Mientras que en el resto del planeta los bien pensantes felicitan al flamante Presidente norteamericano por no parecerse a George W. Bush, Cristina dice admirarlo porque en su opinión se parece mucho a Néstor Kirchner.
Por James Neilson
Por razones profesionales comprensibles, todo político propende a subrayar la importancia de sus propios logros, sean estos auténticos o meramente imaginarios, y a minimizar los eventuales fracasos pero, a menos que se trate de un dictador de la talla de Stalin o Hitler, no le conviene exagerar. Si un mandatario democrático se aleja demasiado de la realidad, se verá convertido en un hazmerreír. Aunque la mayoría entiende muy bien esta regla desagradable, a veces la realidad es tan cruel que algunos prefieren arriesgarse formulando declaraciones ridículas e intentando convencer a la gente de que un error garrafal fue en verdad un acierto genial. Será por eso por lo que últimamente la Presidente Cristina Fernández de Kirchner busca refugio cada vez más en su propio relato a pesar de que, fuera de su círculo áulico, nadie lo toma en serio.
Para ella, y para sus fieles en la Cancillería, la foto en que apareció apegada al dictador emérito caribeño Fidel Castro fue más que suficiente como para justificar una visita a Cuba que resultó ser cómicamente inoportuna, ya que coincidió con la inauguración de la gestión presidencial en los Estados Unidos de la gran esperanza del planeta, Barack Obama. Igualmente inapropiada fue su posterior reunión en Caracas con Hugo Chávez, el putativo sucesor del comandante en el papel de caudillo antiyanqui latinoamericano. De haberse tomado la foto treinta años atrás, sí hubiera servido para impresionar a los amigos progresistas de Cristina, pero estamos en el 2009 y los únicos que hoy en día reverencian a los Castro son los que sienten nostalgia por las fantasías revolucionarias de su juventud ya lejana y están resueltos a pasar por alto todo cuanto sobrevino después del triunfo barbudo.
Con frecuencia, Cristina se queja del “mundo” que, para su indignación, dejó de comportarse como es debido hace medio año. Puesto que no lo cree a su altura, ha decidido reemplazarlo por otro, uno en que Fidel Castro, cuyo régimen superó cómodamente a los de Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet cuando de la violación sistemática de los Derechos Humanos se trata, sigue siendo una figura tremendamente prestigiosa y Chávez es un amigo valiosísimo porque tiene una caja rebosante de petrodólares. ¿Les habló de los Derechos Humanos? Desde luego que no; al fin y al cabo, Fidel no es un dictadorzuelo africano sino un prócer tardío de la emancipación antiimperialista y por lo tanto merece el máximo respeto.
Con todo, a Cristina le ha resultado bastante fácil incorporar el fenómeno Obama a su relato. Mientras que en el resto del planeta los bien pensantes felicitan al flamante Presidente norteamericano por no parecerse a George W. Bush, Cristina dice admirarlo porque en su opinión se parece mucho a Néstor Kirchner. Según ella, tuvieron que pasar “muchas cosas” para que “un joven desgarbado” llegara a la Casa Rosada y para que un afroamericano llegara a la Casa Blanca, dando a entender así que las dificultades que enfrentaban los argentinos de clase media mal vestidos eran plenamente comparables con las barreras que hasta hace apenas un par de generaciones mantenían bien sometidos a los norteamericanos de tez oscura. Además de suponer que Obama se limitó a seguir las huellas de Néstor para trepar al puesto electivo más encumbrado de su país, Cristina ha adquirido la costumbre de insinuar que el actual “hombre más poderoso del mundo” basa su política económica en la kirchnerista ya que, a diferencia de Bush, se ha enterado de la importancia “del trabajo y la economía real”. Huelga decir que Obama dista de ser el único mandatario extranjero que haya quedado encandilado por el modelo argentino: según Cristina, “lo que sostenemos desde 2003 son las medidas que se están aplicando en todo el mundo”.
De ser así, en su opinión el futuro del resto del planeta está asegurado; conforme a la versión oficial, gracias a la sabiduría de Néstor, la Argentina es virtualmente inmune a los choques que están devastando a países peor administrados, es decir, a casi todos, de suerte que si estos aprenden de la experiencia kirchnerista, ellos también podrán recuperar el brío perdido.
Acaba de informarnos el INDEC que la crisis internacional apenas ha incidido en la marcha ascendente de la economía argentina, puesto que después de un breve tropiezo en noviembre del año pasado se reanudó la expansión para que en 2008 el producto bruto fue 7,1 por ciento mayor del de doce meses antes y, para más señas, la desocupación cayó abruptamente. ¿Una tasa de crecimiento china? Para nada; según el INDEC, la Argentina ya ha dejado atrás al gigante asiático cuyas autoridades tuvieron que resignarse a difundir números mucho menos emocionantes que los confeccionados por sus homólogas criollas. Puesto que en China las estadísticas oficiales no son de fiar porque se basan en informes escritos por burócratas deseosos de complacer a sus jefes anunciando aumentos productivos fabulosos, los hay que creen que pronto entrará en recesión, lo que sería una pésima noticia para aquellos países que dependen de la exportación de commodities como la soja, pero parecería que tales detalles no obligarán al Gobierno a pensar en un “plan B” porque el “plan A” está funcionando a la perfección.
Aunque se ha hablado mucho del desplome del “poder blando” de los Estados Unidos, el embelesamiento que tantos dirigentes políticos, periodistas, académicos e intelectuales sienten por Obama, la competencia que se ha desatado para ver cuáles reciban primero una invitación a charlar con él aunque sólo sea por teléfono con la ayuda de un intérprete, y el impacto contundente del derrumbe financiero que se inició en Wall-Street, nos dicen que sería prematuro pronunciar las exequias del imperio.
Lo mismo que a tantos otros líderes mundiales, a Cristina le corresponderá ubicarse de mejor manera posible en el universo Obama. Su forma de hacerlo es, por decirlo de algún modo, llamativamente excéntrica. Si bien lo ha piropeado para que sepa que se siente tan entusiasmada como el que más por su aparición inesperada en el centro mismo del escenario mundial, también ha hecho lo posible por vincularse con los enemigos latinoamericanos más notorios de su país. En opinión de algunos exegetas, Cristina está señalándole que podría actuar como mediadora entre el eje cubano-venezolano y Washington, pero lo más probable es que los norteamericanos la consideren un miembro menor de dicho eje. Por lo demás, cuentan con tantos operadores en la región que lo último que necesitan es que la Presidenta argentina se ofrezca para limar las diferencias que separan a Obama de Chávez y los Castro.
Cristina no se equivoca por completo cuando dice que las medidas que están tomándose en “todo el mundo” se asemejan a las aplicadas aquí a partir del 2003. En los Estados Unidos, Europa, Japón y otros países, gobiernos aterrorizados por una convulsión global que los desborda están privilegiando el corto plazo en un esfuerzo frenético por impedir que todo se venga abajo, de ahí aquellos rescates y paquetes de reactivación multibillonarios con los que procuran persuadir a la gente de que “la normalidad” pronto volverá. Sin embargo, mientras que el gobierno argentino no tiene por qué inquietarse por la mitad pobre de la población cuyas penurias suelen pasar desapercibidas por el INDEC, en el mundo desarrollado una caída repentina del nivel de vida de decenas de millones de personas tendría consecuencias políticas y sociales explosivas. Bien que mal, a través de los años la Argentina ha sufrido tantos desastres que está curtida; en América del Norte y, más aún, en Europa occidental, la capacidad de adaptarse a circunstancias imprevistamente malas es con toda seguridad mucho menor.
Por lo pronto, los mandatarios primermundistas han conseguido convencer a sus compatriotas de que entienden lo que está sucediendo y que saben como salir del laberinto en que se sienten atrapados, pero en el Reino Unido, Francia y otros países europeos, muchos ya sospechan que en verdad no tienen la menor idea de lo que habría que hacer para poner fin a la pesadilla. Aquí también el escepticismo tiende a intensificarse, puesto que pocos confían en la capacidad de los Kirchner para pilotear el país en medio de la madre de todas las tormentas económicas. Los empresarios se sienten menos impresionados por las buenas noticias fabricadas por el INDEC que por su propia experiencia que les dice que sus negocios, sin acceso al crédito y sin inversiones adecuadas, tendrán que prepararse para una etapa tal vez prolongada de vacas flacas. La actitud de los sindicalistas es parecida: no creen en la inflación del INDEC, pero aprovecharán la información de que a pesar de los pronósticos de los agoreros, la economía avanza viento en popa para reclamar aumentos salariales abultados, superiores al 20 por ciento. Como advirtió el secretario adjunto de la CGT, Juan Belén, es hora para que los empresarios “metan la mano en el bolso” para encontrar la plata necesaria. Las perspectivas, pues, distan de ser tan promisorias como Cristina quisiera hacer pensar, pero aún así sorprendería que en la próxima reunión del G-20 que se celebrará en Londres a comienzos de abril se privara del gusto de dar instrucciones al resto del mundo sobre lo que hay que hacer para prosperar
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Por razones profesionales comprensibles, todo político propende a subrayar la importancia de sus propios logros, sean estos auténticos o meramente imaginarios, y a minimizar los eventuales fracasos pero, a menos que se trate de un dictador de la talla de Stalin o Hitler, no le conviene exagerar. Si un mandatario democrático se aleja demasiado de la realidad, se verá convertido en un hazmerreír. Aunque la mayoría entiende muy bien esta regla desagradable, a veces la realidad es tan cruel que algunos prefieren arriesgarse formulando declaraciones ridículas e intentando convencer a la gente de que un error garrafal fue en verdad un acierto genial. Será por eso por lo que últimamente la Presidente Cristina Fernández de Kirchner busca refugio cada vez más en su propio relato a pesar de que, fuera de su círculo áulico, nadie lo toma en serio.
Para ella, y para sus fieles en la Cancillería, la foto en que apareció apegada al dictador emérito caribeño Fidel Castro fue más que suficiente como para justificar una visita a Cuba que resultó ser cómicamente inoportuna, ya que coincidió con la inauguración de la gestión presidencial en los Estados Unidos de la gran esperanza del planeta, Barack Obama. Igualmente inapropiada fue su posterior reunión en Caracas con Hugo Chávez, el putativo sucesor del comandante en el papel de caudillo antiyanqui latinoamericano. De haberse tomado la foto treinta años atrás, sí hubiera servido para impresionar a los amigos progresistas de Cristina, pero estamos en el 2009 y los únicos que hoy en día reverencian a los Castro son los que sienten nostalgia por las fantasías revolucionarias de su juventud ya lejana y están resueltos a pasar por alto todo cuanto sobrevino después del triunfo barbudo.
Con frecuencia, Cristina se queja del “mundo” que, para su indignación, dejó de comportarse como es debido hace medio año. Puesto que no lo cree a su altura, ha decidido reemplazarlo por otro, uno en que Fidel Castro, cuyo régimen superó cómodamente a los de Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet cuando de la violación sistemática de los Derechos Humanos se trata, sigue siendo una figura tremendamente prestigiosa y Chávez es un amigo valiosísimo porque tiene una caja rebosante de petrodólares. ¿Les habló de los Derechos Humanos? Desde luego que no; al fin y al cabo, Fidel no es un dictadorzuelo africano sino un prócer tardío de la emancipación antiimperialista y por lo tanto merece el máximo respeto.
Con todo, a Cristina le ha resultado bastante fácil incorporar el fenómeno Obama a su relato. Mientras que en el resto del planeta los bien pensantes felicitan al flamante Presidente norteamericano por no parecerse a George W. Bush, Cristina dice admirarlo porque en su opinión se parece mucho a Néstor Kirchner. Según ella, tuvieron que pasar “muchas cosas” para que “un joven desgarbado” llegara a la Casa Rosada y para que un afroamericano llegara a la Casa Blanca, dando a entender así que las dificultades que enfrentaban los argentinos de clase media mal vestidos eran plenamente comparables con las barreras que hasta hace apenas un par de generaciones mantenían bien sometidos a los norteamericanos de tez oscura. Además de suponer que Obama se limitó a seguir las huellas de Néstor para trepar al puesto electivo más encumbrado de su país, Cristina ha adquirido la costumbre de insinuar que el actual “hombre más poderoso del mundo” basa su política económica en la kirchnerista ya que, a diferencia de Bush, se ha enterado de la importancia “del trabajo y la economía real”. Huelga decir que Obama dista de ser el único mandatario extranjero que haya quedado encandilado por el modelo argentino: según Cristina, “lo que sostenemos desde 2003 son las medidas que se están aplicando en todo el mundo”.
De ser así, en su opinión el futuro del resto del planeta está asegurado; conforme a la versión oficial, gracias a la sabiduría de Néstor, la Argentina es virtualmente inmune a los choques que están devastando a países peor administrados, es decir, a casi todos, de suerte que si estos aprenden de la experiencia kirchnerista, ellos también podrán recuperar el brío perdido.
Acaba de informarnos el INDEC que la crisis internacional apenas ha incidido en la marcha ascendente de la economía argentina, puesto que después de un breve tropiezo en noviembre del año pasado se reanudó la expansión para que en 2008 el producto bruto fue 7,1 por ciento mayor del de doce meses antes y, para más señas, la desocupación cayó abruptamente. ¿Una tasa de crecimiento china? Para nada; según el INDEC, la Argentina ya ha dejado atrás al gigante asiático cuyas autoridades tuvieron que resignarse a difundir números mucho menos emocionantes que los confeccionados por sus homólogas criollas. Puesto que en China las estadísticas oficiales no son de fiar porque se basan en informes escritos por burócratas deseosos de complacer a sus jefes anunciando aumentos productivos fabulosos, los hay que creen que pronto entrará en recesión, lo que sería una pésima noticia para aquellos países que dependen de la exportación de commodities como la soja, pero parecería que tales detalles no obligarán al Gobierno a pensar en un “plan B” porque el “plan A” está funcionando a la perfección.
Aunque se ha hablado mucho del desplome del “poder blando” de los Estados Unidos, el embelesamiento que tantos dirigentes políticos, periodistas, académicos e intelectuales sienten por Obama, la competencia que se ha desatado para ver cuáles reciban primero una invitación a charlar con él aunque sólo sea por teléfono con la ayuda de un intérprete, y el impacto contundente del derrumbe financiero que se inició en Wall-Street, nos dicen que sería prematuro pronunciar las exequias del imperio.
Lo mismo que a tantos otros líderes mundiales, a Cristina le corresponderá ubicarse de mejor manera posible en el universo Obama. Su forma de hacerlo es, por decirlo de algún modo, llamativamente excéntrica. Si bien lo ha piropeado para que sepa que se siente tan entusiasmada como el que más por su aparición inesperada en el centro mismo del escenario mundial, también ha hecho lo posible por vincularse con los enemigos latinoamericanos más notorios de su país. En opinión de algunos exegetas, Cristina está señalándole que podría actuar como mediadora entre el eje cubano-venezolano y Washington, pero lo más probable es que los norteamericanos la consideren un miembro menor de dicho eje. Por lo demás, cuentan con tantos operadores en la región que lo último que necesitan es que la Presidenta argentina se ofrezca para limar las diferencias que separan a Obama de Chávez y los Castro.
Cristina no se equivoca por completo cuando dice que las medidas que están tomándose en “todo el mundo” se asemejan a las aplicadas aquí a partir del 2003. En los Estados Unidos, Europa, Japón y otros países, gobiernos aterrorizados por una convulsión global que los desborda están privilegiando el corto plazo en un esfuerzo frenético por impedir que todo se venga abajo, de ahí aquellos rescates y paquetes de reactivación multibillonarios con los que procuran persuadir a la gente de que “la normalidad” pronto volverá. Sin embargo, mientras que el gobierno argentino no tiene por qué inquietarse por la mitad pobre de la población cuyas penurias suelen pasar desapercibidas por el INDEC, en el mundo desarrollado una caída repentina del nivel de vida de decenas de millones de personas tendría consecuencias políticas y sociales explosivas. Bien que mal, a través de los años la Argentina ha sufrido tantos desastres que está curtida; en América del Norte y, más aún, en Europa occidental, la capacidad de adaptarse a circunstancias imprevistamente malas es con toda seguridad mucho menor.
Por lo pronto, los mandatarios primermundistas han conseguido convencer a sus compatriotas de que entienden lo que está sucediendo y que saben como salir del laberinto en que se sienten atrapados, pero en el Reino Unido, Francia y otros países europeos, muchos ya sospechan que en verdad no tienen la menor idea de lo que habría que hacer para poner fin a la pesadilla. Aquí también el escepticismo tiende a intensificarse, puesto que pocos confían en la capacidad de los Kirchner para pilotear el país en medio de la madre de todas las tormentas económicas. Los empresarios se sienten menos impresionados por las buenas noticias fabricadas por el INDEC que por su propia experiencia que les dice que sus negocios, sin acceso al crédito y sin inversiones adecuadas, tendrán que prepararse para una etapa tal vez prolongada de vacas flacas. La actitud de los sindicalistas es parecida: no creen en la inflación del INDEC, pero aprovecharán la información de que a pesar de los pronósticos de los agoreros, la economía avanza viento en popa para reclamar aumentos salariales abultados, superiores al 20 por ciento. Como advirtió el secretario adjunto de la CGT, Juan Belén, es hora para que los empresarios “metan la mano en el bolso” para encontrar la plata necesaria. Las perspectivas, pues, distan de ser tan promisorias como Cristina quisiera hacer pensar, pero aún así sorprendería que en la próxima reunión del G-20 que se celebrará en Londres a comienzos de abril se privara del gusto de dar instrucciones al resto del mundo sobre lo que hay que hacer para prosperar
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