El título del artículo hace referencia a un modo particular de ejercer el kirchnerato. Entiéndese por kirchnerato una forma de gobierno que consiste en un matrimonio que, valiéndose de todo tipo de artilugios, se apoderan de la primera magistratura de un país…
Por Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz
El título del artículo hace referencia a un modo particular de ejercer el kirchnerato. Entiéndese por kirchnerato una forma de gobierno que consiste en un matrimonio (él y ella) que, valiéndose de todo tipo de artilugios (hasta valijas con petrodólares que no pasan por el escáner de Ezeiza), se apoderan de la primera magistratura de un país, alternándosela cada cuatro años entre uno y otra, y en la cual, mientras uno se exhibe como la cabeza visible del poder, el otro, desde las sombras, cual ventrílocuo o tiritero, maneja los hilos y los discursos del que da la cara.
El kristinismo, a su vez, se distingue por una serie de características:
1. vestir ostentoso y recargado
2. hablar afectado e inconsistente
3. actitudes de desaire generalizado, retrasos y plantones a terceros
En lo que hace al primer punto, esta faz aparece cuando es el integrante femenino del matrimonio el que ejerce efectivamente el poder. En este caso, se trata por todos los medios de no pasar desapercibido ni en el noticiero de la tarde ni entre sus pares a nivel internacional. Para ello, es menester rodearse de un ejército de modistos que confeccionen por lo menos cuatro modelos diferentes para cada “jornada de trabajo” (de martes a jueves), teniendo en cuenta los posibles compromisos y horarios del día en que tendrán lugar y sus adaptaciones (de ser necesario), amén de la vestimenta de “soirée”, ya que no es lo mismo una caminata por el barro de Tartagal, que una cena de gala en el Palacio Real de Madrid, o una inauguración en el Calafate, donde, aunque llueva, será de rigor llevar un sombrero estilo cowboy.
A los modistos se suman los peluqueros, maquilladores, manicuras y asesores de imagen que se esforzarán por dejar a la figura presidencial tan perfecta, como si recién saliera del museo de cera de Mme. Tousseaud, poniendo especial énfasis en que se parezca a un carro gitano cuando, al moverse, las joyas encandilen con su brillo y ensordezcan con su tintineo al interlocutor de turno. (El estilo contrario, el nestorismo, que se aplica al componente masculino del matrimonio, se caracteriza por el desaliño permanente, sacos de traje desabrochados, falta de corbata y mocasines, en lo posible descombinados).
En el kristinismo, el hablar afectado es una obligación. Para ello se echará mano de los neologismos en boga y, de ser posible, se acuñarán nuevos términos, como “presidenta” (con “a” final), que no existan en el diccionario de la lengua. Esto da un toque “exótico” a la jerga ya de por sí ininteligible de la mandataria. Asimismo, los discursos serán rebuscados y grandilocuentes, a fin de conseguir un efecto final de alto impacto en la ignorancia popular. El discurso cotidiano se irá armando a partir de una tablita preconfigurada de términos intercambiables, en lo posible de uso infrecuente y difícil pronunciación, que incluirán y mezclarán, según la ocasión y la audiencia, términos políticos y económicos tales como “socialismo”, “liberalismo”, “neoliberalismo”, “capitalismo”, “coyuntural”, “hegemónico”, “estructural” y un largo etcétera, que mantendrá al equipo de escribientes en permanente creatividad y a la presidenta en un ejercicio de memoria cotidiano que redundará en su salud mental.
Una tercera característica del modo kristinista de ejercer el kirchnerato consiste en el desaire permanente a todos los funcionarios del ámbito político y económico que estén agendados, trátese de altos ejecutivos, políticos importantes o integrantes de la aristocracia y la realeza de cualquier parte del mundo. Esto se concreta dejando plantados a estos personajes por lo menos durante media hora, a fin de que perciban la importancia de la “presidenta” y noten su ausencia mientras llega tarde a una foto grupal, a la vez que ella se asegura los titulares de todos los medios de comunicación del país y tal vez alguno del extranjero, porque lo importante no es que hablen bien o mal de ella, sino que “hablen de ella”. Eso sí: en la muñeca izquierda debe lucir siempre un rolex de oro y brillantes modelo “presidenta”, que atrasa cuando conviene.
En el caso de tratarse de gente de la farándula, en cambio, el manual del perfecto kristinista aconseja recibir a todos los que gocen de la simpatía del anfitrión, tratando de conseguir la mayor cantidad de documentos gráficos para engrosar el álbum familiar que quedará para la posteridad y, de la misma manera, aceitar el acercamiento con el pueblo díscolo. En lo posible se tratará de reinas y reyes de la música pop (especialmente si son rubios naturales o químicos), campeones de deportes “bien” (tenis, rugby) o directores de cine.
De esta manera se comprende que la manera kristinista de ejercer el kirchnerato da por resultado una gestión de gobierno doble k o kk, que es en definitiva lo que estamos experimentado o, para ser más exactos, padeciendo.
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