del rescate aplicado para superar la crisis económica financiera de principios del actual siglo; se está generando un nuevo dilema a ser resuelto tanto por la nueva administración Obama, como por la de las futuras administraciones latinoamericanas y mundiales.

La casi totalidad de los economistas expertos en crecimiento predicen que la economía, producto del actual rumbo y de su actual composición, crecerá más lento en los próximos 20 años que en los últimos 20, por lo que será mucho más difícil y lenta la recuperación estadounidense y global. La gran pregunta a realizarse es ¿de dónde provendrán los recursos genuinos y nuevos de crecimiento? Y otra mucho más importante aún, y casi in abordada por la enorme mayoría de aquellos, que es ¿y el desarrollo sostenido, genuino y equitativo?

Lo que el mundo –y EEUU- debe tener claro es que ni Wall Street solucionará los problemas económicos, ni lo hará Detroit y la industria automotriz, obviamente; tampoco Sillicon Valley y la informática, al menos no por sí solo. Antes del estallido de la burbuja inmobiliaria –iniciadora de la crisis financiera que degeneró en económica- las enormes y desproporcionadas ganancias en “productividad” resultantes del boom tecnológico de los 90 del siglo pasado –burbuja informática- se iban agotando irremediablemente, sugiriéndonos que Internet no podría alimentar décadas –ni años quizás- de crecimiento económico tal como durante el siglo XIX y XX lo hicieran los inventos industriales. El crecimiento de estos primeros años del tercer milenio es el más lento desde la década del 30 del siglo XX.

Así, por primera vez en casi 60 años, el epicentro del desarrollo del pueblo argentino no podrá ubicarse fuera de la educación, la inclusión social, el pleno empleo con salarios dignos, la salud asentada en la prevención, y el derecho primario a una vivienda en propiedad, austera pero que sirva para dignificar a su tenedor. Mientras los pueblos desarrollados buscan encontrar el epicentro de la economía en la política, dilucidando como superar la etapa de sacar la economía de la crisis inmediata, para poner a aquella en un camino realmente sustentable, para lograr un crecimiento veloz, de alcance generalizado y sin el beneficio aparente y traicionero de una “burbuja”, nosotros y los pueblos en desarrollo debemos incorporar la utopía popular del ascenso social –justicia social-, la soberanía política, y la independencia económica.

La actual Doctrina Rahm –por el Jefe de Gabinete de Barak Hussein Obama- de que “una crisis grave nunca debe desaprovecharse… es una oportunidad de hacer cosas que antes no se podían hacer”, no es otra cosa que una usual “maniobra política”, ya que todo aquello que integraba la “agenda” antes del derrumbe económico, financiero y comercial debe ahora conectarse con los planes preexistentes. Aquellos líderes y pueblos que descubran lo implícito en esta Doctrina y sepan asumir que lo postergado largamente, por ser de largo plazo o aliento, ahora pasan a ser inmediatas y deben ser abordadas con urgencia.

La educación y la salud deben ser encaradas prioritariamente, justamente ahora por el hecho de que la economía está sumergida en su peor recesión, en una generación bien puede permitirle a los Gobiernos hacer frente a los problemas que vienen empeorando desde hace ya muchos años, y en nuestro caso específico desde la segunda mitad del siglo pasado, tras el derrocamiento del gobierno constitucional peronista. Esa y no otra es la “esencia” de la Doctrina Rahm.

En “Auge y decadencia de las Naciones” Mancur Olson -1982- desarrolla la versión académica y premonitoria de la Doctrina Rahm, al explicar como las sociedades ricas y estables tienden a meterse en problemas, siendo hoy un trabajo sorprendentemente útil para la actual crisis. Olson explica sabiamente, como los países ricos y exitosos generan grupos de presión que acumulando más y más influencia con el correr del tiempo, terminan por ser lobbies tan poderosos que obtienen “favores” de Gobiernos, en forma de leyes específicas, regulaciones o desregulaciones a través de funcionarios “amistosos”

Dichos “favores” les permiten beneficiarse a expensas de los pueblos, y no conformes con llevarse la parte más grande de la torta de la economía, lo hacen de una manera tan grosera que terminan por “evitar” que la torta crezca como lo debería hacer normalmente; “barreras”, “aranceles”, “desregulaciones” económicas, financieras y comerciales son los ejemplos más clásicos. Favorecen a los fabricantes locales –por lo general obsoletos, caros y atrasados tecnológicamente- a costa de millones de consumidores obligados a pagar precios exorbitantes por productos obsoletos o desactualizados.

Países como Alemania y Japón –al reconstruir sus economías desvastadas en la guerra- lograron “barrer” dichos grupos de presión como consecuencia de la “derrota”, y como explica Frank Levy –economista del MIT- “en una crisis, existe la oportunidad de reacomodar las cosas, porque el statu quo estalla por los aires”, y es así que encontramos que Olson descubre que los países que “perdieron” la guerra no resurgieron a pesar de la crisis, sino que resurgieron debido a la crisis.

Paralelismos, aunque no exactos, bastante claros; el predominio estadounidense largamente consolidado generó lobbies que redujeron la eficiencia y acumularon ingresos; constructores y agentes inmobiliarios pugnaron por “subsidios” para las viviendas, enriqueciendo a muchos de ellos pero generando una artificial burbuja, de precios inflados. Asimismo, médicos, empresas de medicina y laboratorios medicinales convencieron al Gobierno Federal ha solventar costosísimos tratamientos de dudosa eficacia, generando un excelente negocio y justificando que sea EEUU el país que más gasta, de lejos, en medicina pero sin verdaderos beneficios populares.

En éstos y tantos otros casos, los “sectores influyentes” gestionaron y obtuvieron medidas que los beneficiaron perjudicando a los pueblos. Nuestro país –y la región Mercosur y Sudamérica- no escapan a estas mismas presiones ejercidas por grupos de presión internos o de multinacionales que pretenden protecciones, barreras, aranceles o desregulaciones de todo tipo y forma, comerciales, económicas y financieras, pero siempre en beneficio propio y desatendiendo las necesidades y las prioridades de nuestros pueblos.

Y si a estas las acompañamos de políticas nacionales de protección hacia los sectores de los “empresarios amigos del poder” –en muchos casos socios y testaferros- nos encontraremos con cócteles sumamente explosivos y perniciosos, que terminan por condenar a los sectores más humildes y excluidos de nuestros pueblos.

Así como Wall Street utilizó un colosal “apalancamiento” para generar crecimientos desmedidos, acá hubo durante los 90 grupos económicos que se quedaron con enormes porciones de la “torta” empresaria utilizando este mismo método, y así como WS llegó a ganar durante 2006/8 el 27% de las utilidades corporativas de EEUU frente al 15 de los 70 y 80, aquí esos grupos desfinanciaron empresas sanas y productivas y ambos –nacionales y estadounidenses- utilizaron esas descomunales ganancias en la compra de influencia política, logrando que los reguladores estadounidenses no hicieran las preguntas debidas, logrando muchos de ellos jugosos trabajos en Wall Street; mientras que aquí sus émulos vaciaron empresas, las quebraron o en el mejor de los casos las devolvieron desfinanciadas a los acreedores nacionales –bancos y financieras- con los consiguientes perjuicios económicos y populares.

Allí y aquí, en la bonanza, la voluntad política de rechazar estas prácticas y medidas simplemente no existe; pero la crisis modifica la dinámica y se torna en oportunidad de hacer aquellas cosas que antes “no se podían hacer”, o en muchos casos no se querían llevar a cabo.

Los Gobiernos deben desempeñar un papel único en regular, controlar y determinar el tipo de inversiones, los sistemas crediticios y financieros del sector privado y productivo y asimismo encarar un papel revolucionario en la realización de las inversiones estratégicas por dos razones fundamentales, la primera y primordial porque algunas reportan beneficios sociales, y la segunda es que el sector privado tiende a eludir la investigación e inversión en infraestructura. Actividades como el transporte público, la reducción de la contaminación ambiental, la asistencia a la niñez y la ancianidad, la salud, la educación son inversiones que reportan beneficios sociales muy importantes aunque no necesariamente económicos, y el sector privado simplemente no se hace cargo de ellas.

Muchas inversiones si bien generan enormes utilidades, en ellas sólo una parte de aquellas van a parar al inversor original, y por ello, el sector privado no quiere participar, es por ello que muchos economistas aseveran que el sector privado tiende o gastar menos, o no gastar, en investigación e inversión de lo ideal desde el punto de vista económico. Fueron los Gobiernos y los Estados, quienes históricamente, se hicieron cargo de estos vacíos, ayudando a crear nuevas industrias con sus inversiones. El crecimiento económico, y fundamentalmente el “desarrollo” tienen muchas causas, incluidas la demografía y algunas fuerzas que los economistas admiten no entender; por lo que la inversión pública tiene uno de los más claros y mejores historiales en cuanto al aumento del crecimiento y a la consolidación del desarrollo.

Con el peronismo, el Estado ofreció asistencia para desarrollar YPF, YCF, Flota Fluvial y la Flota de Ultramar, Área Material Córdoba, INTA, INTI, las Cajas Previsionales, las Universidades Obreras y las Escuelas Técnicas, estas y muchas otras acciones gubernamentales acarrearon beneficios y crecimientos sociales, los créditos hipotecarios a tasas preferenciales, y los créditos agrícolas, así como la salud pública, la creación de laboratorios medicinales universitarios y estatales, la educación gratuita crearon una generación de graduados universitarios y de técnicos industriales y agropecuarios imprescindibles para el crecimiento en la escala social del pueblo y para el desarrollo nacional.

El desarrollo de Vialidad Nacional mejoró la productividad de la economía en su conjunto; y los desarrollos del Ministerio de Defensa y las empresas militares permitieron que el país encabezara con amplitud el desarrollo tecnológico en la América Latina. El más reciente ejemplo de cómo la injerencia de las investigaciones militares contribuyeron al desarrollo global es el llevado a cabo por el Departamento de Defensa de EEUU en la Internet, que dio origen a AOL, Google y el resto, donde el boom de Internet de fines de los 90 fue el único período duradero en que la economía estadounidense creció al 4% en los últimos 40 años; generando asimismo el único momento en que los ingresos de la clase media y baja crecieron a un ritmo saludable.

“El crecimiento no garantiza una mejora en el nivel de vida de todos, pero es innegable que ayuda” –aclara David Leonhardt- y la experiencia nacional nos complementa aquella máxima, llevándonos a afirmar que “el crecimiento obtenido si no deviene en desarrollo, termina por agotarse en sí mismo y acaba por retrasar el crecimiento y el desarrollo social del pueblo”. Aún así, la idea de que el Estado debe jugar un papel muy abarcativo en promover el crecimiento económico, solía sonar exagerada para el pensamiento de una mayoría de economistas, pero los efectos de la crisis han minado aquellas creencias y la contracción del crédito y la profundización de la recesión terminaron por cambiar el foco de discusión , tanto en EEUU como en la enorme mayoría de las naciones, y hoy el Estado constituye una de las pocas entidades capaces de endeudarse a una tasa de interés baja, y puede además reunir el capital que transformará a la economía de las maneras fundamentales que describió Olson.

“Esta recesión es un problema económico grave. Es una crisis; pero en un momento en que hay millones de desempleados, en que el gobierno federal puede endeudarse en el largo plazo a menos del 3% y en que enfrentamos problemas fiscales de largo plazo, es también una gran oportunidad para hacer inversiones en el futuro del país, postergadas por mucho tiempo” –Larry Summers-, sin duda este pensamiento del equipo de Obama, enfrentados ante una acuciante agenda de cuestiones económicas nos tiene que despertar de nuestro propio letargo, e indicarnos que quizás a llegado el tiempo de iniciar nosotros también el camino del desarrollo basados en el “Proyecto Nacional”.

Iniciar la titánica tarea de poner fin al atraso tecnológico y productivo, consolidando la unidad sudamericana encarando seriamente la complementariedad intranacional y subcontinental, sea quizás el camino de realizar la Revolución inconclusa legada por el General Perón, y los prohombres de la etapa emancipativa subcontinental. Arrancar con una agenda que inspirará la oposición de una delantera letal de sectores influyentes –y retardatarios por antonomasia- es iniciar un camino jalonado de sacrificios y quizás penurias, pero que nos deparará un futuro promisorio y que se encuadre en aquella máxima expresada por aquel ex Presidente de este siglo XXI de que “estamos condenados al éxito”.

Esto mismo sucedió internacionalmente en la época del New Deal y en las postrimerías de la Segunda Guerra, donde no se lograron temas importantes, y nacionalmente en los períodos peronistas del 50 y 70, sin embargo, los éxitos de esos años –la seguridad social, el desarrollo tecnológico, las inversiones en infraestructura y otras iniciativas- dejaron una fuerte impronta en la cultura mundial y nacional.

Cuando el Pueblo se lance a reformular las reglas para la economía puede llegar a nacer “un nuevo capitalismo” asentado fundamentalmente en la innovación tecnológica, la regulación de la banca y el comercio y nuevos organismos nacionales, regionales e internacionales direccionados hacia la producción, pasando de un programa de dependencia a otro de independencia y soberanía. Las consecuencias de dichos cambios no son solamente los obvios; dichos cambios envían señales, pueden influir en millones de decisiones individuales –sobre los colegios a los que asisten sus hijos, los empleos que eligen, la cobertura médica que solicitan, etc.- y, en ese proceso, reformar la política, que es en definitiva la que rige la vida de los pueblos, dejando de lado el pensamiento simplista de que es la economía la que nos rige y condiciona.

Cuando el pueblo argentino dejó de preocuparse por la “educación” y las mejoras educativas alcanzadas se desaceleraron o se retrajeron, resultaron años de crecimiento más lento, cuando no de retroceso y de mayor desigualdad. Educación, innovación tecnológica aplicada a la producción y política, es la trilogía en que basar el nuevo modelo de Proyecto Nacional.

Buenos Aires, 17 de Febrero de 2009.
Arq. José Marcelino García Rozado
Secretario General Mesa Político Sindical José Ignacio Rucci.

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