Pocos días transcurren sin que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anuncie nuevas medidas fuertes que espera sirvan para mantener a raya una crisis internacional que, para desesperación de muchos, sigue agravándose.
Por James Neilson
El país aún no se había recuperado del desconcierto que fue provocado por lo que de aprobarse sería el blanqueo más eficaz y, a juicio de sus muchos críticos, más perverso de la historia nacional y una moratoria impositiva igualmente comprensiva cuando, ayer no más, la presidenta se propuso abrir líneas de crédito por más de 13.000 millones de pesos -aproximadamente 3.800 millones de dólares- para que los productores sigan produciendo y los consumidores consumiendo. Una semana antes, Cristina prometió gastar la friolera de 71.000 millones de pesos en obras públicas, pero parece que se dio cuenta de que no bastarían como para ahorrarnos una recesión. ¿Y mañana? No sorprendería que la presidenta -la que de súbito se ha puesto a hablar como si fuera una extraterrestre- decidiera que para que nos deje en paz "el mundo" que, según ella, "de repente apareció" y "nos complica la vida", será necesario un nuevo paquete aún más abultado que los ya previstos.
Con la excepción parcial del actual presidente de Estados Unidos, todos los mandatarios del planeta están culpando al "mundo" por lo que está ocurriendo. Es su forma de afirmar que ellos mismos manejaban a la perfección la economía local hasta que una gavilla de banqueros norteamericanos codiciosos, más sus amigos de otros países, se las arreglaron para arrebatarles los frutos de años de gestión magistral. Es un relato lindo, pero por desgracia el asunto es mucho menos sencillo de lo que por motivos políticos evidentes los gobernantes dan a entender. Por cierto, los banqueros no eran los únicos que estaban convencidos de que el boom internacional iba a durar para siempre y que por lo tanto no tendrían que preocuparse por respetar las aburridas reglas tradicionales de su oficio. Muchos gobiernos, entre ellos el encabezado por Néstor Kirchner primero y luego por su mujer, eran tan optimistas, y tan miopes, como cualquier "amo del universo" de Wall Street y actuaron en consecuencia.
Hace más de ochenta años, el aristócrata británico John Maynard Keynes enseñó al mundo que en los años flacos, cuando el sistema financiero capitalista experimenta uno de sus periódicos espasmos contráctiles, le corresponde al sector público encargarse de repartir dinero para que la "economía real" pueda seguir funcionando vigorosamente. Merced a la recomendación así supuesta, Keynes es el economista favorito de casi todos los políticos del planeta, pero sucede que sólo algunos están en condiciones de aplicar el remedio que aconsejó. Mal que les pese, los que no cuentan con recursos suficientes o con una moneda tan fuerte que en caso de emergencia puedan imprimir billetes sin exponerse en seguida al riesgo de desatar una marejada inflacionaria, no tienen otra alternativa que la de acatar las severas reglas pre-keynesianas.
Pues bien: ¿dispone Cristina de los 13.000 millones, 20.000 millones o lo que sea con los que quiere impulsar la economía nacional? ¿Podrá gastar tanta plata sin que el país recaiga una vez más en la hiperinflación? En vista de lo que ha sucedido en el pasado no muy lejano, es legítimo sentir cierto escepticismo ante el torrente de anuncios estimulantes que está saliendo a borbotones de la Casa Rosada. ¿No estará dando órdenes Cristina a ejércitos financieros inexistentes?
Lo mismo que George W. Bush, Nicolas Sarkozy, George Brown, José Luis Rodríguez Zapatero y compañía, Cristina está procurando persuadir a sus compatriotas que su gobierno está dispuesto a hacer todo cuanto sea necesario para impedir que la economía se derrumbe, pero a diferencia de ellos no cuenta con recursos presuntamente adecuados. Por lo demás, pocos confían en la capacidad del gobierno para enfrentar con éxito las dificultades que nos aguardan. Ya antes de declararse la crisis mundial, el "modelo" con el que está comprometida manifestaba síntomas de agotamiento. Puesto que no le sería posible continuar duplicando el gasto público cada dos años, hace varios meses se preveía que pronto tendría que emprender un ajuste. Desde entonces, el panorama se ha hecho llamativamente más oscuro, al reducirse de golpe el consumo, frenarse la recaudación de impuestos y caer abruptamente los ingresos posibilitados por la exportación de soja y trigo.
El de Cristina no es el único gobierno que se haya puesto a improvisar como loco. También lo están haciendo otros en América Latina, los europeos, los asiáticos y el estadounidense. Pero mientras que en el resto del mundo los presidentes y primeros ministros se ven respaldados por equipos de asesores capaces de advertirles acerca de las posibles consecuencias negativas de sus iniciativas, aquí todo depende de la voluntad de una sola persona, Néstor Kirchner, que se ha hecho notoria por su resistencia a prestar atención a las opiniones ajenas. Por lo tanto, aquí el riesgo de que el gobierno cometa errores tremendos es decididamente mayor que en otras partes. Puede que el marido de Cristina sea el genio multifacético que, según ella, Barack Obama en efecto se ha propuesto procurar emular, pero aun así sería mejor que no estuviera a solas en la cabina de mando al entrar el país en una zona de turbulencia extrema.
Hasta ahora, los esfuerzos del gobierno por preparar el "modelo" para enfrentar la avalancha económica que le viene encima no han servido para difundir confianza. Por el contrario, la impresión que han brindado es que los Kirchner son presas del pánico, de ahí el intento de congraciarse con el Club de París tirándole dinero y de reabrir las negociaciones con los reacios a perder toda esperanza de recuperar el dinero que les debió el país antes del default, la apropiación de los fondos de jubilación privados, la propuesta de un blanqueo de capitales asombrosamente liberal y la enésima moratoria impositiva además del "plan de contingencia" que acaba de presentar Cristina. La condena a muerte de las AFJP aparte, las medidas anunciadas aún no han salido del plano meramente verbal para convertirse en realidades. Hay quienes sospechan que no lo harán nunca. Si están en lo cierto, "el mundo" -o sea, el fin repentino de una etapa que nos fue insólitamente favorable- no tardará en complicarle la vida a una pareja que, si bien logró aprovechar los buenos tiempos, lo hizo a costa de dejar al país sin defensas en los malos.
Río Negro
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