jueves, 21 de julio de 2016

LOS AMORES DE CRISTINA


Quien en la Argentina no esté en conocimiento de las aventuras adúlteras de Cristina Fernández de Kirchner es porque se trata de un despistado o de un pavo de la cámpora que cree que esta es una monja de clausura. 

Desde el primer día en la Casa Rosada cuando era la primera dama, ya el periodista Castro la descubrió por sus deslices cameros con Augusto Alasino en sus años mozos de senadora. 

Eso lo confirma cualquier compañero de bancada de esa época. No sólo él era un compañero de sábanas, otro conocido era el actor Brandoni. Esa bravuconada le costó la vida al pobre Castro al que suicidaron, seguramente como años después a un desobediente fiscal. 
Larga ha sido la lista de socios sexuales de la pervertida, intendentes, secretarios de Estado, pilotos presidenciales, ministros de economía, vicepresidentes, han pasado por sus aposentos en distintas épocas.

Cuando un periodista le preguntó cuál era su relación con la Presidenta, Jorge Capitanich se aflojó el nudo de la corbata como si le faltara el aire.
“Somos buenos amigos… A veces compartimos un mate, se sonrojó el gobernador de la provincia de Chaco. El reportero no entendía por qué el interpelado actuaba como un adolescente pillado en falta. “Yo sólo quería averiguar el grado de afinidad política que había entre los dos. No tenía idea de los rumores que circulaban en torno a Capitanich y a Cristina Kirchner”, contó, cuando ya había metido la pata a fondo.

Franco Lindner hace referencia a esta anécdota en ‘Los Amores de Cristina’, un libro que tiene como protagonista a la mujer más poderosa de la Argentina y de comparsas a algunos de los rostros más conocidos de la arena política. 

“Es la primera investigación periodística que se interna en el mundo menos explorado de la Presidenta: el de sus pasiones”, indica la contratapa del libro, con un guiño de picardía.

Durante los festejos patrios del 25 de mayo del 2011, una mujer con el cabello revuelto avanzó profiriendo insultos al escenario desde donde Jorge Capitanich y su invitada, Cristina Kirchner, presidían la ceremonia. Los custodios no lograron detenerla. La esposa del gobernador, Sandra Mendoza se acercó a la Presidenta y estuvo un buen rato susurrándole al oído quien sabe qué cosas, para el espanto de la concurrencia. La huésped de honor se quedó hecha una estatua por el resto del acto. “Mendoza estaba enferma de celos. Tres días antes del escándalo, su esposo había regresado de Nueva York donde junto con la jefa del Gobierno había estado participando en la Cumbre de la ONU”, cuenta Lindner, jefe de la sección de Política Nacional de la revista Noticia. Uno de los custodios sorprendió al gobernador entrando en horas de la noche al Four Seasons, el hotel donde se hospedaba Cristina. El entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), Miguel Ángel Toma, ni siquiera tomó nota del reporte. No era su tarea inmiscuirse en la vida privada de la señora. Pero de algún modo, el episodio llegó a los oídos de Mendoza, quien ya sospechaba de que su marido y la inquilina de la Casa Rosada compartían algo más que las infusiones de mate.

Jóvenes y ambiciosos

En la introducción a su libro, Lindner describe a la presidenta de los argentinos como “la mujer que se rodea de ambiciosos y a menudo jóvenes funcionarios que parecen salidos de un casting de modelos”.
El que mejor responde a dicha caracterización es el actual vicepresidente de la nación, Amado Boudou. En el 2008, un año después de asumir su primer mandato presidencial, Cristina lo puso al frente del Ministerio de Economía pese a las objeciones de su esposo Néstor Kirchner, quien dudaba de la idoneidad del “francesito”, aficionado a la música electrónica y a las motos de alta gama.

Kirchner supuso, con mucho acierto, que el carilindo economista había seducido a su esposa con la juvenil desfachatez de sus 45 años. “Lo que pasa es que estás celoso”, sentenció la presidenta, dando por zanjado el asunto.

Dos años más tarde, los moradores del River View, un edificio ubicado en el exclusivo barrio de Puerto Madero, hallaron que el inmueble había sido invadido por un contingente de taciturnos muchachones que se empeñaban, sin éxito, en pasar desapercibidos. 

“No eran los custodios habituales de Amado Boudou. Estos otros pertenecían al dispositivo de seguridad de la presidenta. Los vecinos nos preguntamos qué haría Cristina a esas horas, en el apartamento del ministro”, contó Sandra, una residente, al autor del libro.

La jefa del gobierno se apoyaba cada vez más en su ministro de Economía, no solo en el sentido figurativo de la palabra. En septiembre del 2009, uno de los empresarios que asistían a la ceremonia de concesión de créditos a las pymes en la Casa Rosada , tomó una foto en que la anfitriona aparecía con la cabeza recostada en el hombro de Boudou. 

“Parecía relajada y ajena a lo que ocurría a su alrededor. Por respeto a la presidenta no mostré la foto a nadie”, contó el empresario a Franco Lindner. 

Probablemente, a estas horas Cristina Kirchner se sienta arrepentida de haber designado a Aimé, como lo apodan sus amigos, como su número dos para las elecciones del 23 de septiembre del 2011. Poco después de que Boudou ocupara el cargo de vicepresidente, el Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE) registró una conversación suya con un grupo de íntimos, en la que proclamó, textualmente: “¡Qué fea es Cristina sin maquillaje!”.

El ‘videíto’ llegó a manos de Máximo Kirchner quien irrumpió hecho una furia en el despacho de su madre. “¿Cómo vas a permitir que ese guitarrista te basuree?”, exclamó ante la mirada atónita de la presidenta y de uno de sus asesores, allí presente.

Era demasiado tarde para apartar de su cargo a quien le había clavado un puñal en lo más profundo de su orgullo femenino.
Pero a partir de entonces, cuenta el autor, Cristina Kirchner nunca volvió a recostar su cabeza en el hombro de Amado Boudou.

"PENSAR EN NACION"


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