La pretensión del kirchnerismo de ser la continuación superadora del peronismo, es decir, un peronismo “ampliado y corregido”, hace necesario puntualizar las bases conceptuales o ideológicas, aun filosóficas, de ambas corrientes políticas.
Por Juan Gabriel Labaké
El kirchnerismo se
reconoce a sí mismo como progresista, izquierdista o centro-izquierdista. Es
decir, adopta, como línea divisoria y centro de gravedad de la política, el
esquema teórico de derecha/izquierda, nacido en laboratorios intelectuales
europeos. Y dentro de ese esquema, los kirchneristas gustan colocarse a la
izquierda, aunque, por lo que vemos desde 2003, de izquierdistas tienen poco o
lo disimulan muy bien.
Mientras que, para
Perón, la ideología no puede ser impuesta a un pueblo nacional desde una “vanguardia
iluminada”. Para el fundador del peronismo, como lo he remarcado muchas veces
en mis escritos, la ideología es un producto natural que surge de los
sentimientos, los anhelos, las necesidades y las tradiciones de un pueblo
nacional. La función del político o del ideólogo se reduce a interpretar
correctamente y exponer en forma organizada y coherente aquellos sentimientos,
anhelos, necesidades y tradiciones. En definitiva, las verdaderas elites, los
auténticos conductores de pueblos, no son creadores de ideologías, sino simples
compiladores de lo preexistente en el corazón y en la mente de esos pueblos.
Las que pretenden crear ideologías son
las vanguardias que se creen iluminadas. Esa manía nació en el siglo
XVIII, justamente con el llamado Iluminismo (o Ilustración) francés, y luego
europeo.
Por ello mismo, entre
las ideologías librescas, nacidas del esquema derecha/izquierda, y una ideología nacional y popular (en
nuestro caso, peronista) hay diferencias sustanciales que delimitan, a su vez,
las distintas escalas de valores que abrazan ambos grupos.
Nadie duda de que la
finalidad última de la acción política es la búsqueda del bien común. Me
refiero a la concepción humanista y no a las
teorías “neutras”, o más propiamente amorales, de la política. Para
estas últimas, la política es sólo la búsqueda, la acumulación y, en
definitiva, el uso discrecional y abusivo del poder, por el poder mismo.
Al respecto, es
notorio que las enseñanzas de Carl Schmitt sobre la voluntad omnímoda del
gobernante como única explicación y fuente del poder (y no la ley), hayan sido
adoptadas casi sin excepción por toda la izquierda del mundo, marxista
declarada o no: desde Karl Marx, León Trosky y Antonio Gramsci, hasta Gianni
Vatimo, Slavoj Zizek, Ernesto Laclau, Chantal Muffe… y los Kirchner. Todos. Los
reales y los falsificados.
Si el objetivo de la política
es la búsqueda del bien común, necesariamente y en forma especial en las
sociedades modernas, el meollo de la cuestión será lograr justicia para los
sectores postergados, excluidos y/o dominados.
En ese punto coincide
la izquierda auténtica con el peronismo, al menos teóricamente, aún cuando la
primera es una construcción intelectual, libresca y extranjera (europea), y el
segundo constituye una ideología nacional por excelencia, nacida del pueblo
argentino.
Las diferencias de
fondo entre la izquierda auténtica y el peronismo no se refieren, pues, a la
búsqueda de justicia para los postergados (cuestión en la cual, insisto,
coinciden) sino en la metodología que emplean para lograr ese objetivo, y en el
valor central que, para el peronismo y no para la izquierda, tiene en esa
batalla el poder y la unidad de la Nación o, más precisamente, del pueblo
nacional.
Por todo lo dicho, un
gobierno izquierdista se transforma, natural y quizás inadvertidamente, en una
experiencia elitista más, en la cual, una vanguardia que se cree iluminada
termina siendo el verdugo de su propio pueblo y su opresor desembozado, cuando
éste “no entiende” el modelo “progresista” que le ofrece la vanguardia.
Y ello, al margen de
experiencias izquierdistas falsificadas, como el kirchnerismo, en las que un
barniz seudo ideológico apenas si alcanza a disimular el afán desenfrenado de
poder y riquezas del grupo dominante.
Proletarios del mundo uníos
Esa proclama de Marx
expresa, en realidad, su desprecio por
la Nación como ámbito mayor de
pertenencia y desarrollo integral, primario e insustituible, de cada pueblo que
merezca ese nombre, es decir de cada pueblo nacional.
Expresa, también, la
creencia de que una ideología de laboratorio como la suya es la salvación para
los desposeídos, olvidando y menoscabando así la enorme influencia que tiene, en todo proceso de liberación
popular, la simultánea liberación nacional, que incluye en forma indispensable
el control nacional de los resortes de la economía.
Digamos, de paso, que
Marx y todos sus descendientes políticos menoscaban hasta hacer desaparecer la
importancia central de la familia como primer e insustituible ámbito de
pertenencia y desarrollo (también de formación) de los seres humanos, es decir,
de los pueblos. De ahí que el experimento soviético exigiera, en su
primera etapa (la más ortodoxamente marxista),
la entrega de los niños al Estado, para que éste los educara…
De ahí, también, la
ligereza con que las izquierdas modernas transforman el matrimonio en simples
uniones civiles “de género” (que tienen legítimo derecho a existir, pero que
pueden confundirse con el matrimonio procreador y educador), y permiten la
adopción de chicos de la más tierna edad por parte de parejas homosexuales. En
otras palabras, para todas las
izquierdas, la familia no existe como el único e insoslayable ámbito de
creación, formación y desarrollo de las personas humanas, de los pueblos.
El “proletarios del
mundo uníos” oculta, a su vez, la cruda realidad de los designios de las
naciones poderosas por dominar en todos los campos (político, económico,
cultural y, si se da el caso, militar) a las más débiles, y arrebatarles sus
riquezas.
Disimula, finalmente,
el complejo de superioridad que invade a Europa y EE. UU. (la Europa de este
lado del Atlántico) respecto del resto del mundo.
Sólo así se explica la
aparente contradicción de que Marx, mientras proclamaba su “proletarios del
mundo uníos”, aprobaba con entusiasmo la invasión franco-austríaca a México
para imponerle un rey europeo… porque con ello se aceleraba el tránsito de los
mexicanos al capitalismo, y de ahí al comunismo.
De todo ello se deduce
que el internacionalismo de Marx, que han heredado sin excepción todos sus
seguidores (aún las actuales “viudas de Marx”, como los eurocomunistas al
estilo de Vattimo y Laclau, o de Tony Negri y Michael Hardt), les impide ver el
verdadero fondo de la lucha por la liberación de los oprimidos y postergados. Con mayor razón, dicho
internacionalismo dogmático y libresco les oculta el único camino de
liberación, que nace en la unidad del pueblo nacional.
He ahí la diferencia
sustancial, de fondo, entre peronismo o ideología nacional y popular, por un
lado, y la izquierda (aún la auténtica) por el otro lado.
Lo más alarmante es
que los propios peronistas…
Entre la violencia y el diálogo
La otra diferencia
notoria, esta vez en el campo de la praxis, es la creencia izquierdista de que
la política es, siempre y fundamentalmente, confrontación sino lucha abierta,
comúnmente a matar o morir y sin cuartel.
Aun los más moderados
izquierdistas, como las citadas “viudas de Marx” y sus imitadores (auténticos o
a sueldo) de Carta Abierta, adhieren a ese tabú de la violencia como única y
deseable partera de la historia. Y el kirchnerismo, si algo tiene de
izquierdista en serio, es su amor por la
destrucción de sus “enemigos”. Me refiero a sus enemigos personales, los
que pueden y pretenden disputarles el poder, sea donde fuere, incluso en las
urnas. El kirchnerismo, más que izquierdista es, en realidad, una máquina de
acumular poder y riquezas, y por eso trata de destruir a sus enemigos.
Vale recordar que los
romanos, hace ya dos mil años, supieron distinguir a los “hostis” (los enemigos de Roma, del pueblo
nacional, diríamos hoy), de los simples “inimicus” (los enemigos personales).
Contra los primeros, la ley ordenaba la guerra abierta. Sobre los segundos, la
ley nada establecía, pues eran asuntos personales, no públicos.
Carl Schmitt, al
fundamentar su tesis sobre la disyuntiva política básica de “amigo/enemigo”,
cita la distinción de los romanos entre “hostis” e “inimicus”.
El kirchnerismo, no
sólo ignora tal distinción, sino que hace al revés: si un “hostis” es amigo
personal, cómplice o testaferro suyo, es bueno; mientras que un “inimicus” de
Cristina, aunque sea un patriota benefactor del pueblo, es y será siempre
destituyente… y destituido.
Frente a esa vocación
por la violencia o confrontación permanente, el peronismo levanta su doctrina
de la Comunidad Organizada, que, en forma simple y resumida, significa:
a)- Reconocer que hay
una mayoría de la población postergada y aun dominada, que tiene derecho a
elevarse a la altura de la dignidad de toda persona humana.
b)- Para ello, el
peronismo impulsa la unidad de los sectores postergados y su agrupamiento en
las llamadas organizaciones libres del pueblo, cuyo arquetipo y principal
instrumento de acción son los sindicatos de trabajadores.
c)- De ahí la
insistencia de Perón y de sus genuinos discípulos en la necesidad de que haya
una sola CGT, unida y fuerte.
d)- Lograda la
organización del pueblo en esas instituciones libres, el peronismo propugna la
creación de ámbitos de diálogo, y aún
de confrontación civilizada de los intereses en pugna, entre las partes
interesadas (trabajadores y empresarios, en este caso), con la participación
del Estado como gerente del bien común y protector de la parte más débil.
De modo que, insisto,
el peronismo no niega ni oculta la puja de intereses “de clase” en la sociedad,
sino que trata de resolverla, hasta
donde se pueda, a través del diálogo,
dejando las medidas de fuerza como la huelga como última instancia ante
situaciones extremas.
Entre dicha doctrina
de la Comunidad Organizada y la violencia como partera única y deseable de la
historia hay un abismo, que, junto con su irremediable internacionalismo,
separa a la izquierda del peronismo.
Eso explica, por otro
lado, la fobia abierta y declarada que
tiene la izquierda en general contra
Perón, el creador de tal ideología y su posterior conductor, y contra el gremialismo peronista que, no
por casualidad, el propio Perón llamó “la columna vertebral” de su creación
política.
Llevada por esa
mentalidad, hoy la presidente almuerza y rinde alegremente homenaje a cualquier
multinacional (sea la minera Barrick,
o la Ford estadounidense), mientras
hace esfuerzos suicidas por destruir a
la CGT.
No es casualidad.
Tampoco es casual que
la presidente alabe teatralmente a Evita (a una Evita “trasvestida” en izquierdista por la magia del relato kirchnerista)
y, de paso, use su figura, mientras
denigra a Perón o “lo supera”… cada
vez que tiene un micrófono a mano y una claque condescendiente y pagada.
A Evita la necesita
como icono femenino, como antecesora
suya de fantasía… porque a Rosa Luxemburgo nadie la conoce en estas tierras
criollas: no sirve para “trasvestirla” en kirchnerista.
Violencia e internacionalismo: otro humanismo
Es necesario remarcar
que la violencia (hoy llamada, más
prolija y tímidamente, confrontación),
elevada a la categoría de partera indispensable y deseable de la historia, no
es una simple cuestión de método, sino
que pasa a formar parte esencial del cuerpo doctrinario del marxismo y de sus
seguidores modernos. Los trabajos de Laclau y Muffe, en Europa, así como los de
Ricardo Forster, Eduardo González y otros voceros y representantes de Carta
Abierta, entre nosotros, así lo demuestra.
De modo que el
internacionalismo y la violencia (confrontación) como método único, o al
menos preferido, son dos rasgos centrales e inseparables de todos los
marxismos, de todas las izquierdas que merezcan ese nombre en forma auténtica,
aún del kirchnerismo que no pasa de ser una izquierda de utilería.
De la misma manera, la
liberación nacional (que incluye el
control nacional de los resortes económicos) y la metodología del
diálogo (que facilita la unidad nacional) inscripta en la doctrina de la
Comunidad Organizada, forman parte indisoluble de la ideología peronista.
Como se puede
comprobar, las diferencias entre
izquierda y peronismo son sustanciales y demuestran claramente que ambas
propuesta políticas responden a humanismos distintos, a diferentes concepciones
del hombre y de la sociedad.
Podemos coincidir con
la izquierda en algunas tareas concretas y puntuales. Jamás podremos confundir una ideología, una
propuesta global, con la otra.
Por ello llama la
atención que peronistas de la primera hora, o al menos formados en las
enseñanzas simples y claras de Perón, hoy se proclamen peronistas y kirchneristas, o peronistas-kirchneristas.