miércoles, 3 de junio de 2009

Gramsci en la picota



El éxito de Berlusconi se debe a una izquierda inservible devorada por escándalos y peleas

Por Pilar Rahola

No hay nadie más elegante, que un italiano elegante. Y por la misma, no hay nadie más hortera, que un buen hortera italiano. Fellini da buen testimonio de ello, en sus espléndidas películas. Y lo da también este fino conocedor del alma dual italiana, Silvio Berlusconi, cuya capacidad para ser un tipo de traje elegante y lengua vulgar ha llegado a cotas realmente notables. Ahora que toda Italia está pendiente de sus devaneos con la aspirante a velina Noemi, la menor que le llama papi, el horterismo ha entrado en la categoría de pura bazofia. Para muestra el botón de las puyas que le ha ido enviando su ex mujer Veronica Lario: "Muchos padres son capaces de cerrar los ojos y entregar a sus vírgenes al dragón, a cambio de fama y dinero".

Pero Silvio Berlusconi es mucho más que un ligón de playa que va paseando su vetusto cuerpo multioperado por las pupilas de las jóvenes con ambiciones. Es un político correoso que ha sobrevivido a sus propias y sonoras miserias, muchas de ellas judiciales, con la conciencia tan llena de bótox como su propia cara. Auténtico padre padrone de la vida italiana, su influencia va más allá de la ingente fortuna que poseeydel imperio mediático que domina, es el poder de un auténtico césar. Cual émulo del pasado glorioso de su propio país, Berlusconi ha dinamitado el tradicional caos político italiano -el perfecto desorden ordenado-, para imponer una sola vara, y con ello ha arrastrado al Parlamento, a los tribunales, a los medios de comunicación, a la curia y al global de un país que lo critica tanto como lo vota masivamente.

"¿Cómo hemos llegado hasta aquí?", "¿cómo lo hemos permitido?", se preguntan y lloran las izquierdas despistadas. Y las respuestas, por mucho que las ignoren, habitan cerca de sus propias casas. Berlusconi no es una Amanita phalloides nacida por generación espontánea, y cuyo efecto venenoso ha contaminado el alma italiana. Muy al contrario. Berlusconi es el resultado de décadas de deriva política, con unos parlamentos inestables y erráticos, tan estrechamente vinculados a actividades poco nobles, que incluso llevarona unpresidente emblemático como Bettino Craxi a huir de la justicia y exiliarse en Túnez. Sus presuntas y bonitas relaciones con la mafia, tan valientemente denunciadas por la operación Manos Limpias, quedaron al descubierto, aunque eran secretos a voces.

Si Berlusconi reina entre los mortales del viejo imperio, su ascenso no se debe sólo a su enorme capacidad de seducción, bien apuntalada por el fútbol y la televisión. Se debe al hundimiento catastrófico de una izquierda italiana inservible, devorada por las peleas, los escándalos y la incapacidad política, y cada día más alejada de la realidad de sus ciudadanos. Berlusconi es un populista demagogo, pero llega a los terrenales.

Los múltiples líderes de la izquierda italiana ni tan sólo saben qué quieren ser de mayores, y su vida de Penélopes tejiendo eternamente la madeja de su identidad va pareja a su desastre como gestores. El último gobierno de izquierdas es el botón de muestra de esa incapacidad. Es así como, entre un lío monumental de líderes, ideas y poco sentido del poder por parte de la izquierda, sumado al descrédito moral de su pasado, los italianos han abandonado a la sinistra para caer en manos del dragón. "Es corrupto, pero sabe llevar una empresa", dicen tranquilamente muchos de ellos, perdonando el impenetrable lado oscuro del presidente. "Total, los otros son iguales, pero lo hacen peor". Además, este presidente tiene una vena cómica muy italiana, y alimenta, como nadie, el espectáculo público.

La pregunta no es cómo ha llegado Berlusconi. La pregunta es dónde esta Gramsci. ¿Se acuerdan? Italia era el camino que seguir, la izquierda razonable. Pero también eso fue mentira. En realidad, más allá del lúcido intelectual de Cerdeña, la sinistra italiana ha sido un atajo de incompetentes, algunos de ellos profusamente corruptos, y la mayoría ineptos. Que llegara Berlusconi era una cuestión de tiempo.

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