martes, 28 de julio de 2009

Lo esencial es invisible

La ola polar define a esta primavera dialoguista y mediática donde hay más ruidos que nueces. Y esos fuertes crujidos que se escuchan surgen de los volantazos de muchas actitudes y de las fracturas de alianzas por conveniencia que duraron hasta las elecciones.

Por Alfredo Leuco

La ola polar define a esta primavera dialoguista y mediática donde hay más ruidos que nueces. Y esos fuertes crujidos que se escuchan surgen de los volantazos de muchas actitudes y de las fracturas de alianzas por conveniencia que duraron hasta las elecciones. De todos modos, eso ocurre en la superficie. Ya lo escribió Antoine de Saint-Exupéry: lo esencial es invisible a los ojos. Lo realmente importante ocurre en forma subterránea. Lejos de las cámaras y los micrófonos. Sería una exageración creer que se trata del subsuelo sublevado de la Patria, pero hay un diálogo paralelo, secreto y pragmático entre las principales figuras políticas que es donde se está cocinando el futuro político próximo.

Los acuerdos entre Eduardo Duhalde y Daniel Scioli, por ejemplo, tienen más anclaje con la realidad que los que lleva adelante Florencio Randazzo y sirven para distender el clima crispado que había instalado Néstor Kirchner. Las charlas entre Felipe Solá, Juan Schiaretti y los emisarios de Carlos Reutemann engrosan un bloque parlamentario entre peronistas no kirchneristas que va a dar algunas sorpresas respecto de su número. El rol componedor de Jorge Capitanich, Juan Manuel Urtubey y José Luis Gioja no aparece en las gacetillas oficiales. Hay un yacimiento profundo de negociaciones que se hacen sin el Gobierno, pero no contra el Gobierno. Cualquiera se puede imaginar en qué parte de su cuerpo le dan a Néstor Kirchner estos movimientos autónomos de los que apenas se entera. Está seguro de que la movida es contra él y no sólo sin él. Y la verdad es que algo de razón tiene. Es la lectura que hace el peronismo del mensaje de las urnas.
Hay dos incógnitas pero no tanto frente a esta nueva realidad. ¿Qué harán Kirchner, el gran perdedor, y Reutemann, el gran ganador? Lo de siempre. Revanchismo de parte del patagónico y silencio de parte del santafesino. Un hombre de trato diario con Duhalde confesó que el mejor candidato por ahora es el Lole, pero que sus actitudes siguen siendo indescifrables. “Pide diálogo pero se queda mudo”, dicen con resignación.

El peronismo está en ebullición. En estado de asamblea permanente. Se toman decisiones en minutos, como lo prueba la presencia cordial y optimista del senador José Pampuro al lado de Daniel Scioli, Hugo Biolcati y Mario Llambías en la Rural. Los acontecimientos tienen una dinámica propia que obliga a Kirchner a hacer lo que menos le gusta: correr detrás de la agenda que marcan otros. A las pruebas nos remitimos: Pampuro concurrió a la Rural por invitación de Scioli y sin consultar a Néstor K, a quien no ve desde hace un mes. El denominador común más extendido de estos múltiples encuentros de todos con todos y largas conversaciones telefónicas es asegurar la gobernabilidad de las provincias, defenderse de los inminentes castigos de Néstor que quiere cerrar los grifos de los fondos frescos, mantener lo más lejos posible al mariscal de la derrota sin fustigarlo públicamente y tejer una red de protección para que Cristina culmine su mandato sin sobresaltos y de la mejor manera posible.

Así se explica todo lo que Scioli está haciendo y Kirchner no hace. Herejías impensables hace treinta días.

Para los ojos patagónicos, Scioli se pasó al bando del enemigo. Extraña coincidencia en el diagnóstico con el jefe de los ruralistas bonaerenses, Abel Guerrieri, que festejó eufórico: “Scioli se sumó a nuestro equipo”.

Scioli le dijo a Duhalde que él considera que ésta es la manera de expresar su lealtad y su responsabilidad institucional y –al mismo tiempo– quedarse en la puerta del cementerio en donde casi se entierra con Kirchner. Para Néstor, en cambio, Scioli pasó a ser el último de los traidores de la larga lista que el ex presidente fue fabricando con su incansable voluntad de fracaso.

Los traidores conforman la mayor producción del kirchnerismo. Son el producto de su obsesiva visión conspirativa de la historia. Todos lo quieren perjudicar. Nadie lo quiere ayudar. Primero fueron los periodistas. Salió a comprar medios y periodistas, y algo consiguió. Pero no pudo con todos. “Esto en Santa Cruz no pasaba”, habrá pensado masticando su bronca: “¿O mi plata no vale?”. Los siguientes traidores fueron los del campo. “Oligarcas, golpistas insaciables, piqueteros de la abundancia”, que le llenaron la calle de gente y la urna de votos. Después apareció Cobos. “Saludos a Vandor”, le pintaron los muchachos casi como una amenaza de muerte. Kirchner le hizo y le dijo de todo y lo convirtió en el argentino con mayor imagen positiva y en el primer precandidato a presidente para 2011. Alberto Fernández desertó por el mismo camino. “Trabaja para Clarín. Finalmente es un tibio que fue tesorero de Duhalde y compañero de lista de Elena Cruz y Cavallo”, se habrá justificado Néstor en su intimidad. Le faltaría agregar: “Ahora conspira con Scioli y Duhalde. Hace bien Cristina en no atenderle el teléfono hace un año”. Pero la cosecha de traidores nunca se acaba. Miguel Bonasso, que levantó la tapa de la olla de la Barrick Gold. Sergio Acevedo, que no quiso comprar terrenos regalados en El Calafate y encima miró con lupa los precios de las obras públicas que construía Julio De Vido. Y ahora Daniel Peralta, al que Néstor quiere asfixiar. Si en algún lugar hubo realidades más que actitudes destituyentes fue en Santa Cruz. Nadie que no sea Kirchner la pudo gobernar. Néstor ya se deglutió dos gobernadores y va por el tercero. Para qué hablar de Sergio Massita y Pablo Bruera. “A esos no los quiero ni ver”, suele decir. Sueña con hacer tronar el escarmiento de la mano de dos combatientes revolucionarios: Luis D’Elía y Mario Ishii.

Siempre las culpas están afuera y son ajenas. Nunca hay un espejo o una módica autocrítica. Todos son responsables de la caída del imperio patagónico, hegemónico y hereditario. Menos el caudillo en retirada.

Hay una chicana, convertida en lugar común de la política, que muestra a dos altos funcionarios inaugurando varias cárceles modernas y confortables. Cuando un periodista les pregunta si no es mejor inaugurar escuelas, uno de ellos contesta: “Es que por la escuela ya pasamos”. Dicen que el miedo no es zonzo. Por eso el Gobierno se atrinchera en el Consejo de la Magistratura y se niega rotundamente a hacer hasta el mínimo cambio en su actual composición. La experiencia les dice que las investigaciones por corrupción de los funcionarios se potencian cuando éstos dejan el poder –como Ricardo Jaime– o cuando pierden parte de su poder, como Néstor Kirchner.

El mismísimo ministro de Justicia, Julio Alak, fue obligado por el jefe de la jefa de Estado a dar marcha a atrás con sus declaraciones que, en medio del solcito dialoguista, mostraban cierta predisposición a revisar el tema. Alak pasó por el reto bautismal, esa especie de tarjeta amarilla que Kirchner les saca a los ministros apenas empieza el partido, para que sepan quién manda y se cuiden de cometer una nueva infracción. Los deja siempre al borde de la expulsión. El mensaje fue claro: de la reforma electoral se puede hablar todo lo que quieran, pero el Consejo de la Magistratura se mira y no se toca. ¿Por qué tanta intransigencia en un tema que para el común de los ciudadanos suena formal y lejano?

Porque, junto con la chequera, es la piedra angular del kirchnerismo. Tener el poder de veto para designar o destituir a los jueces es lo que les da impunidad. Metafóricamente, es como si los Kirchner pusieran una pistola sobre la cabeza de los jueces. Por eso es tan importante recuperar el equilibrio que manda la Constitución Nacional dentro del Consejo de la Magistratura. Para lograr de una vez por todas tener un Poder Judicial independiente y prestigioso que sea garantía del Estado de Derecho. El juez, en una democracia republicana, debe sentirse “inmune y no impune”, como dijo el presidente de la Asociación de Magistrados de la Justicia Nacional, Ricardo Recondo.

Todavía hay mucho temor y espanto en la Justicia. Temor, porque todos los días conocen nuevos casos de fuertes presiones sobre los jueces; y espanto, porque se enteran cotidianamente de consejeros que alteran decisiones en los concursos para designar jueces con niveles de arbitrariedad pocas veces vistos. Roberto Lavagna definió la relación del Gobierno con los empresarios como “capitalismo de amigos”. Por ese camino se podría construir un juego de palabras bautizando lo que ocurre hoy como “justicia de amigos”. O recordando aquellas viejas prácticas autoritarias que ordenaban “a los enemigos, ni justicia”.

Ricardo Recondo, ex funcionario de Justicia del gobierno de Raúl Alfonsín, tuvo la espada de Damocles sobre su cabeza durante seis meses. Fue a propósito de una denuncia por un tema menor que era claramente improcedente. Pero por decisión de los kirchneristas del Consejo demoraron el caso para hacerle sentir el rigor. Finalmente no tuvieron más remedio que desestimar la denuncia por unanimidad y porque a la vista de todos era una operación demasiado burda. Le contaron que Carlos Kunkel, el comisario político del organismo, comentó en una reunión: “Este lenguaraz va a saber quiénes somos nosotros”.

Los legisladores de la oposición se han comprometido a reformar la ley para quitarle al Gobierno el poder de veto que tiene. Pero antes conviene estar atentos. Porque hay dos pedidos de inconstitucionalidad de esta norma, que en 2006 fue impulsada por Cristina Kirchner. El caso más conocido es la presentación que hicieron en forma conjunta Ricardo Monner Sans y el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal, que preside Jorge Rizzo, y que aguarda resolución desde hace dos años en la Corte Suprema. Una altísima fuente de la Casa Rosada le confió a PERFIL que el presidente del máximo tribunal, Ricardo Lorenzetti, en un encuentro que tuvo con Carlos Zannini, ya le informó que tienen los votos necesarios para decretar la inconstitucionalidad de la ley. Si esto se confirma, sería una primicia de impacto y una señal muy fuerte de que los miembros de la Corte quieren ayudar a recuperar la credibilidad de la Justicia. Pero otras fuentes de Tribunales pusieron en duda esa posibilidad. Más bien creen que “es casi imposible que la Corte se meta en un tema tan delicado” y esperan que esto lo resuelva el Parlamento.

Para el Gobierno hay una mala noticia que todavía no trascendió. El segundo caso es la demanda que entabló contra el Estado el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, que preside Enrique del Carril. La jueza Claudia Rodríguez Vidal ordenó que se corriera traslado al Poder Ejecutivo y a las Cámaras de Diputados y Senadores, algo que se cumplió el día 2 de julio. Lo interesante es que los legisladores tienen sesenta días hábiles para contestar y aún no se sabe quién se encargará de redactar ese texto denominado técnicamente “conteste de demanda” y cuál será su contenido. Tal vez esto acelere el debate parlamentario y unifique a la oposición para que plantee la modificación del Consejo de la Magistratura más temprano que tarde, sin esperar hasta el 10 de diciembre.

Esa presentación dice que “la nueva composición es absolutamente desequilibrada a favor de los órganos políticos y, dentro de ellos, de los representantes del partido gobernante”. Allí también se cita una declaración del diputado nacional electo Ricardo Gil Lavedra, quien, en el diario La Nación del 24 de diciembre de 2005, en medio del debate de la actual ley, dijo: “Pareciera que cada gobierno justicialista, antes el de Menem y ahora el de Kirchner, necesita avanzar sobre la Justicia, avasallarla”.

Finalmente, una mirada sobre el sainete pimpinelístico de los buenos muchachos de la CGT.
¿Me mentiste? ¿Me engañaste? ¿No sabrá Hugo Moyano que amar es nunca tener que pedir perdón? ¿Qué cadena se le salió? Se dijeron de todo. Se acusaron de todo, menos de corruptos. Ninguno le dijo al otro: “Vos sos un representante millonario de trabajadores pobres”.
Es que la madre y la caja son sagradas. Hicieron “La Plaza del sí” para Bernardo Neustadt y Carlos Menem, acusó Moyano. Y tiene razón. Ustedes son violentos, agresivos, extorsionadores, contestó Oscar Lescano. Y también tiene razón. Si hay fractura a corto plazo, se pueden sugerir nombres como aquellos de la CGT Brasil de Saúl Ubaldini y la CGT Azopardo de Jorge Triaca, que se definían por su domicilio. Ahora podrían fundar la CGT Calafate y la CGT Corleone, dos ciudades que también sintetizan pertenencias e identidades. Un histórico gremialista de los que hace equilibrio siempre confió un diálogo antológico:
—¿Qué querés? Si Moyano se lleva ocho de cada diez negocios –acusó uno de los Gordos.
—Sí, pero en la época de Menem, ustedes de cada diez negocios se llevaban once.
Lo que no puede despertar ninguna sonrisa por el horror que representa es la más cruel de las verdades con las que se tiraron. “Ustedes entregaban trabajadores”, acusó Moyano. Y es tenebrosamente cierto, aunque a él también lo salpican acusaciones similares en Mar del Plata. Los más livianos entregaron muchos delegados combativos a las patronales y los más fascistas, a las mazmorras de la dictadura. Cristina, De Vido y Carlos Tomada en persona y Néstor por teléfono lograron con su esfuerzo evitar la fractura cegetista. A esta altura Moyano es socio, cómplice, y alternativamente rehén y carcelero de los Kirchner.

Pero ocurren cosas raras: el Gobierno que se dice el más progresista de la historia todavía ni siquiera cumplió con una de sus promesas fundacionales que hizo delante de Lula. La de darle la personería a la CTA de Víctor De Gennaro, Pablo Micheli o Hugo Yasky, que nuclea a los dirigentes más honestos. La mayoría de ellos lo único que entregó fue esfuerzo en la lucha por una mayor justicia social y por la memoria, la verdad y la condena a los responsables de los crímenes de lesa humanidad.

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