Hace seis años, un hombre irrumpió en la política nacional, alterando la paz de los argentinos; desde hace seis años, con la llegada al poder, un hombre se ha empeñado en sembrar discordia, temor, desesperanza, odio, resentimiento...
Por Julio C. Borda
Desde hace seis años, en nuestra vapuleada y sufriente Patria, se han instalado el rencor, la prepotencia, la avaricia, el egoísmo, la desazón; desde hace seis años, la violación serial de toda norma jurídica, moral y ética ha sido la persistente conducta de este hombre venido del sur con el fin de instalar una suerte de gobierno eterno, dañino y escandaloso, integrado por un grupúsculo de obsecuentes funcionarios que hincan la rodilla ante el jefe todopoderoso.
Pues bien, todo ese oprobio, todo ese manejo deleznable de la cosa pública, toda esa impudicia de la cual hemos sido mudos testigos durante estos tenebrosos años de kirchnerato ha llegado a su fin; sí, el final de una etapa negra de la Argentina del siglo XXI (mal que le pese) ha concluido. La era del santacruceño y sus secuaces (aun cuando den manotazos de ahogado) ha culminado abruptamente.
A pesar de todo el aparato estatal puesto a su servicio, con el fin de llevar a cabo la obscena campaña electoral con dineros públicos; a pesar de contar con el servilismo del sometido gobernador de la provincia de Buenos Aires; a pesar del engendro de las candidaturas testimoniales; a pesar de todo eso, la gente dijo ¡basta! al patagón.
Harta de tanto desparpajo, de tanta arbitrariedad, la gente (principal víctima de esta política de delirio y de insensibilidad) dijo ¡no va más!
Es que fue una derrota catastrófica, donde la gente (literalmente) los echó.
Durante seis años, el destino del país dependió sólo de los caprichos de un ser alterado. En su afán de someter a toda la sociedad, este hombre ignoró las necesidades básicas de los más pobres, encargándose de entablar una pelea feroz con la gente del campo, insultando y calumniando a sus adversarios.
El daño que este obscuro político y sus secuaces han hecho al país es cuantioso, enorme; se necesitará tiempo, buena voluntad y patriotismo, para revertir esta situación desastrosa.
Es cierto que los candidatos ganadores no inspiran mucha confianza, pues la gente, desde hace mucho tiempo (y por razones totalmente válidas) ha perdido la fe en los políticos; pero, al menos, hay una luz de esperanza, de ilusión, con la seguridad de que el hombre del sur no tendrá más cabida en la escena política argentina.
Se acabaron los gritos destemplados, el rostro desencajado, la verborrea descontrolada, la calumnia gratuita; la era del maltrato, de la falta de respeto y la soberbia ha llegado a su fin.
Por eso, ha llegado el deseado momento de decir adiós a Kirchner, adiós a Cristina; aun cuando se empeñen en resistir un tiempo más, el ostracismo los espera con los brazos abiertos.
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