sábado, 23 de octubre de 2010

17 DE OCTUBRE: PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA LEALTAD A PERÓN

Con la esperanza puesta en un nuevo renacimiento argentino.


Un envío de Arnaldo Salvini


SONETO AL 17 DE OCTUBRE

Era el pueblo de Mayo quien sufría
no ya el rigor de un odio forastero,
sino la vergonzosa tiranía
del olvido, la incuria y el dinero.
El mismo pueblo que ganara un día
su libertad al filo del acero
tanteaba el porvenir; en su agonía
le hablaba sólo el Río y el Pampero.
De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡Era en octubre y parecía Mayo!)
y conquistó sus nuevas primaveras.
El mismo pueblo fue y otra victoria y, como ayer, enamoró a la Gloria.
¡Y Juan y Eva Perón fueron bandera!

Leopoldo Marechal

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17 DE OCTUBRE: PASADO, PRESENTE Y FUTURO
En la misma ciudad que hace cincuenta y siete años protagonizó el 17 de Octubre, un ejército de cartoneros noche a noche hurga en bolsas buscando su cena, convirtiendo a la calle en un fast food de la indigencia.

Según las cifras oficiales, los desocupados y subocupados ya son seis millones, la misma cifra de judíos asesinados por los nazis. Una nueva variante de genocidio silencioso ejecutado con formas democráticas.

Claro, aquí no hay cámaras de gas ni se toman el trabajo de eliminarlos, por lo que ni siquiera se puede hablar de “la solución final”. Simplemente se los condena a la desocupación eterna, a la degradación, a la humillación.

Los burgueses hastiados, los que viven agachados, los que tienen algo que perder, los que aceptan la injusticia ajena como una fatalidad donada por el destino en el altar de las propias comodidades y beneficios, los analfabetos ilustrados de nuestra época, los anormales y los demasiado normales, todas estas categorías fluctuantes e inseguras que constituyen el jardín zoológico de la clientela política contemporánea, no se han enterado de lo que verdaderamente sucede en la Argentina.

Todos estos cerebros sin neuronas se tapan los oídos con unos celulares que enarbolan con orgullo. O encuentran la falsa contrapartida que justifique el costo de vidas inmoladas en su presunta “vida protegida”. Hasta el ciudadano común mira a esta Armada Brancaleone del hambre con una mezcla de incredulidad y culpa.
Estas personas que se alimentan de la basura, que viven de los residuos, que vuelven útil y apetecible lo que en el séptimo B era inútil y desechable, no son una fuerza exterior invasora, sino una de las expresiones más rotundas y expresivas de la crisis argentina. Son los excluidos del mercado, las estadísticas de pobreza y marginación hechas personas de carne y hueso, con sueños y pasado, con pelos y señales. Esta patética fotografía tiene millones de protagonistas que no estuvieron ni están invitados a la fiesta de banqueros, privatizadas y acreedores. Haber insertado escenas africanas en el otrora país más desarrollado de América Latina ha demandado un cuarto de siglo. Pero cuidado porque parece que no ha sido suficiente. Y vienen por otros veinticinco años.

Aún en esta Argentina disminuida, tener desnutrición y anemia, chicos con panzas hinchadas por la consuetudinaria falta de ingestión de comida en el primer país productor de alimentos por habitante no es una hazaña menor. Aún esta Argentina disminuida es el quinto productor mundial de trigo y de harina de trigo, primer productor y exportador de aceite de girasol, primer exportador de aceite y harina de soja, primer exportador mundial de peras, primer productor de limones, segundo exportador mundial de maíz y primero de miel, tercer productor de jugos concentrados de pomelo y manzana, cuarto exportador de carne bovina, segundo exportador de sorgo granífero, cuarto productor de vinos, tercer productor de miel.

En fin, lo cierto es que Argentina transformó un sueño mayoritario en una pesadilla alucinada. Gobiernos genocidas y una democracia vacía han reducido al nuestro en un país irreconocible, un verdadero modelo de rapiña, saqueo y concentración desusada.

Todos los protagonistas nacionales parecen pequeñas figuras de reparto ante la potencia del libreto que bosqueja la crisis, que diseña la usura apátrida y que supervisa el Fondo Monetario Internacional. La diferencia de peso y envergadura de los contendientes y la magnitud del escenario convierte a los protagonistas locales en liliputienses personajes que se achican indefinidamente.

Y son tan imbéciles que no distinguen el discurso externo del interno del Imperio. Ninguno de estos enanitos aprendices de Gunga Din -el perfecto cipayo- dicen que en sus admiradísimos Estados Unidos, en los últimos dieciocho meses la emisión realizada equivale al cincuenta por ciento de la masa monetaria total, que el déficit del Presupuesto nacional es de ciento sesenta y cinco mil millones de dólares –mucho más que toda la deuda pública argentina- que el correo estatal tiene un déficit de mil setecientos millones pero que no hay propuestas privatizadoras, que los ferrocarriles estatales arrojan un déficit de más de mil millones de dólares pero que los legisladores provenientes de las regiones de los ramales que dan pérdida defienden el carácter social de los mismos, que se protege desmesuradamente todo aquello que los de afuera producen a menor costo y que los escandalosos subsidios agrícolas se incrementaron para el próximo lustro.

No. Haciendo referencia a estos babosos chupamedias de todos los tiempos y lugares, Pedro Albizú Campos, el patriota portorriqueño que luchó contra la idea del Estado asociado que aquí proponen algunos, sostenía con precisión: “Aquel que no está orgulloso de su origen no valdrá nunca nada, porque empieza por despreciarse a sí mismo”.

Como Julio César, en la Argentina hemos pasado el Rubicón. Sólo que en nuestro caso es el de la degradación y de la decadencia. Nunca hay un piso en la caída histórica.

Hay quienes ante este festín macabro de la decadencia sólo atinan a disputar los desabridos restos del banquete sucio de una noche crapulosa en medio de la atmósfera turbia y estéril del fin de fiesta de un régimen en agonía terminal.

Este régimen oprobioso, esta no-sociedad, está destinado a hundirse irremediablemente, y por todas las grietas y rendijas del disgregado entorno está filtrándose ya el soplo de tal hundimiento. El que el proceso de hundimiento se efectúe de a poco y sin ruido o el que se produzca a la manera de una catástrofe es una diferencia que afecta a la forma, no a la sustancia.

Debemos curarnos de la misteriosa enfermedad de los ojos que nos empaña la visión y el horizonte, y con unos ojos nuevos, ver las mismas cosas de siempre pero bajo una luz nueva. Debemos reconocer que esa enfermedad de los ojos es en realidad la misma enfermedad de la sociedad argentina, una enfermedad del alma que consiste en la pérdida del sentido de la vida. Con esa nueva luz y los ojos curados podremos apreciar distinto las mismas cosas de siempre, encontrándoles un sentido nuevo.

Así fue con la Redención del 45.

El 17 de Octubre de 1945, el General Perón no sólo pudo captar los acontecimientos en su forma plural y antitética, sino también saludarlos, no obstante su peligrosidad, descubriendo la fuente ígnea de un sentimiento vital nuevo. Vislumbró bajo el caos de la situación esencial la anatomía secreta del instante, el perfil de la realidad sustantiva en un momento de confusión pavorosa.
Hoy, igual que en la Década Infame, Argentina necesita una revolución. Digamos que, más que una revolución, lo que los argentinos en realidad necesitamos es una “devolución”: una devolución de nuestro patrimonio, de nuestra riqueza, de nuestra justicia, de nuestra esperanza, de nuestro presente y también de nuestro futuro.

Igual que en la Década Infame, los argentinos necesitamos la devolución de todo cuanto nos han quitado.

Con unos nuevos ojos, podremos ver que la marcha de los argentinos, y también de toda la humanidad, nos está haciendo atravesar unas zonas en que la patria, los valores y la noción de la grandeza están en penumbra, y las ruinas de la sociedad burguesa aparecen dotadas de más significado que el albergue fugaz que se abandona cada mañana.

Los valores y creencias, y también la grandeza, están recluidos en la estricta intimidad de cada uno y se borran todas las expresiones públicas en que éstos se manifiestan, creando un cuerpo histórico. Brota entonces una sociedad sin alma y sin normas, con miembros fragmentados en islas sin un agua común que las religue y fecunde sus raíces.

Se cae así en el servilismo alienador o en el maquiavelismo inmisericorde, impera el trabajo sin alegría, el placer sin risa, la virtud sin gracia, la niñez sin privilegio, la juventud sin mística, el amor sin misterio, el arte sin irradiación.
Todos andamos como hombres aturdidos que no saben lo que pasa en la ciudad, o como ovejas sin pastor que no saben dónde están los pastos que de veras apacientan; las generaciones vivientes se hablan en lenguas extrañas y se miran con ojos extraños; los adultos creemos tener que aprender fuera lo que bien sabíamos en nuestro fuero interior pero lo hemos olvidado y ahora deformamos; las conciencias parecen oscurecerse volcadas exclusivamente a un plato de lentejas.

Todo es cultura sin culto, obras sin fe, medios sin fin, acción sin contemplación, es decir, cuerpo sin alma.

Cada día se nos quiebran las evidencias que tras larga búsqueda habíamos acumulado y necesitamos salir de nuevo como don Quijote a la conquista de nuestra humanidad verdadera, si no queremos quedar anegados en el aturdimiento, la insensatez o la desesperación de nuestra aldea. Proliferan los psicoterapeutas, los gurúes y los políticos frívolos; las gentes vagan desorientadas en medio de terapias en competencia, se sumen en cualquier aquelarre, o alternativamente, se refugian en un aislamiento patológico, convencidas de que la realidad es absurda, demente o insensata.

Y sobre el trasfondo de conmoción profunda de las conciencias, se levantan en oleaje, a veces calmo y a veces violento, las cuestiones primordiales de la existencia humana, la relación entre los valores últimos y las tareas inmediatas de cada día, entre el pensamiento y la acción, entre persona y comunidad, entre mística y política.

Corre el “runrún” de que ya no rigen los mandamientos de la ley de Dios, ni los del hombre civilizado, ni las lecciones de la historia, que ningún imperativo mantiene vigencia, que las gentes ya no deben estar metidas en su destino y en su quicio, sino en su mera extravagancia; que suele ser vagancia, vida vacía, desolación.
Ahora bien, hay instantes en la vida de los pueblos, como en la de las personas, en que logran levantarse por encima de sí mismos, instantes absolutos, casi divinos, instantes de éxtasis, cuando la esperanza se actualiza y se desata. No a todas las personas les es dado vivir uno de ellos, de la misma forma que en la vida de los pueblos tampoco le es dado a todas las generaciones vivirlos. Los pueblos son la realidad humana anónima que en general padecen, más que hacen la historia, pero que intervienen radicalmente en esos momentos extraordinarios —durante esa especie de éxtasis histórico—, que luego resultan ser, ¡Oh paradoja!, los momentos más “históricos”. Sin duda, el 17 de Octubre de 1945 fue uno de esos “momentos históricos”.

Pero en el mientras tanto en los pueblos hay una especie de padecer el tiempo que pasa lentamente, pudiendo incluso soportar el no existir, recogidos en sí mismos.

En la intimidad de sus entrañas prosigue su vida con el ritmo del corazón que no cesa, ni aun en sueños. Y como en sueños, trabaja, padece como envuelto en sí mismo, llevado en una órbita, en un dormir-velar entre la esperanza y la resignación. Pues sólo los individuos aislados, las clases privilegiadas o las minorías selectas se libran a la esperanza extrema —lo que les lleva a la desesperación cuando aquélla queda abolida— o se hunden en la resignación extrema, que es el anonadamiento. Y en él mientras tanto son esclavos de la angustia. Por el contrario los pueblos viven en una mezcla, en un ritmo, en una especie de vaivén entre esperanza y desesperación que raramente llega al extremo.

La esperanza de los pueblos es también hambre de siglos y hambre de todo, de pan —en casi todos los pueblos del planeta— pero también de vivir en forma más activa, plena y personal; hambre de toda clase de bienes. Y el hambre y la esperanza son los motores más activos de la vida humana.

Sin embargo, las multitudes, si son empujadas al punto máximo de la desesperación por la miseria y el hambre, dejan de percibir la Providencia y pueden ser arrastradas a las peores negaciones y anarquías. Por eso enseña el Evangelio (Mt 24, 12): “...Y por la extensión de la iniquidad, desaparecerá la caridad de muchos”.

Pero cada tanto, llegando de remotas lejanías, el sonido de aquellos tiempos de éxtasis histórico parece penetrar de algún modo misterioso en el silencio que rodea sus derribados símbolos, de la misma manera en que el rumor del mar se conserva en los caracoles arrojados por las olas a las playas. Y entonces esos momentos vuelven a manifestarse en plenitud.

Digamos también que para los que hemos sido las víctimas y no los beneficiarios de este régimen que se acaba, se abre una perspectiva particularmente grave pero esperanzadora.

Como decíamos, en realidad, la diferencia entre el ocaso y la aurora es únicamente una diferencia de perspectiva: todo ha estado ahí desde siempre y todo es nuevo desde una manera decisiva, pero es menester disponer de unos ojos nuevos.

¿Quién será capaz de vivir los dolores de la agonía como dolores de parto?
El primer presupuesto de cualquier construcción orgánica popular, el primer presupuesto de cualquier intento de refundación del movimiento nacional es que terminen de ser consumidos por el fuego los conceptos, las reglas de juego, el orden, las instituciones de este injusto mundo burgués agónico. Otros períodos similares de la historia argentina, como la Década Infame que pintó Berni, anidaban las vísperas de sus horas más gloriosas. Saludemos entonces también nosotros esta muerte, aunque reconociendo los peligros.

Hay un pasado duro en morir, cuya agonía de gigante otorga a nuestro tiempo la dramática fisonomía de un ocaso decadente. Un cielo de tormenta se extiende sobre nosotros, invisible para los que viven mirando concienzudamente la punta de sus zapatos; visible, en cambio, para todos aquellos que saben mirar hacia lo alto.

Pero es un cielo de tormenta que encierra un enigma, porque detrás de los truenos agónicos de todo un sistema, ya se puede escuchar el soplo jadeante del esfuerzo para hacer sobrevivir los valores elementales de la condición humana.

Por detrás de la tormenta está la claridad.

Se está esbozando una nueva categoría de hombre argentino.

Está gestándose, todavía misteriosamente, una nueva expresión del movimiento nacional. No tiene nombre aún, pero no es difícil descubrir su figura, su vago perfil proyectado sobre el cielo de este crepúsculo dramático.

Desde las profundidades del ser argentino brotarán y se alzarán, cada vez más claras y mejor definidas, las antiguas defensas, los mitos originarios, los secretos ancestrales que han hecho posible la vida y la evolución de nuestro pueblo. Es menester hincar muy hondo las raíces, perforando un suelo reseco, para alcanzar los manantiales donde se halla emplazado ese núcleo, el más íntimo de todos, que determina el sentido, la riqueza, el poder y la plenitud de la vida de un pueblo.

Decía un viejo General que así como no nace el hombre que escape a su destino, tampoco debería nacer quien no tenga una causa noble por la cual luchar, justificando así su paso por la vida. Por entre la maraña de los porcentajes de encuestas electorales y del oportunismo tan idolatrado por la politiquería reinante, ¿sabremos ver ahora la oportunidad verdadera ante la que nos puso la Providencia?
También digamos que en una trama con sectores populares movilizados, con la inseguridad acumulando cansancio para reclamar orden, con los representantes políticos desautorizados y repudiados, con los partidos vaciados, con la pobreza invadiendo todo, cualquier cosa puede suceder. Cualquier cosa. Desde la fragmentación territorial y la disgregación nacional hasta el surgimiento social y político de algo nuevo, el futuro tiene muchas puertas y escasas certezas.

Tal vez los argentinos que tomamos conciencia de haber compartido las migajas de la fiesta de entrega y enajenación del futuro mientras millones eran lanzados al infierno de la miseria, descubramos ahora que cuando la fiesta terminó hay que pagar los platos rotos, y que ese precio no lo pagan los que se enriquecieron, sino por el contrario lo pagamos todos con más miseria, exclusión, inseguridad, pérdida de la dignidad... Tal vez ante lo inexorable de tamaña perversión nos rebelemos, digamos basta y terminemos con el síndrome del rehén para poner las cosas en su lugar.

Una misión a la que deberemos acudir ligeros de equipaje.

Quien no tiene un yo que vencer y sacrificar no debiera hablar de fidelidad a un jefe y a una causa: no hace sino correr detrás de alguien sobre el que ha echado la responsabilidad. En todo caso, lo difícil de la hora alejará a los timoratos, asustará a los especuladores y anulará a los incapaces. La jornada que se inicia nos pone ante la decisión del primer día, nos remite a la antigua fe, a la misma entrega, a la mística que nunca debimos olvidar. Llegó la hora que no tiene lugar para almas delicadas ni para espíritus endebles.

En un país despoblado y generoso donde está casi todo por hacerse, millones de hombres y mujeres dispuestos y decididos, en cuyo seno están libres por doquier las fuerzas de la fe y de la voluntad: ¿podremos ver en ellos, como lo hizo Perón en 1945, a “lo mejor que tenemos”, una riqueza inconmensurable, un enorme capital, un gran ejército de reserva?

Este tiempo de miércoles de ceniza, luego de que caiga del cielo la tormenta de la pasión, desembocará en una resurrección del movimiento nacional de siempre, bajo misteriosas formas nuevas y originales.

Y viviremos entonces un nuevo 17 de Octubre.

Que así sea.

Al margen de lo dicho, el 17 de octubre sigue operando como aquel un faro

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EL INSTINTO DE LAS MULTITUDES.....

“...Aquellas multitudes que salvaron a Perón del cautiverio…, eran las mismas multitudes que asistieron recogidas por el dolor al entierro de Hipólito Irigoyen…
Son las mismas multitudes argentinas armadas de un poderoso instinto de orientación político e histórico que desde 1810 obran inspiradas por los más nobles ideales cuando confían en el conductor que las guía…
Escuche las conversaciones de varios criollos y las arengas de oradores improvisados. No encontré a nadie que se acordara de sus problemas personales. Eran hombres sin necesidades: inmunes al cansancio, al hambre y a la sed… Él [Perón] intérprete fiel y libre de ataduras y compromisos…
Estaban dispuestos a luchar por él y por los ideales propios que él simbolizaba y resumía… Por allí, alguien, un sencillo magnífico, gritó con voz estentórea: -
¡Aquí comienza la rebelión de los pueblos oprimidos!
Yo regué con una lágrima viril esas palabras para que no se marchitaran nunca.”

RAÚL SCALABRINI ORTIZ

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LA DEMOCRACIA DE MASAS
Por José Antonio Riesco

La conmemoración del 17 de octubre de 1945 se realizó obviando algunas de sus incógnitas principales, acaso apañando el hecho decisivo de que poco y nada queda de aquella fibra revolucionaria (o al menos transformadora) con que sus actores lo plantaron.
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No hay dudas de que el Peronismo, y su condición de opción mayoritaria cada vez que, unificado, participa de las pruebas electorales, es una realidad pese al paso del tiempo. Como también lo es que, de modo manifiesto, se reconvirtió en una fuerza conservadora que, luego de ejercer reiteradamente el gobierno, deja todo (lo fundamental de la estructura nacional) como estaba. Y a eso aún no pudo disimularlo el verbalismo proto izquierdista de algunas infiltraciones, ni los afanes presidencialistas del estanciero que preside la CGT. Pese a lo cual nada debe descartarse, por aquello de que donde hubo fuego cenizas quedan.

Al margen de lo dicho, el 17 de octubre sigue operando como aquel un faro que, casi a la mitad del siglo XX, encandiló con nueva luz el panorama de la vida social y política de la Argentina. Para bien o para mal, desde esa fecha, por lo menos, la vieja y anémica democracia republicana, inaugurada por los constituyentes de 1853, que nunca pudo funcionar sino a medias, tuvo su reemplazo por una democracia de masas sobre cuyas formas y contenidos aún seguimos reflexionando y polemizando. La república del comité y del fraude cerró su ciclo cuando el proceso de industrialización, acelerado desde la década del 30, y una intensa concentración urbana, dejando atrás las virtudes y los vicios de “los doctores”, colocó en el escenario argentino a millones de hombres y mujeres de las bases sociales y de la clase media, ante todo.

Los “partidos de masas” fue una de las categorías que, por entonces, Maurice Duverger puso en la vidriera de la Sociología Política. Su obra “Los partidos políticos” se editó en 1950. Y si bien Angelo Panebianco (“Partidos Políticos”, 2004) estima que dichas formaciones han sido sustituidas por las agrupaciones “profesionales” bajo control de una élite técnico-financiera, las masas siguen vigentes aunque la mayor parte de las veces adhieran mediante los modernos instrumentos informáticos, ante todo el televisor. Hoy nadie logra democráticamente el gobierno sin que se exprese dicha “voluntad soberana”.
Para asombro de la mentalidad tradicional, al nuevo liderazgo “peronista”, altamente popular y transformador, lo asumió, no un caudillo con ideologías extremistas y foráneas, sino un coronel del ejército de Roca, Ricchieri, Justo, Rodríguez y Molina, hábilmente montado en lo que fue, en esos días, la mejor tribuna para una convocatoria exitosa: la secretaría de trabajo y previsión. A la justicia social agregó un notorio afán industrialista y un claro rechazo al control del país por los intereses extranjeros, con un ambicioso plan de obras públicas y promoción de la educación, sobre todo la técnica. Sin olvidar que esa fue una revolución “nacional” y no una importada.

Lo enfrentó la “clase política” autodefinida democrática, con oradores brillantes, de trayectoria honorable y notoria valentía personal; pero voceros legítimos de un sistema históricamente agotado. Alfredo Palacios, Amadeo Sabatini, Ernesto Sanmartino, Miguel Ángel Zavala Ortiz, Nicolás Repetto, José Aguirre Cámara, Arturo Frondizi, y muchos otros. Se congregaron en la Unión Democrática, con el apoyo directo y militante de la Federación Universitaria y el embajador Spuille Braden. Perdieron frente a Perón aunque con buenas cifras propias, algo que no se repitió en lo sucesivo.

Con semejante emergencia de la democracia de masas, sin la pulcritud del laborismo inglés pero sí arraigada en las mayorías y sin renegar de la trayectoria en muchos respectos de la Argentina, Perón no tuvo éxito en la recepción que le prodigaron sus competidores. Es que fue, de modo incuestionable, una “democracia autoritaria”, esa fórmula que en otro ámbito político-cultural en 1932 había acuñado el alemán Hermann Heller, eminente teórico del Estado. Pero la suya nunca fue una autocracia demagógica como la que hoy soportamos.

La oposición se llenó de estupor ante el nuevo régimen. No lo entendió en lo fundamental y acaso por ello no pudo soportarlo ni siquiera en sus aciertos. “¡Esto es un fascismo...!” sentenció Victorio Codovilla, hombre de Moscú y gran arzobispo del Partido Comunista. Y a esa revelación casi mística se aferraron golosamente las inteligencias de la vieja partidocracia. A lo más lanzaron eso del “aluvión zoológico”.

No fue simplemente un error, sino que así, automáticamente, se legitimó el juego permanente de las conspiraciones. Y con ello se abrió una dialéctica altamente costosa entre ambos bandos, algo que hemos pagado largamente y muy caro.

Todo lo que se hizo posteriormente, una vez expulsado Perón del poder, tiene esa marca, la de un desencuentro infantil con la realidad y sus nuevas tendencias de parte de los opositores. Abrazados al dictum del jerarca moscovita lo hicieron estrategia de poder luego de 1955 y concentraron el pos-peronismo en las proscripciones e incluso los fusilamientos, y cuyo efecto en el largo plazo ha sido la consolidación no de lo mejor de ese “movimiento” sino lo más criticable. Los democráticos sólo atinaron al desquite y al castigo, también a la compra-venta; y el pato de la boda fue derecho a la cuenta del país.

La audaz apertura de los “regímenes de participación social y política” que desde el 17 de octubre se puso en marcha constituye una diferencia esencial con el fascismo; éste había sido un freno y no la promoción de un cambio estructural. ¿De dónde el fascismo hizo de los trabajadores una fuerza fundamental en el sistema político? ¿Cómo llamarle fascismo a la ley 13.010/47 que incorporó a la mujer al cuerpo electoral en igualdad de derechos? Elementos estos que no pueden borrar los errores de los “democráticos” ni tampoco los del peronismo que los tuvo.

Con el bombo propio de la autocracia demagógica en la cancha de River se acaba de enarbolar la bandera de La Lealtad. Pero si eso no implica mera sumisión al reparto de dinero del Estado y sobre todo de los jubilados, la sociedad en su conjunto está esperando, desde hace años, que el peronismo sea auténticamente leal al espíritu del 17 de octubre.

Es decir, que se decida a realizar una enérgica autocrítica y a promover una dirigencia que, además de conquistar cargos públicos, se decida a reconvertir la mera masificación en una verdadera formación de avanzada en la institucionalización y en la construcción del país que necesitamos. Ser la mayoría es un compromiso con la Nación y no un privilegio espurio. De otro modo a la aspiración presidencial de Moyano nadie podrá objetarla.

José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado

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17 DE OCTUBRE: LA LEALTAD PERONISTA Y SU LÍDER
Un nuevo día peronista. Un nuevo 17 de octubre. Un nuevo día de la Lealtad Popular. Un 17 de octubre, en un día como hoy -pero de 1945-, el Pueblo se volcó a las calles para exigir la libertad de su Líder, el entonces Coronel Juan Domingo Perón quien, desde su puesto en la Secretaria de Trabajo en 1943, hacía renacer la esperanza de la clase trabajadora argentina.
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Evita, la Leal Compañera, fue determinante para que el reclamo se hiciera efectivo, y para que el Líder diera inicio a ese extendido abrazo con sus “cabecitas negras”.
Se trató de la mayor demostración de lealtad de parte de todo un pueblo hacia un hombre, a quien luego elegiría como Presidente de la Nación. Para transformarse, finalmente, en el más Grande Presidente de la historia argentina.
La Lealtad había sido el arma poderosa. Utilizada por los descamisados para dar vuelta la página de historia y así hacer transitar a los argentinos por el renovado sendero de los esplendorosos triunfos populares.
Esos tiempos fueron testigo del nacimiento de los derechos de los trabajadores, de los derechos de la ancianidad, de los derechos de los niños, del derecho de la mujer al voto. Atestiguaron la gran obra pública, la ejemplar política de salud, de vivienda, de turismo. Fueron épocas de una política internacional ejecutada con seriedad, de un enaltecido desarrollo científico-tecnológico, del crecimiento del transporte público, del establecimiento de los ferrocarriles, etc. Estos son tan sólo algunos de los ejemplos que hoy tenemos a disposición y que podemos recordar.
Ellos dieron origen a la Argentina del respeto, tanto en el plano local como en el internacional.
La Lealtad de un pueblo, junto con la Conducción del General Perón y su inseparable Evita, forjaron una Nación distinta, sobre la base de la indisolubilidad entre la Lealtad y su Líder.
Estuvimos entre las naciones más encumbradas del mundo, convirtiéndonos en un ejemplo a imitar por Latinoamérica.
A mediados del siglo anterior -en 1950- y alejados de la rimbombancia del “bicentenario”, los argentinos supimos fabricar aeronaves supersónicas.
Desarrollábamos portentosas naves de ultramar. Y alimentábamos todo tipo de industrias vinculadas al desarrollo estratégico, característico de una Nación poderosa. Aún más: habíamos desarrollado y dominado la tecnología del agua pesada (químicamente denominada tritio), elemento esencial para la energía atómica y sus más variados usos. Ya sea que se destinaran para fines pacíficos o bélicos. Es decir que, hace sesenta años, la Argentina se hallaba en condiciones de proponérselo. Podía continuar sin límites su desarrollo en el avance nuclear y el poder que este adelanto significaba.
Pasaron los años. Y -junto con los años- la historia.
Evita fue lapidada. El General -a los efectos de evitar derramamiento de sangre entre argentinos- debió exiliarse.
Su inmensa e incuestionable humanidad fue difamada.
Su honra, arrojada a los perros durante interminables años.
Su investidura de Soldado de la Patria, ultrajada.
Su nombre y “derivados” fueron prohibidos y proscriptos.
Pero sólo el tiempo -juez supremo e inapelable- hizo que la inmensa mayoría de los argentinos comprendieran la necesidad de su presencia en el país.
Volvió, pues, para exhalar sus últimas bocanadas de aire. Para morir por su Patria.
No sin antes poner las cosas “en caja”.
Algunos se enojaron. Nació, entonces, la deslealtad.
Otros se olvidaron. Creció esa deslealtad.
Muchos otros se equivocaron. Murió la Militancia.
Otros tantos se abusaron. Nació la “maletancia”.
Los que quedaron, se aprovecharon. Se difundió la “maletancia”.
El Peronismo es un sentimiento. Y los sentimientos no mueren, aún cuando se los quiera matar.
La Militancia se encuentra subyacente en el espíritu de cada uno de nosotros. Jamás permitamos que muera.
La gran enemiga de la Militancia es la “maletancia”.
La Militancia está llamada a perdurar ante el desafío de los tiempos, pues es puro sentimiento.
La “maletancia” se agota y languidece en el precio de los hombres.
Los Peronistas de Evita y Perón no tenemos precio: ¡no existe “maletero” que nos pueda pagar!
¡Compañeros: hagamos reverdecer un Peronismo que languidece!
Hoy, 17 de octubre, Día de la Lealtad Popular, es el día indicado para que, no lejos, recuperemos la Lealtad y a su Líder.
La Patria, el Movimiento y los Hombres nos lo agradecerán.

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Alberto Lestelle
Diputado Nacional (MC) - Ex Secretario Político PJ Pcia. Bs. As. - Ex Consejero Nacional PJ
Ex Congresal Provincial PJ Bs. As. - Ex Congresal Nacional PJ - Ex Presidente PJ Olavarría
Ex Secretario de Estado de la Nación



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