domingo, 5 de agosto de 2012

La cuestión de fondo es: ¿kirchnerismo o peronismo?

La pretensión del kirchnerismo de ser la continuación superadora del peronismo, es decir, un peronismo “ampliado y corregido”, hace necesario puntualizar las bases conceptuales o ideológicas, aun filosóficas, de ambas corrientes políticas.

Por Juan Gabriel Labaké

El kirchnerismo se reconoce a sí mismo como progresista, izquierdista o centro-izquierdista. Es decir, adopta, como línea divisoria y centro de gravedad de la política, el esquema teórico de derecha/izquierda, nacido en laboratorios intelectuales europeos. Y dentro de ese esquema, los kirchneristas gustan colocarse a la izquierda, aunque, por lo que vemos desde 2003, de izquierdistas tienen poco o lo disimulan muy bien.

Mientras que, para Perón, la ideología no puede ser impuesta a un pueblo nacional desde una “vanguardia iluminada”. Para el fundador del peronismo, como lo he remarcado muchas veces en mis escritos, la ideología es un producto natural que surge de los sentimientos, los anhelos, las necesidades y las tradiciones de un pueblo nacional. La función del político o del ideólogo se reduce a interpretar correctamente y exponer en forma organizada y coherente aquellos sentimientos, anhelos, necesidades y tradiciones. En definitiva, las verdaderas elites, los auténticos conductores de pueblos, no son creadores de ideologías, sino simples compiladores de lo preexistente en el corazón y en la mente de esos pueblos. Las que pretenden crear ideologías son  las vanguardias que se creen iluminadas. Esa manía nació en el siglo XVIII, justamente con el llamado Iluminismo (o Ilustración) francés, y luego europeo.

Por ello mismo, entre las ideologías librescas, nacidas del esquema derecha/izquierda,  y una ideología nacional y popular (en nuestro caso, peronista) hay diferencias sustanciales que delimitan, a su vez, las distintas escalas de valores que abrazan ambos grupos.

Nadie duda de que la finalidad última de la acción política es la búsqueda del bien común. Me refiero a la concepción humanista y no a las  teorías “neutras”, o más propiamente amorales, de la política. Para estas últimas, la política es sólo la búsqueda, la acumulación y, en definitiva, el uso discrecional y abusivo del poder, por el poder mismo.

Al respecto, es notorio que las enseñanzas de Carl Schmitt sobre la voluntad omnímoda del gobernante como única explicación y fuente del poder (y no la ley), hayan sido adoptadas casi sin excepción por toda la izquierda del mundo, marxista declarada o no: desde Karl Marx, León Trosky y Antonio Gramsci, hasta Gianni Vatimo, Slavoj Zizek, Ernesto Laclau, Chantal Muffe… y los Kirchner. Todos. Los reales y los falsificados.

Si el objetivo de la política es la búsqueda del bien común, necesariamente y en forma especial en las sociedades modernas, el meollo de la cuestión será lograr justicia para los sectores postergados, excluidos y/o dominados.

En ese punto coincide la izquierda auténtica con el peronismo, al menos teóricamente, aún cuando la primera es una construcción intelectual, libresca y extranjera (europea), y el segundo constituye una ideología nacional por excelencia, nacida del pueblo argentino.

Las diferencias de fondo entre la izquierda auténtica y el peronismo no se refieren, pues, a la búsqueda de justicia para los postergados (cuestión en la cual, insisto, coinciden) sino en la metodología que emplean para lograr ese objetivo, y en el valor central que, para el peronismo y no para la izquierda, tiene en esa batalla el poder y la unidad de la Nación o, más precisamente, del pueblo nacional.

Por todo lo dicho, un gobierno izquierdista se transforma, natural y quizás inadvertidamente, en una experiencia elitista más, en la cual, una vanguardia que se cree iluminada termina siendo el verdugo de su propio pueblo y su opresor desembozado, cuando éste “no entiende” el modelo “progresista” que le ofrece la vanguardia.

Y ello, al margen de experiencias izquierdistas falsificadas, como el kirchnerismo, en las que un barniz seudo ideológico apenas si alcanza a disimular el afán desenfrenado de poder y riquezas del grupo dominante.

Proletarios del mundo uníos

Esa proclama de Marx expresa, en  realidad, su desprecio por la Nación como ámbito  mayor de pertenencia y desarrollo integral, primario e insustituible, de cada pueblo que merezca ese nombre, es decir de cada pueblo nacional.

Expresa, también, la creencia de que una ideología de laboratorio como la suya es la salvación para los desposeídos, olvidando y menoscabando así la enorme influencia  que tiene, en todo proceso de liberación popular, la simultánea liberación nacional, que incluye en forma indispensable el control nacional de los resortes de la economía.

Digamos, de paso, que Marx y todos sus descendientes políticos menoscaban hasta hacer desaparecer la importancia central de la familia como primer e insustituible ámbito de pertenencia y desarrollo (también de formación) de los seres humanos, es decir, de los pueblos. De ahí que el experimento soviético exigiera, en su primera  etapa (la más ortodoxamente marxista), la entrega de los niños al Estado, para que éste los educara…

De ahí, también, la ligereza con que las izquierdas modernas transforman el matrimonio en simples uniones civiles “de género” (que tienen legítimo derecho a existir, pero que pueden confundirse con el matrimonio procreador y educador), y permiten la adopción de chicos de la más tierna edad por parte de parejas homosexuales. En otras palabras, para todas las izquierdas, la familia no existe como el único e insoslayable ámbito de creación, formación y desarrollo de las personas humanas, de los pueblos.

El “proletarios del mundo uníos” oculta, a su vez, la cruda realidad de los designios de las naciones poderosas por dominar en todos los campos (político, económico, cultural y, si se da el caso, militar) a las más débiles, y arrebatarles sus riquezas.

Disimula, finalmente, el complejo de superioridad que invade a Europa y EE. UU. (la Europa de este lado del Atlántico) respecto del resto del mundo.

Sólo así se explica la aparente contradicción de que Marx, mientras proclamaba su “proletarios del mundo uníos”, aprobaba con entusiasmo la invasión franco-austríaca a México para imponerle un rey europeo… porque con ello se aceleraba el tránsito de los mexicanos al capitalismo, y de ahí al comunismo.

De todo ello se deduce que el internacionalismo de Marx, que han heredado sin excepción todos sus seguidores (aún las actuales “viudas de Marx”, como los eurocomunistas al estilo de Vattimo y Laclau, o de Tony Negri y Michael Hardt), les impide ver el verdadero fondo de la lucha por la liberación de los oprimidos y  postergados. Con mayor razón, dicho internacionalismo dogmático y libresco les oculta el único camino de liberación, que nace en la unidad del pueblo nacional.

He ahí la diferencia sustancial, de fondo, entre peronismo o ideología nacional y popular, por un lado, y la izquierda (aún la auténtica) por el otro lado.
Lo más alarmante es que los propios peronistas…

Entre la violencia y el diálogo

La otra diferencia notoria, esta vez en el campo de la praxis, es la creencia izquierdista de que la política es, siempre y fundamentalmente, confrontación sino lucha abierta, comúnmente a matar o morir y sin cuartel.

Aun los más moderados izquierdistas, como las citadas “viudas de Marx” y sus imitadores (auténticos o a sueldo) de Carta Abierta, adhieren a ese tabú de la violencia como única y deseable partera de la historia. Y el kirchnerismo, si algo tiene de izquierdista en serio, es su amor por la destrucción de sus “enemigos”. Me refiero a sus enemigos personales, los que pueden y pretenden disputarles el poder, sea donde fuere, incluso en las urnas. El kirchnerismo, más que izquierdista es, en realidad, una máquina de acumular poder y riquezas, y por eso trata de destruir a sus enemigos.

Vale recordar que los romanos, hace ya dos mil años, supieron distinguir a los  “hostis” (los enemigos de Roma, del pueblo nacional, diríamos hoy), de los simples “inimicus” (los enemigos personales). Contra los primeros, la ley ordenaba la guerra abierta. Sobre los segundos, la ley nada establecía, pues eran asuntos personales, no públicos.

Carl Schmitt, al fundamentar su tesis sobre la disyuntiva política básica de “amigo/enemigo”, cita la distinción de los romanos entre “hostis” e “inimicus”.
El kirchnerismo, no sólo ignora tal distinción, sino que hace al revés: si un “hostis” es amigo personal, cómplice o testaferro suyo, es bueno; mientras que un “inimicus” de Cristina, aunque sea un patriota benefactor del pueblo, es y será siempre destituyente… y destituido.

Frente a esa vocación por la violencia o confrontación permanente, el peronismo levanta su doctrina de la Comunidad Organizada, que, en forma simple y resumida, significa:

a)- Reconocer que hay una mayoría de la población postergada y aun dominada, que tiene derecho a elevarse a la altura de la dignidad de toda persona humana.
b)- Para ello, el peronismo impulsa la unidad de los sectores postergados y su agrupamiento en las llamadas organizaciones libres del pueblo, cuyo arquetipo y principal instrumento de acción son los sindicatos de trabajadores.
c)- De ahí la insistencia de Perón y de sus genuinos discípulos en la necesidad de que haya una sola CGT, unida y fuerte.
d)- Lograda la organización del pueblo en esas instituciones libres, el peronismo propugna la creación de ámbitos de diálogo, y aún de confrontación civilizada de los intereses en pugna, entre las partes interesadas (trabajadores y empresarios, en este caso), con la participación del Estado como gerente del bien común y protector de la parte más débil.

De modo que, insisto, el peronismo no niega ni oculta la puja de intereses “de clase” en la sociedad, sino que trata de resolverla, hasta donde se pueda, a través del diálogo, dejando las medidas de fuerza como la huelga como última instancia ante situaciones  extremas.

Entre dicha doctrina de la Comunidad Organizada y la violencia como partera única y deseable de la historia hay un abismo, que, junto con su irremediable internacionalismo, separa a la izquierda del peronismo.

Eso explica, por otro lado, la fobia abierta y declarada que tiene la izquierda en general contra Perón, el creador de tal ideología y su posterior conductor, y contra el gremialismo peronista que, no por casualidad, el propio Perón llamó “la columna vertebral” de su creación política.

Llevada por esa mentalidad, hoy la presidente almuerza y rinde alegremente homenaje a cualquier multinacional (sea la minera Barrick, o la Ford estadounidense), mientras hace esfuerzos suicidas por destruir a la CGT.
No es casualidad.

Tampoco es casual que la presidente alabe teatralmente a Evita (a una Evita “trasvestida” en izquierdista por la magia del relato kirchnerista) y, de paso, use su figura, mientras denigra a Perón o “lo supera”… cada vez que tiene un micrófono a mano y una claque condescendiente y pagada.

A Evita la necesita como icono femenino, como antecesora suya de fantasía… porque a Rosa Luxemburgo nadie la conoce en estas tierras criollas: no sirve para “trasvestirla” en kirchnerista.

Violencia e internacionalismo: otro humanismo

Es necesario remarcar que la violencia (hoy llamada, más prolija y tímidamente, confrontación), elevada a la categoría de partera indispensable y deseable de la historia, no es una  simple cuestión de método, sino que pasa a formar parte esencial del cuerpo doctrinario del marxismo y de sus seguidores modernos. Los trabajos de Laclau y Muffe, en Europa, así como los de Ricardo Forster, Eduardo González y otros voceros y representantes de Carta Abierta, entre nosotros, así lo demuestra.
De modo que el internacionalismo y la violencia (confrontación) como método único, o al menos preferido, son dos rasgos centrales e inseparables de todos los marxismos, de todas las izquierdas que merezcan ese nombre en forma auténtica, aún del kirchnerismo que no pasa de ser una izquierda de utilería.

De la misma manera, la liberación nacional (que incluye el  control nacional de los resortes económicos) y la metodología del diálogo (que facilita la unidad nacional) inscripta en la doctrina de la Comunidad Organizada, forman parte indisoluble de la ideología peronista.

Como se puede comprobar, las diferencias entre izquierda y peronismo son sustanciales y demuestran claramente que ambas propuesta políticas responden a humanismos distintos, a diferentes concepciones del hombre y de la sociedad.

Podemos coincidir con la izquierda en algunas tareas concretas y puntuales. Jamás  podremos confundir una ideología, una propuesta global, con la otra.

Por ello llama la atención que peronistas de la primera hora, o al menos formados en las enseñanzas simples y claras de Perón, hoy se proclamen peronistas y kirchneristas, o peronistas-kirchneristas.

Más información www.politicaydesarrollo.com.ar

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