Como enseñaba Don Nicolás Avellaneda, nuestros políticos opositores deberían aprender –y comprender- que “Nada hay en la Nación, superior a la Nación misma”.
Por Enrique A. Escobar Cello
El ‘marxista/narcisista’ -como lo llama Andrés Oppenheimer, y nosotros podríamos agregarle ‘prestamista’- gobernante de Venezuela ha sufrido un duro revés en las elecciones del domingo último. Perdió en las cinco zonas más populosas y ricas de su país.
Esto es; el sentido común de la ya escuálida clase media de Venezuela se ha impuesto al patético populismo marxistoide que este personaje pretendía imponer en la hermana Venezuela, captando el 45% de los votos y apropiándose de la mayoría en los cinco distritos electorales, cualitativamente más importantes de esa República.
Un ominoso llamado de atención para este sujeto, que consideraba que, de prepo y a lo guapo, se iba a llevar toda una nación por delante. ¡Se viene el agua, Chavito!
Esta es una lección de prioridades que nuestra oposición debería de tener muy en cuenta.
Como enseñaba Don Nicolás Avellaneda, y nuestros políticos opositores deberían aprender –y comprender- : “Nada hay en la Nación, superior a la Nación misma”.
Nuestra tan dispersa –y por lo tanto, electoralmente inexistente- oposición tiene el deber de comprender que lo que está en juego es el futuro mismo de nuestra Patria. No se trata de candidaturas, ideologías y/o proyectos, se trata de la Nación y sus calidades institucionales.
El programa para un solo período de gobierno de coalición nacional, o como sea que se lo llamara, puede ser la coincidencia en el estricto cumplimiento de nuestra Constitución (con la sola excepción de su reforma, única y exclusivamente para volver al original sistema del Colegio Electoral, lo que garantizará el retorno a las fuentes federales y será un futuro freno a todo intento de hegemonía populista).
Ese sólo período de estricto cumplimiento de las reglas del libre juego de las instituciones y de las libertades que nos garantiza nuestra Constitución, servirá para restablecer nuestra calidad institucional, y el desarrollo económico, en paz, con orden y juridicidad.
Este proyecto no necesita de presidentes ‘fuertes’, al contrario, lo ideal sería un presidente ‘débil’ con un Congreso ‘fuerte’ y una justicia autónoma y libre de influencias, que vigilen celosamente el estricto cumplimiento de lo que nos ordena nuestra Carta Magna. Luego de este período de cuatro años. Nuestra sociedad estará en condiciones de elegir al candidato que mejor le parezca, dentro del variopinto conceptual e ideológico que hoy ofrece las oposición, sumados por supuesto el actual oficialismo.
El párrafo precedente da por sentado que se ganarían las elecciones del 2011, porque así es: Se ganarían. Y debiéramos de comenzar con este proyecto, como lo hizo Venezuela, con las del año entrante.
De la encrucijada en que está nuestra Nación no se saldrá con varias candidaturas y algún ‘favorito’ -por usar la jerga turfística- que después se ve frustrado por el Lavagna de turno que diversifica los votos y le ‘escupe’ el asado, favoreciendo una vez más al populismo, hoy hegemónico. Se saldrá con el consenso mayoritario del patriotismo las voluntades de renunciamiento (¡por solamente cuatro años!) de nuestros políticos, el olvido de orejeras ideológicas y, por supuesto, la postergación de lamentables y patéticas aspiraciones personales.
Nuestros políticos deben sentarse y consensuar con patriotismo y renunciamiento. ¿Puede ser tan difícil ponerse de acuerdo en torno a la Constitución Nacional, su severo cumplimiento, y el retorno a la calidad de las instituciones republicanas y a un auténtico federalismo? Los afiliados a los diferentes partidos de oposición deberían exigirle a sus dirigentes que adopten esta postura.
Acá no está en juego que sean candidatos, Macri, Carrió, Cobos, Solá, Rodríguez Saa, etcétera, para perder –seguramente- pero ‘meter’ algunos diputados, algún intendente y, si la suerte acompaña mucho, hasta algún senador nacional, para después, cuando se juegan las libertades de nuestros ciudadanos, de poco o nada servir a la Nación.
Se trata de lo dicho por Avellaneda: Primero, la Nación.
Nadie está soñando con reeditar una Unión Democrática, uno de los más groseros errores políticos del siglo pasado. Por el contrario, se piensa en positivo.
Se piensa en ganar para reconstruir, las bases mismas de nuestra República, recobrar nuestra seguridad personal, nuestra soberanía, el respeto de las naciones del mundo y la liberación de este destino de pobreza, temor, dependencia y esta nauseabunda corrupción que nos asfixia.
Argentina Posible
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