domingo, 24 de abril de 2016

EL LIBRO QUE RECONSTRUYE LA HISTORIA DE LA GUARDERIA MONTONERA EN CUBA


Un documental actualmente en cartel en Buenos Aires reactualizó este episodio colateral de los años de dictadura que la periodista Analía Argento había investigado exhaustivamente en 2013. Extracto.


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Entre los años 1979 y 1983 funcionó en La Habana, Cuba, una guardería "montonera" para los hijos de los militantes que regresaban al país clandestinamente en lo que se llamó la "Contraofensiva". Acaba de estrenarse un documental, "La Guardería", con testimonios de los protagonistas de aquella historia que Analía Argento había investigado y volcado en el libro La Guardería montonera: La vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva (Marea, 2013). A diferencia del film de Virginia Croatto, que es más del orden de una evocación personal y emotiva, el libro de Argento –mediante testimonios, documentos y una investigación in situ-reconstruye el marco histórico y político de este episodio.

A continuación, un extracto:

"Nunca subestimes el poder de la negación". Miguel me lo dijo cuando estábamos sentados frente a frente en un café del barrio de San Telmo una mañana en que llovía torrencialmente sobre Buenos Aires. (...)

Miguel no recuerda pero tenía un año y cuatro meses cuando su papá dejó la guardería de La Habana y también su mamá. Se iban solo por unos días y luego se reencontrarían en Brasil. Ese era el plan. Luego ambos volverían a la guardería donde esperaban sus niños. Solo volvió su papá que les habló y se los llevó a Acapulco a encontrarse con los abuelos que les darían consuelo a Edgardo Binstock y a sus niños, Ana, de cuatro años, y Miguel. Miguel tiene un solo recuerdo de esos días, la pileta de un hotel donde lo mimaron sus abuelos paternos. No recuerda que regresaron a La Habana a pasar unos meses más en la guardería donde en lugar de sus papás ya había otros adultos a cargo. Su memoria arranca en Barcelona donde vivirían durante dos años.

Allí su padre, que no dejó todo pero sí cambió la forma de militancia, se hizo cargo de la política de Derechos Humanos de Montoneros en el exterior y no se separó más de los chicos hasta 1982, cuando emprendieron el regreso a la Argentina y los chicos volvieron con los abuelos, como muchos otros hijos de montoneros, mientras Binstock esperaba en Brasil para poder entrar en el país seis meses después.

Así Miguel, con su año y cuatro meses, perdió a su mamá. Mónica Susana Pinus ("Lucía") fue secuestrada en Brasil y para él se convertía en una mamá desaparecida, una categoría que solo con el paso de los años entendió. Porque no estaba muerta, no. Ni viva.

En la cabeza de Miguel niño –y en sus fantasías– creyó que podía dejar de ser eso que le decían que era, una desaparecida.

Y buscaba, sin encontrarla, por las calles, en los colectivos, en las estaciones de tren, a la salida de la escuela.

En México, en Barcelona, en Argentina al volver. Por si aparecía esa madre desaparecida, por si dejaba de ser lo que le decían que era.

Cuando nos vimos en ese café de San Telmo Miguel tenía ya 34 y su primer hijo once meses. Miguel era mucho más chiquito que su bebé cuando viajó clandestino de Argentina a México y luego a Cuba, cuando lo llamaban "Francisco" –porque su hermanita Ana así le decía– y a su papá "Julián Del Valle", para ocultar su identidad.

Nos juntamos para que me contara lo que él creía que yo debía buscar en La Habana. (...)

"La guardería no es una casa. No vayas a buscar una casa, Analía".


–¿No?
–No.

–Quiero contar cómo era, dónde estaba, qué hacían. Quiero ver las casas de las que tanto hablan.

–Es que la guardería no es un espacio físico.

–¿Y qué es la guardería, Miguel?

–Lo que para cada uno significó. Eso es.

–¿Y para vos qué significó la guardería Miguel?

–Para mí es el lugar donde estuvimos mi papá, mi hermana, yo... y mi mamá.

Hizo un silencio y agregó:

–Es el último lugar donde estuvimos los cuatro juntos.

Entonces me mostró la foto de su mamá con los dedos índice y mayor de la mano derecha en V y en la izquierda un trapeador con el que acababa de lavar el piso de la guardería de Siboney, la primera guardería, la de Novena y 222. En la foto, Mónica sonríe.

Hijos de la Contraofensiva

Ya nadie recuerda el día exacto, pero para fin de marzo o principios de abril de 1979 un matrimonio y doce niños llegaron en un avión de Cubana de Aviación a La Habana.

Héctor Dragoevich ("Pancho") y Cristina Pfluger ("Laura"), fueron recibidos por dos cubanos que no se separarían más de todos ellos desde el primero al último día de la guardería: Jesús Cruz, del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y Saúl Novoa, "El Gaita", nada menos que de Tropas Especiales, cuerpo de élite de las milicias cubanas.

De la docena de chicos que llegaron con Pancho y Cristina solo dos eran sus hijos: Leticia y Ernesto. El mayor del grupo tenía apenas siete años. Se trataba de Carlitos Olmedo, hijo del dirigente montonero (ex FAR, Fuerzas Armadas Revolucionarias) Osvaldo Olmedo.

Los bebés eran dos: María de las Victorias Ruiz Dameri, a punto de cumplir un año, y Claudia Calcagno, de nueve meses.

Los deambuladores que apenas despegaban del piso eran cuatro: Leticia; Malena Olmedo, "La Pelirroja"; Carolina Calcagno y otro niño muy menudo llamado Gabriel. El grupete que rondaba los cuatro años estaba formado por Marcelo Ruiz Dameri, "Luche" Allocati, María Olmedo, Ernesto y una niña llamada Laurita.


Antes de partir, y según hoy recuerda, Pancho fantaseó con que se trataba de un vuelo secreto porque no podría resultar tan fácil que un matrimonio joven volara de un continente al otro con doce supuestos hijos de la mano. Para cuidar de los niños durante el viaje, los acompañaban la mamá de uno de ellos y otra dirigente montonera. Ninguno de los cuatro adultos había preguntado cómo sería la logística del viaje, sino cuándo y dónde, y allí estuvieron listos para partir.

Fue más o menos por los mismos días en que en Madrid se organizaba el primer grupo de niños, cuando a Edgardo Binstock lo convocó el comandante "Roque" (Raúl Yäger).

Binstock estaba en la Argentina y en una situación complicada. Había salido del país y había regresado para hacer interferencias de radio y televisión. En Morón Sur había "levantado" junto a su mujer y sus dos hijos la casa en la que vivió durante mucho tiempo y de pronto tenía que dejar la nueva de Los Hornos, esa desde donde había intentado rearmar Montoneros en La Plata. Les pasó la casa y el auto a otros compañeros, según el método habitual en la Organización. Pero circular por ahí, con esa información, sabiendo de esa casa y que seguiría siendo usada por algunos compañeros no era seguro.

Ni para él ni para los que la ocupaban. Quedarse o irse era un riesgo, pero la disyuntiva no la resolvería él. Desde México le llegó la orden y en los primeros días de 1979 volvió a salir del país. Estaba jugado, especialmente desde que se había reenganchado en Montoneros tras la desaparición de Miguel "El Chufo" Villarreal, casado con Silvia Tolchinsky, prima de su esposa Mónica Pinus.

Al llegar a México, Yäger habló con Edgardo. Le explicó sobre la decisión de poner en marcha la Contraofensiva. Y que necesitaban alguien de confianza como él. Le dijo lo mismo que habían informado y discutido en los distintos encuentros en México y Europa, la ofensiva de los militares había alcanzado su techo, los integrantes de las Fuerzas Armadas estaban divididos en dos: unos programaban una profundización de la represión mientras otros solo apuntaban a consolidar lo hecho en materia económica, política y social. Había una posibilidad de terminar con la dictadura, le dijo, si agrandaban esa grieta con acciones de relevancia y con la fuerza del sector sindical.

El Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, durante una reunión en Roma, había dispuesto poner en marcha la Contraofensiva popular. Como explicó Yäger a Edgardo, supusieron que si empujaban una resistencia social, las Fuerzas Armadas entrarían en contradicción y no podrían repetir la ofensiva de los dos primeros años de la dictadura militar. Suponían también –erradamente, a la luz de los resultados– que había en Argentina posibilidades de insertarse en fábricas, villas y otros sectores, y replicar un plan de propaganda y acciones guerrilleras como atentados a figuras destacadas que simbolizaran el saqueo a la economía argentina y la represión. Imaginaban que con esas acciones sembrarían semillas en tierra fértil para estimular una resistencia social que ellos no percibían aniquilada por el miedo generado por el implacable terrorismo de Estado instaurado desde 1976.

No alcanzaba, pensaban, con las operaciones menores que estaban haciendo como las interferencias a las señales de radio y televisión que el mismo Edgardo acababa de realizar.

"De alguna manera se suponía que con un golpe muy fuerte en puntos vitales del sistema, este se podría desmoronar, abriendo camino a una generación contraofensiva del conjunto de las organizaciones populares", sostiene Roberto Perdía, número dos en la Conducción Nacional de Montoneros, más de treinta años después. Lo escribió incluso a modo de autocrítica en su libro La otra historia. Testimonio de un jefe montonero.

Bajo esos supuestos, en la segunda mitad del año 1979 ingresarían en el país grupos de militantes montoneros en forma clandestina, de a pares o de a tres, y se reagruparían en casas desde donde pondrían en marcha cada una de las acciones planificadas para golpear en esos "puntos vitales" a los que Perdía hacía referencia.

Durante la extensa charla que tuvo con su jefe, Binstock supo que algunos compañeros ya estaban entrenando para la Contraofensiva. Le explicó Yäger que varios, quizá la mayoría, tenían hijos, como él y Mónica. "Chiquitos, como los pibes tuyos, como los nuestros", le dijo. Y agregó que con los pibes no se podía volver, que había información de que los militares se estaban quedando con los chicos y que los usaban para sacar datos a los padres, incluso torturando a los niños.

Le habló del matrimonio que ya estaba pronto a viajar desde España con una docena de niños cuyos padres recibían formación política en ese país y luego entrenamiento militar en El Líbano y en Siria. Le reveló que en México se reuniría otro grupo de niños, en Cuernavaca, 85 kilómetros al sur del Distrito Federal. Y que después se sumarían al grupo de España en la guardería de Cuba. Le explicó que sería sólo por unos meses, el tiempo necesario para desarrollar algunas actividades de las que no le brindaría más detalles, por supuesto, pero que antes de fin de año los militantes volverían, algunos quizás antes, para reencontrarse con sus hijos. Entonces Edgardo pensó que le encomendarían alguna nueva tarea en Argentina y que su jefe estaba buscando la manera de decirle que con Mónica debían separarse de Ana y de Miguel. Cómo le pediría a su mujer que se fuera con él y dejara a los niños no lo sabía, y tampoco si se atrevería a convencerla. Pensó que debía aprestarse para un duro entrenamiento. Y no pudo imaginarse una despedida. Todo eso pensaba cuando Yäger volvió a hablar:

–Vos vas a ser el responsable.

–¿Responsable de las operaciones?

–No. Responsable político de la guardería. Tenés que irte con Mónica y los chicos para Cuba.

Y le contó que la Conducción había resuelto que debía convocar a matrimonios que se ocuparan de los niños, para quienes ir a la guardería fuera una solución, no un problema.

La idea era además que aun llamándolos "tíos", como harían los chicos con los adultos a cargo y con todos los demás compañeros de sus padres, hubiera figuras que representaran los roles materno y paterno.

Binstock era de los leales a la Conducción, como todos los demás que volaron a Cuba. Tal vez por eso no se hizo mención en esa reunión sobre lo que ocurría puertas adentro de la Organización.

Más o menos por los mismos días en que los doce chicos se preparaban en España para volar a Cuba, y cuando Binstock se enteraba de su nuevo rol, ocurrió una importante escisión en Montoneros. En la edición del 25 de febrero de 1979, el diario Le Monde publicó un comunicado firmado por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman en el que anunciaban la renuncia de un grupo de militantes, sacaban a la luz los problemas internos de la organización y cuestionaban el "prolongado alejamiento de la Conducción Nacional del Partido del territorio argentino, y, en consecuencia, de las condiciones reales en que se desarrolla la Resistencia Argentina".

En ese marco se daba la Contraofensiva, que para el capitán Galimberti y el teniente Gelman eran parte del "resurgimiento del militarismo de cuño foquista que impregna todas las manifestaciones de la vida política de las estructuras a las que renunciamos". Hablaban también de "sectarismo maniático que pretende negar toda representatividad en el campo popular a quien no esté bajo el control estricto del partido", de la "burocratización" de la conducción y de la "ausencia de democracia interna."

La respuesta fue divulgada en el mes de marzo. La resolución número cuarenta y cinco fue firmada por los comandantes Mario Firmenich, Raúl Yäger, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Perdía, Horacio Mendizábal y el segundo comandante Domingo Campiglia. Los seis hombres más fuertes del Ejército y del Partido Montonero. El análisis y la resolución final terminaron con la expulsión de los nueve "desertores" y "traidores". En el texto se apuntó también a que el capitán Rodolfo Galimberti, el teniente 1º Pablo Fernández Long, el teniente Roberto Mauriño, el Teniente Juan Gelman, la subteniente Julieta Bullrich (esposa de Galimberti), y los milicianos "afectados voluntariamente a tareas partidarias" Miguel Fernández Long , su esposa Di Fiorio, Victoria Elena Vaccaro (esposa de Pablo Fernández Long) y Claudia Genoud (esposa de Roberto Mauriño) "no han hecho saber en ningún caso y por ningún conducto orgánico su decisión de renuncia publicitada en Francia y que tampoco han reintegrado el dinero que tenían en su poder destinado a diferentes tareas en curso, ni los materiales políticos, de servicios y de seguridad que se hallaban circunstancialmente en su poder. Agregando a las sustracciones mencionadas los presupuestos que Galimberti, Pablo Fernández Long y sus esposas habían recibido para viajar a instalarse en la Argentina, el total de lo hurtado asciende a U$S 68.750".

Afirmaban los jefes en la resolución que "el lanzamiento de la Contraofensiva fue aprobado por unanimidad en la reunión del Consejo Nacional del Partido, reunido en octubre próximo pasado, publicitado sucintamente en el órgano partidario Evita Montonera n° 23 y ratificado plenamente en la reunión de la Conducción Nacional del Partido del último mes de enero".

En el documento se explicitaron públicamente los fundamentos del retorno a la Argentina que protagonizarían los papás de los chicos de la guardería y al que estaban renunciando Galimberti y los demás que lo acompañaban: "La Contraofensiva es una maniobra de características ofensivas, en la que se debe mantener la integralidad de la lucha y cuyo eje principal de desarrollo es la movilización de los trabajadores y la reconquista del poder sindical, siendo la resistencia de los trabajadores el espacio político propio, principal del peronismo montonero, representatividad ganada con el acierto político y heroísmo consecuente con que nuestro Partido inició e impulsó la resistencia a la actual dictadura, habiéndonos constituido en el único sector político nacional que promovió, apoyó con su entrega generosa de sangre y reivindica con absoluta claridad la masificación y el triunfo de la resistencia sindical y popular". (....)

Acerca de la autora: Analía Argento nació en Cinco Saltos, Río Negro, en 1970. Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (UBA), es actualmente Editora Jefa de la Sección Política y Opinión del diario El Cronista Comercial y como columnista política acompaña a Marcelo Zlotogwiazda en Radio del Plata. Su libro De vuelta a casa ha sido declarado de interés histórico, social y cultural por el Concejo Deliberante de su ciudad natal y por la Legislatura de Río Negro. Es coautora, junto con Ana Gerschenson, del libro Quién es quién en la política argentina (Perfil, 1999).



Analía Argento reconstruye en este libro la peculiar historia de la guardería que Montoneros abrió en La Habana para los hijos de los militantes que volvían clandestinos al país

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