Por Rogelio Alaniz
I
En elecciones democráticas el principio de legitimidad lo otorga el pueblo, los ciudadanos. Así de simple y sencillo. Yo puedo tener mi opinión, me pueden fastidiar las opiniones de otros, pero en todos los casos debo aceptar el veredicto de las urnas. Los comentarios acerca de votantes equivocados no tienen ninguna relevancia. Tampoco ciertas opiniones catastrofistas respecto de la condición de los argentinos. Al que se resigna a la fatalidad de que en este país la única alternativa es el exilio, que se exilie, pero en términos políticos yo debo partir del dato cierto que más del 98 por ciento de los argentinos se van a quedar y por lo tanto entre todos debemos hacernos cargo de decidir qué vamos a hacer con el país que fue y es de nosotros, de nuestros padres y de nuestros hijos. Si no nos ponemos de acuerdo en este punto, la política como actividad destinada a resolver la convivencia no tiene ninguna posibilidad, que es como decir que no tenemos destino como Nación.
II
Los resultados de los comicios del domingo no los esperaba ni el oficialismo ni la oposición. Ya habrá tiempo para reflexionar sobre esta “sorpresa”, pero ahora lo que importa es pensar en tiempo presente, es decir, pensar qué puede pasar en el país con los resultados de un proceso electoral que fue convocado para una cosa pero evidentemente decidió otra. Legalmente se convocó a elegir candidatos partidarios, cuando en realidad se votó para presidente. Si la elección hubiera estado reñida, no habría tenido más valor que el de una encuesta creíble, pero si la diferencia entre unos y otros superaba los diez puntos, dejaba de ser una encuesta para transformarse, por lo menos, en una tendencia firme, cuando no irreversible, para octubre. Como todos tuvimos oportunidad de experimentar, lo que sucedió fue esto último, es decir, la oposición expresada por Alberto Fernández ganó por una diferencia de más de quince puntos. Legalmente no pasó nada, pero políticamente pasó todo. O casi todo.
III
El oficialismo fue derrotado, pero nadie lo va a convencer a renunciar a su derecho de presentarse a las elecciones previstas para octubre. En primer lugar, porque así lo dice la ley; en segundo lugar, porque ningún político de garra se da por vencido sin antes dar la batalla; y en tercer lugar, porque aunque su candidato a presidente sea derrotado, hay gobernaciones, diputaciones y senadurías a disputar. Una propuesta política puede perder las elecciones presidenciales, pero lo que no puede perder es el derecho a ejercer la oposición con la mejor y más amplia representación política posible. Tampoco se le puede negar la ilusión o la esperanza de que en sesenta días pueda revertir un resultado que a primer golpe de vista es inmodificable.
IV
Si el problema del gobierno de Macri fuera solo prepararse para competir dentro de dos meses, la situación nunca sería sencilla, pero sí despejada. La dificultad central que se presenta en esta coyuntura es que Macri, además de competir como candidato, debe gobernar y debe gobernar en un escenario muy cercano al naufragio y en el que los márgenes para tomar decisiones acertadas se estrechan peligrosamente. Las turbulencias económicas y financieras demuestran, en primer lugar, que nuestra economía estaba lo que se dice “atada con alambre”. Como confirmando el principio que “sobre llovido mojado”, el candidato opositor Alberto Fernández no vaciló en reclamar un dólar “recontraalto”, imitando a aquel compañero de su partido que en circunstancias más o menos parecidas hizo lo mismo con Alfonsín. Macri es probable que sea responsable de esa economía atada con alambre, pero también es muy probable que Fernández sea responsable de haber hecho todo lo posible para que el andamiaje empiece a hacer agua.
V
En este contexto se habla y se repite que es necesario preparar la transición. Presentado así suena bien, pero apenas se reflexiona un instante las dificultades se imponen. Macri por un lado no puede y no debe admitir que en una elección para candidatos internos se haya definido la suerte de su gobierno. Por otro lado, no puede desconocer el rigor de los hechos. Digamos que Macri debe convivir con su condición de candidato y presidente, y lo temible o lo trágico de todo esto es que la lógica de uno tiende a oponerse a la lógica del otro. El candidato, debe plantearse derrotar a la oposición; el presidente en el actual contexto debe convocarla para que colabore en la resolución de la crisis abierta. Los recientes discursos contradictorios de Macri, se explican por esta tensión.
VI
Alberto Fernández juega con la comodidad de un opositor que además está ganando y sabe que ocurra lo que ocurra los costos políticos y sociales los pagará el oficialismo. En términos prácticos la victoria tiene serias posibilidades de caer rendida a sus pies sin necesidad de que él tenga que hacer nada. Incluso, desde la lógica descarnada del poder, le convendría que el gobierno de Macri sea consumido por las llamas de la crisis. Cuanto más voraz sea el incendio, más cómoda sería su situación. ¿Está mal, esta bien? Por ahora no respondo a esa pregunta. Lo que digo es que la lógica del poder es ésa y en estas circunstancias y con el peronismo afilándose los dientes, no hay demasiadas variables para atender. Macri no puede admitir que está derrotado. Y a Fernández le alcanza y le sobra con balconearla o jugar al “gato maula con el mísero ratón”.
VII
El problema es que en medio de todas estas travesuras está el pueblo, el que en términos prácticos pagará los platos rotos con lo que tiene y con lo que no tiene. ¿Dispone de margen ese pueblo para impedirlo? Lo dispone, pero no es muy ancho. En países vecinos, como Brasil, Chile, Uruguay, las transiciones se organizan con más recato y responsabilidad. Y, sobre todo, esforzándose por proteger a la gente. En Uruguay, cuando el presidente Batlle se caía a pedazos, el izquierdista Frente Amplio que tenía muchas asignaturas pendientes a cobrarle, se ofreció para ayudar a que concluyera su mandato. Algo parecido hicieron Lula y Cardoso y Bachelet y Piñera. En la Argentina, la experiencia histórica nos enseña que esa “generosidad” no ha existido. Los ejemplos de Alfonsín y De la Rúa son aleccionadores. ¿Se sumará Macri a esta lista? No lo sé. ¿Fernández se comportará como sus anteriores compañeros o como lo exigirían los grupos más radicalizados de la causa K? Tampoco lo sé. Pero a favor de Fernández corresponde señalar que sus declaraciones han sido moderadas y no arrojan nafta al fuego, por el contrario, sus discretísimos contactos con Macri dan cuenta de un comportamiento responsable que en un futuro inmediato se sabrá si es verbal o si tiene consecuencias prácticas.
VIII
El peronismo se prepara para conquistar el poder y, a decir verdad, dispone de muchas posibilidades para hacerlo. ¿El peronismo o el kirchnerismo? Diría el peronismo, un peronismo que incluye al kirchnerismo. Fernández fue instalado como candidato por Cristina y la pregunta del millón es si se comportará como un delgado de ella o si cobrará autonomía. En lo personal le debe lealtad a Cristina y en lo político hasta ahora el poder real lo ejerce ella. De todos modos, las cumbres del poder son demasiadas complicadas como para suponer que los cables de alta tensión que la atraviesan no puedan entrar en corto circuito. Hay demasiados intereses en juego como para creer que la lealtad personal alcance para conjugarlos. La historia enseña que alianzas mucho más fuertes y lealtades mucho más íntimas se hicieron trizas en la fragua de la política. Las diferencias entre Fernández y Cristina puede que sean simuladas, que otras se resuelvan con un guiño cómplice, pero sospecho que hay algo más. Por lo pronto, como en toda burocracia política emergerán las diferencias entre cristinistas y fernandistas. Y habría que prestar atención a las tensiones entre un populismo más institucionalizado y otro más antisistema.
III
El oficialismo fue derrotado, pero nadie lo va a convencer a renunciar a su derecho de presentarse a las elecciones previstas para octubre. En primer lugar, porque así lo dice la ley; en segundo lugar, porque ningún político de garra se da por vencido sin antes dar la batalla; y en tercer lugar, porque aunque su candidato a presidente sea derrotado, hay gobernaciones, diputaciones y senadurías a disputar. Una propuesta política puede perder las elecciones presidenciales, pero lo que no puede perder es el derecho a ejercer la oposición con la mejor y más amplia representación política posible. Tampoco se le puede negar la ilusión o la esperanza de que en sesenta días pueda revertir un resultado que a primer golpe de vista es inmodificable.
IV
Si el problema del gobierno de Macri fuera solo prepararse para competir dentro de dos meses, la situación nunca sería sencilla, pero sí despejada. La dificultad central que se presenta en esta coyuntura es que Macri, además de competir como candidato, debe gobernar y debe gobernar en un escenario muy cercano al naufragio y en el que los márgenes para tomar decisiones acertadas se estrechan peligrosamente. Las turbulencias económicas y financieras demuestran, en primer lugar, que nuestra economía estaba lo que se dice “atada con alambre”. Como confirmando el principio que “sobre llovido mojado”, el candidato opositor Alberto Fernández no vaciló en reclamar un dólar “recontraalto”, imitando a aquel compañero de su partido que en circunstancias más o menos parecidas hizo lo mismo con Alfonsín. Macri es probable que sea responsable de esa economía atada con alambre, pero también es muy probable que Fernández sea responsable de haber hecho todo lo posible para que el andamiaje empiece a hacer agua.
V
En este contexto se habla y se repite que es necesario preparar la transición. Presentado así suena bien, pero apenas se reflexiona un instante las dificultades se imponen. Macri por un lado no puede y no debe admitir que en una elección para candidatos internos se haya definido la suerte de su gobierno. Por otro lado, no puede desconocer el rigor de los hechos. Digamos que Macri debe convivir con su condición de candidato y presidente, y lo temible o lo trágico de todo esto es que la lógica de uno tiende a oponerse a la lógica del otro. El candidato, debe plantearse derrotar a la oposición; el presidente en el actual contexto debe convocarla para que colabore en la resolución de la crisis abierta. Los recientes discursos contradictorios de Macri, se explican por esta tensión.
VI
Alberto Fernández juega con la comodidad de un opositor que además está ganando y sabe que ocurra lo que ocurra los costos políticos y sociales los pagará el oficialismo. En términos prácticos la victoria tiene serias posibilidades de caer rendida a sus pies sin necesidad de que él tenga que hacer nada. Incluso, desde la lógica descarnada del poder, le convendría que el gobierno de Macri sea consumido por las llamas de la crisis. Cuanto más voraz sea el incendio, más cómoda sería su situación. ¿Está mal, esta bien? Por ahora no respondo a esa pregunta. Lo que digo es que la lógica del poder es ésa y en estas circunstancias y con el peronismo afilándose los dientes, no hay demasiadas variables para atender. Macri no puede admitir que está derrotado. Y a Fernández le alcanza y le sobra con balconearla o jugar al “gato maula con el mísero ratón”.
VII
El problema es que en medio de todas estas travesuras está el pueblo, el que en términos prácticos pagará los platos rotos con lo que tiene y con lo que no tiene. ¿Dispone de margen ese pueblo para impedirlo? Lo dispone, pero no es muy ancho. En países vecinos, como Brasil, Chile, Uruguay, las transiciones se organizan con más recato y responsabilidad. Y, sobre todo, esforzándose por proteger a la gente. En Uruguay, cuando el presidente Batlle se caía a pedazos, el izquierdista Frente Amplio que tenía muchas asignaturas pendientes a cobrarle, se ofreció para ayudar a que concluyera su mandato. Algo parecido hicieron Lula y Cardoso y Bachelet y Piñera. En la Argentina, la experiencia histórica nos enseña que esa “generosidad” no ha existido. Los ejemplos de Alfonsín y De la Rúa son aleccionadores. ¿Se sumará Macri a esta lista? No lo sé. ¿Fernández se comportará como sus anteriores compañeros o como lo exigirían los grupos más radicalizados de la causa K? Tampoco lo sé. Pero a favor de Fernández corresponde señalar que sus declaraciones han sido moderadas y no arrojan nafta al fuego, por el contrario, sus discretísimos contactos con Macri dan cuenta de un comportamiento responsable que en un futuro inmediato se sabrá si es verbal o si tiene consecuencias prácticas.
VIII
El peronismo se prepara para conquistar el poder y, a decir verdad, dispone de muchas posibilidades para hacerlo. ¿El peronismo o el kirchnerismo? Diría el peronismo, un peronismo que incluye al kirchnerismo. Fernández fue instalado como candidato por Cristina y la pregunta del millón es si se comportará como un delgado de ella o si cobrará autonomía. En lo personal le debe lealtad a Cristina y en lo político hasta ahora el poder real lo ejerce ella. De todos modos, las cumbres del poder son demasiadas complicadas como para suponer que los cables de alta tensión que la atraviesan no puedan entrar en corto circuito. Hay demasiados intereses en juego como para creer que la lealtad personal alcance para conjugarlos. La historia enseña que alianzas mucho más fuertes y lealtades mucho más íntimas se hicieron trizas en la fragua de la política. Las diferencias entre Fernández y Cristina puede que sean simuladas, que otras se resuelvan con un guiño cómplice, pero sospecho que hay algo más. Por lo pronto, como en toda burocracia política emergerán las diferencias entre cristinistas y fernandistas. Y habría que prestar atención a las tensiones entre un populismo más institucionalizado y otro más antisistema.
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