Oscila permanentemente entre la melancolía y la aspereza, entre la convicción del autoelogio y la duda sobre su destino. Repitiendo esas conocidas líneas discursivas, Cristina Kirchner se hizo cargo ayer del liderazgo del partido gobernante con muchas menos ganas que las que pone para una reunión de la Unasur.
Por Joaquín Morales Solá
La estructura del peronismo, esos dirigentes tiernos con cualquier poder y severos con los caídos, nunca fue una referencia política o intelectual para ella. En rigor, sólo se reivindicó peronista desde que está en la Presidencia; antes prefería hablar de líneas transversales de la política.
Fue una reunión de mutuos oportunismos. La Presidenta es, hoy por hoy, la mejor candidata que tiene el peronismo para las elecciones de dentro de diez meses. El peronismo, que también la miró a ella siempre con cierta lejanía, no dejaría pasar esa oportunidad de conservar el poder. ¿Qué es el peronismo si no un proyecto de poder, tan carente de ideología que es capaz de absorber todas las ideologías?
Ya desahuciada por la transversalidad, la jefa del Estado necesita ahora, a su vez, del incómodo peronismo, sea para gobernar o para aspirar a otro mandato presidencial. Cuando debe cumplir con tales menesteres frente a esos dirigentes utilitarios es, tal vez, cuando más extraña a su marido muerto. Néstor Kirchner amaba enhebrar lo esencial o la insignificancia en conversaciones interminables con la oligarquía peronista.
La Presidenta, aseguran a su lado, nunca dirá si será candidata a la reelección, o si no lo será, hasta bien entrado el próximo otoño. No podría dar ahora un sí, porque corre el riesgo de tener que modificar esa decisión. Cristina Kirchner nunca será candidata si existiera el riesgo de la derrota. Pero tampoco es ahora el momento de anunciar un no a la reelección. En tal caso, el poder se le escaparía con la velocidad de la luz en busca de un nuevo sistema solar.
Las encuestas y el vacío de poder son los grandes desafíos de Cristina. Las mediciones podrían variar con el correr de las próximas semanas (ya empezaron a cambiar desde que estallaron las convulsiones sociales por la posesión de tierras); nadie sabe, además, cuánto hay ahora de solidaridad por el luto y de valoración real de la gestión de una jefa del gobierno. Sus últimas rabietas por los casos de inseguridad se debieron, precisamente, a su certeza de que alguien o algunos buscaban el final prematuro de ese romance con la sociedad.
El vacío de poder se refiere a las perspectivas de un eventual próximo mandato. Sería el último consecutivo de Cristina Kirchner permitido por la Constitución. Se terminó el juego que había ideado Néstor Kirchner de amenazar con una reelección indefinida de hecho, alternando el poder él y su esposa, porque ya uno de los dos no está. El peronismo y la política saldrían al día siguiente de ese flamante mandato a la pesca de la sucesión presidencial. El corto destino de la Presidenta es una buena noticia para los que ambicionan reemplazarla, que no son pocos en el peronismo, pero es también una pésima novedad para ella misma como centro excluyente del poder. Es en ese punto exacto donde se distancian, otra vez, ella y el peronismo.
Cristina es hoy la mejor candidata del peronismo: ¿lo será hasta octubre del año próximo? Ayer cayeron heridos a balazos tres gendarmes pocos días después de que la nueva ministra de Seguridad, Nilda Garré, anunciara que las fuerzas de seguridad no usarán armas de fuego. El episodio fue confuso, pero sucedió un día después de que las imágenes de furia, depredación y fuego en la Capital asustaran a cualquier televidente. Militantes, supuestamente de Quebracho, incendiaron la puerta de ingreso al edificio donde trabaja Mauricio Macri sin que ningún efectivo policial pusiera fin a la barbarie. Algo parecido ocurrió una semana antes, pero actuaron de inmediato la Policía y los bomberos. El propio lunes, una cortina de humo denso y oscuro cortó la avenida 9 de Julio; ese método del piquete es nuevo y más intimidante que las prácticas anteriores.
El Gobierno aceptó sus propios errores cuando desplazó a Aníbal Fernández de la conducción efectiva de las fuerzas policiales, cuando creó el Ministerio de Seguridad y cuando nombró a Garré en lugar de Fernández. Paradójicamente, siguió buscando culpables entre sus opositores por las inmanejables convulsiones sociales de los días recientes, a pesar de que en los hechos estaba admitiendo sus propias equivocaciones. La administración pasó de ignorar la inseguridad a reconocerla con sus propios actos. El único problema es que ahora la sociedad identifica al gobierno de Cristina Kirchner con una política de seguridad; de sus resultados depende también el humor social.
La dureza de Moyano
Hugo Moyano es el mayor obstáculo presidencial para acordar una política de precios y salarios con empresarios y sindicalistas. El jefe cegetista es más duro que el Fondo Monetario para descalificar, en los hechos, los datos del Indec. Pidió 1000 pesos para los camioneros para fin de año por el aumento de los precios, que el Indec desmiente con pertinacia. Los empresarios le han puesto límites a una negociación con Moyano. No es un asunto cualquiera, porque está en condiciones de definir la inflación de los meses venideros, que es el segundo tema de alarma social, después de la inseguridad.
Moyano pertenece a la "política del apriete" que gestó el kirchnerismo, según la definición de Guillermo O'Donnell, pero un compañero de esas correrías del jefe de los camioneros, el otrora todopoderoso Guillermo Moreno, se topó ayer con el tercer fallo judicial en su contra en apenas una semana. La nueva resolución judicial lo separó definitivamente del directorio de Papel Prensa, donde desplegó su conocido rito de presiones, insultos y agresiones.
Poco más tarde de conocida esa noticia judicial, la Presidenta les aconsejó a los líderes peronistas que nunca creyeran en los "diarios más importantes"; es decir, en los dos diarios que concentran la mayoría de los lectores y del paquete accionario de Papel Prensa. Cristina Kirchner no sólo debe demostrar que seguirá siendo la mejor candidata del peronismo. Antes, también deberá probar que su gestión no significará, como ahora, una constante regresión de la democracia argentina.
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