Por Pablo Sirvén
Ahora que las graves causas penales que pesan sobre Cristina Kirchner se le vienen encima, hay desesperación entre sus huestes por enchufarle desgracias parecidas al macrismo. La obsesión K por descubrir en el oficialismo bolsos repletos de dinero tan bochornosos como los de José López los lleva a forzar historias hasta niveles disparatados. Así estuvieron toda una tarde como púberes agitados y casi eufóricos en las redes sociales cuando presumieron que en los bolsos de mano de la primera dama, en el aeropuerto de Punta del Este, se escondían parvas de billetes. O peor, en la semana que pasó, cuando calcularon que el Gobierno le estaba condonando a Franco Macri la sideral suma de 70.000 millones de pesos. Hasta el inefable @profeRomero (ex Duro de domar) se relamió al traducirlo como "583 bolsos de López", olvidando que fue el kirchnerismo el responsable durante doce años y medio de no exigir el pago de esa deuda , lo que la fue licuando por efecto de la inflación que se negaban a reconocer. Pero, a diferencia de antes, en el presente los funcionarios aclaran y la Justicia investiga en tiempo real, no una década más tarde. Y eso es lo que debe hacerse para salir de dudas, como pidió ayer la vicepresidenta Gabriela Michetti. Una práctica que nunca llevó a la práctica el régimen anterior.
Mientras tanto, Cristina Kirchner tiene el mismo efecto en el seno del justicialismo que el DIU en el útero de las mujeres: su sola presencia crispada y mediática impide que se geste el nuevo líder que ponga a ese movimiento en aptitud electoral para este año y, en particular, para las presidenciales de 2019. Hoy esa mayoría compacta que la ungió presidenta por segunda vez en 2011 luce dispersa y desorientada. Y partida, por lo menos, en tres pedazos: el kirchnerismo duro, el pejotismo y alguien que, para decirlo en la jerga del General, "sacó los pies del plato" como Sergio Massa (por ahora, para seguir con las metáforas ginecológicas, sólo un amague de embarazo ectópico, con pronóstico reservado).
Es un escenario más que ideal para el oficialismo: si las tres partes juegan al mismo tiempo y por separado, el triunfo de Cambiemos estará prácticamente asegurado.
Para aliviar el síndrome de abstinencia de las cadenas nacionales, que en los tiempos inmediatamente anteriores a dejar la presidencia Cristina Kirchner solía usar hasta más de una vez por semana, apela últimamente a videítos, que sube a sus redes sociales, donde acentúa sus dotes histriónicas, ya advertidas hace unos años por Adrián Suar.
Desde la muerte de su marido, en 2010, la ex presidenta, de manera progresiva, fue involucionando para ir dando más rienda suelta a un perfil combativo, que fluctúa entre lo pintoresco y lo desmesurado. Sus habilidades de estimable oradora legislativa, mantenidas en sus primeros tiempos presidenciales, se fueron volviendo con el tiempo más pendencieras y repetitivas.
Las irrupciones pospresidenciales de Cristina, tanto las que ella misma genera, como las involuntarias (noticias judiciales, escuchas), tienen efectos paradójicos. Además de funcionar como un potente DIU que no deja que germine ningún nuevo líder peronista, obra como un relato en paralelo que termina favoreciendo al Gobierno por su prédica panfletaria y las revelaciones tribunalicias que no paran de involucrarla gravemente con hechos de corrupción. Sabe llamar la atención y atraer a los medios con su prédica airada, mucho más que las áridas noticias macroeconómicas. A su vez, la ex presidenta nunca utiliza esas incursiones para dar, al menos, una mínima versión sobre las causas en las que está implicada. Directamente las ignora. Prefiere despotricar contra un "gobierno de fotos" y el "entramado mediático, judicial y de los servicios".
Como el "¿Qué te pasa, Clarín que estás nervioso?", de Néstor Kirchner, que pasó de ser una amenaza inquietante a un latiguillo risueño que hasta repetían en las distintas plataformas de ese multimedio, el "Soy yo, Cristina, pelotudo", de la escucha telefónica, con el paso de los días también tiende rápidamente a la caricatura, con el intenso uso humorístico de ese audio que hacen los medios audiovisuales. Hasta ya circulan remeras estampadas con esa frase, que la propia Cristina Kirchner publicitó por Telegram. "Ahora me denuncian por malas palabras", escribió. Aunque claramente nadie la denunció por eso -ella sí presentó una denuncia penal por las escuchas- le sirve para igualar ese "hecho alternativo", como dirían desde el entorno de Donald Trump, con las causas reales que deberá enfrentar por haberse vuelto multimillonaria siendo ella y su finado esposo funcionarios públicos desde hace más de un cuarto de siglo, un enigma que hasta el momento nadie ha sabido explicar.
Su referencia soez al Partido Justicialista no sólo confirma su desprecio de siempre a esa estructura -siendo presidenta confesó que en 1973 había votado a Juan Perón desde el FIP, de Jorge Abelardo Ramos-, sino que resulta muy revelador de que cuando estuvo en la cima del poder no sólo la ninguneó, sino que, como una de sus ásperas metáforas sugiere, fue mucho más allá, usando y descartando a los dirigentes de su espacio político según satisficieran, o no, sus bajos instintos políticos.
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