Son ustedes, ex muchachos y muchachas de los 70, más los agregados, los que dispararon el resorte del odio con su violencia institucional. Son los huevos y las piedras que supieron conseguir.
Por Luis María Bandieri
Néstor Kirchner, empeñado en salvar la Patria y el modelo, es víctima de una conspiración reaccionaria que procura sembrar el caos. Los tétricos conjurados se complacen en protestar con violencia al paso de la "Presidenta Coraje", la "compañera de toda la vida" que el bueno de Néstor puso en el difícil trance de hacer como que gobierna este barullo.
Daniel Scioli, empeñado en salvar la provincia para salvar la Patria y el modelo, es víctima de siniestras bandas chacarero-fascistas que engordan gallinas a maíz a fin de que depongan huevos suficientemente grandes como para sus aviesos propósitos. El diputado Rossi es una notoria víctima santafesina, casi un mártir del modelo por la cantidad de fachohuevos que lleva cabeceados.
Como ya he dicho otras veces, la cuestión es declararse víctima o engrosar el lobby de la víctima. Victimizarse tiene indudables ventajas: la culpa se le transmite íntegramente al victimario y la víctima se rehace de modo automático una virginidad, que le permite tomar desquite a su turno con la conciencia tranquila. La víctima no está sujeta a deberes y, como tal, penetra en una zona de impunidad en donde todas sus réplicas quedan justificadas. Hágase víctima, y todo le estará permitido.
La víctima se presenta como sujeto sufriente de una violencia injusta que no ha provocado. ¿Qué hice yo para merecer este escrache? Cuando se escuchan los discursos lamentosos de las víctimas gubernativas escrachadas hay un texto invisible que nos está diciendo: el escrache sólo corresponde contra los malos oficialmente declarados --los "represores"--. ¿Cómo lo van a utilizar contra nosotros? Quizás ellos mismos lleguen a creer que resultan víctimas de una violencia injusta.
Desconocen que han producido una violencia de situación que lleva a respuestas violentas. Huevazos o pedradas son expresiones violentas y, por ello, indeseables. Pero un político, si pretende serlo, sabe que maneja una materia peligrosa: en todo conflicto político está latente la posibilidad de una derivación hacia la violencia y la escalada consiguiente.
En otras palabras, aunque no tome cuerpo y quede en estado de amenaza, la violencia es inseparable de los conflictos políticos. Entonces, una clase gobernante que reduce los contrapoderes a simulacros, que convierte en comparsas a los legisladores y vigila por medio de comisarios políticos del Consejo de la Magistratura a los jueces que no doblegan suficientemente el espinazo, que se dedica a fabricar bicicletas y licuadoras con los fondos de los jubilados que maneja como administradora de bienes ajenos, que se sirve de la "caja" de los dineros públicos para financiar sus campañas, que cambia a placer las fechas de las elecciones, que fabrica candidaturas testimoniales y eventuales; un elenco cuyos ministros dicen obedecer mandatos de Néstor, el que se sube al helicóptero presidencial para no llegar tarde a los actos, mientras el gobernado Scioli, en plena campaña para diputado virtual, inaugura obras como gobernador, etc., etc., ¿puede asombrarse que vuele algún huevo o que silbe alguna piedra junto a una oreja oficialista? Voy a ponerlo en términos claritos para los ex muchachos y muchachas de los 60 y 70, mis coetáneos: la violencia de arriba provoca la violencia de abajo. Sí, cumpas, aquel mantra del Kama Sutra de la política en el siglo pasado vuelve hoy en clave burguesa agropastoril. Las vueltas que tiene la Historia. Uno, junto con otros recién llegados, quiere dedicarse a los negocios, como continuación de la revolución por otros medios, y le salen con este domingo siete de los huevos y las piedras.
La violencia recíproca abre las puertas del infierno de las rivalidades circulares e incesantes. Son espirales terribles que ya hemos vivido en otras oportunidades. Como decía un poeta, "no fueron forasteras las manos que esto han hecho". Son ustedes, ex muchachos y muchachas de los 70, más los agregados, los que dispararon el resorte del odio con su violencia institucional. Son los huevos y las piedras que supieron conseguir.
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