viernes, 26 de octubre de 2018

DE SANTOS, HÉROES Y FARSANTES

“La historia argentina es una historia de desencuentros, pero no son desencuentros kafkianos, producto de una casualidad casi inaudita en la que por instantes, casi por nanosegundos, la gente no se encuentra. La nuestra es una historia de desencuentros como resultado de la causalidad definida de no querer encontrarse.”

Por  Jose Luis Milia

Hemos convertido a la argentina en un muladar social, donde el uso de una historia falsa basada en el único pensamiento permitido en la república a partir de 1983 es el motor necesario para que el odio se incremente de manera exponencial, odio que ha permitido, a partir de la aridez intelectual y la cobardía moral de los que se autodenominan “dirigentes políticos”, que un sistema basado en lo “políticamente correcto” prostituyera las normas más elementales de la justicia y arrastrara por el barro de la indecencia los valores morales que, en su momento, la Argentina se preciaba de poseer.

Hoy, esta tierra vive agobiada en una trinchera perpetua donde lo más parecido donde lo más parecido a encontrarnos con el otro es gritarnos a la cara todo el aborrecimiento que sentimos olvidando que, como bien decía Camus, “un hombre sin ética es solo una bestia salvaje soltada en el mundo” y todos, absolutamente todos, nos hemos contagiado de la inmoralidad reinante. De esta manera, nos es perfectamente factible aceptar que un argentino, aunque esté en los confines del mundo, actuará, no en función de su conciencia, sino maquinando de qué manera puede llevar agua a su molino, aunque esta riada de intereses ilegítimos genere un mal irreparable a sus compatriotas.


La necesidad de contar con una red que los salvara del castigo por los robos cometidos y por cometer hizo que los Kirchner inventaran un relato que convertía en “héroes” a terroristas y delincuentes caros a la izquierda. No en vano el Supremo Ladrón había acuñado el precepto: “la izquierda te da fueros”. Ello permitió el salvaje saqueo del estado mientras asistíamos a una etapa de venganza brutal consecuente con la elaboración de un relato falsificado en el que, asesinos, traidores y terroristas, se reencarnaban en héroes inmaculados, mientras “progres” y zurdos batían palmas.

Hoy vemos que el relato, esa manipulación espuria de falsedades y desatinos, no es privativo de un desquiciado que asaltó el poder en la Argentina en 2003, también el papa Bergoglio ha echado mano de él y ha sentado las bases para convertir en “beatos” a terroristas y asesinos habilitando el camino del martirio, previo a la beatificación, para el obispo Angelelli y su banda.

No hace falta ahondar en quien era el obispo Angelelli; tercermundista radicalizado hizo de su diócesis el aguantadero de pistoleros del ERP y de Montoneros y el asilo donde curas suspendidos o renegados, implicados en tenencia de explosivos o asistencia “espiritual” a guerrilleros, encontraba cobijo y faena. Persiguió, como un Torquemada cualquiera a cuanto sacerdote o laico se opusiera a sus designios y privó de asistencia espiritual a su provincia mientras deliraba con sus sueños revolucionarios.

Mons. Bernardo Enrique Witte, obispo de La Rioja entre 1977 y 1992

Que el obispo no murió asesinado y si en un accidente de automóvil, lo demostró Mons. Witte en 1988, pero este accidente no tiene mayor significado que aceptar que quizás fue la manera que Divina Providencia usó para castigar a quien exaltaba la indisciplina y la violencia. Pero la verdad es que nada hay que pueda decir que transitó el camino del martirio.

Cabe preguntarse por que hace esto el papa Bergoglio. ¿Por política? ¿Por maquinación “jesuítica”? ¿Por qué decidió salir de su catacumba montonera? Todas estas preguntas solo sirven para abonar teorías conspirativas que a nada llevan; quizá lo único que puede ser tenido en cuenta es la pertenencia del Vicario a una iglesia, la argentina, insubstancial como pocas y especializada -más allá de las honrosas excepciones que esta generalización conlleva- en producir administradores y no pastores, más preocupada en mostrar la vidriera de unos pocos curas “comprometidos” con una“ideología”, que en considerar por igual a todas sus ovejas, y que ha perdido a manos de los evangelistas el poder de convocatoria que otrora tuvo, porque si algo es cierto, es que las masivas manifestaciones contra el aborto lo fueron por la decisión de los laicos más que por la llamadas de los curas. Una iglesia que, siendo parte de un pueblo que se volvió acomodaticio y timorato y lo siguió en este camino por no tener el coraje de cambiarlo. Una iglesia que, bien a la argentina y hablando de cantidades, no se conforma con poco -al fin y al cabo el santo Cura Brochero es solo uno- y procura inventarse beatos de ocasión aún cuando esta oferta fraudulenta de “santos” solo sirva para banalizar la Sanctitas, esa perfección que emana de una estrecha unión con Dios.


Si hubiera algo de caridad, si la misericordia primara en las acciones de los “administradores” que componen la conferencia episcopal y por un solo momento tuvieran ellos el corazón abierto al dolor de sus ovejas, sabrían que si de algo estuvo sobrada la Argentina en los setenta fue de caminos de martirio. Pero claro, sería una incorrección política atroz beatificar a un coronel, secuestrado, torturado y finalmente asesinado.

No desfallezcamos, el papa Bergoglio no es Pío XII ni san Juan Pablo II, pero tampoco es el anticristo o el papa Borgia. En unos años será uno más en la larga lista de papas que nos muestran los libros de historia y será esta quien lo juzgue. Nada de lo que pasa hoy es más grave que lo que la Santa Madre Iglesia tuvo que soportar en 1054 o a partir de 1517. Los graves errores, conscientes o inconscientes, de este pontificado se sumarán a todos los otros cometidos por los hombres que, para bien o para mal, rigieron los destinos de la Iglesia desde Pedro en adelante; errores, muchos de ellos gravísimos pero que solo demuestran la fortaleza eterna de la Roca. Los papas, con sus aciertos o errores, pasan pero la Iglesia queda.

Jose Luis Milia


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