Por el Prof. Lic. Carlos Pachá
Las verdaderas causales de ese acontecimiento se remitían a 1835, cuando Juan Manuel de Rosas entre las diversas medidas administrativas y económicas que toma al iniciar su mandato, sanciona la Ley de Aduanas.
Esta medida implica definirse por una política económica proteccionista que tantos beneficios traería al país. Pero claro, afectaba los intereses de los propulsores del libre cambio (especialmente la prohibición de la libre navegación de los ríos interiores) cuyos verdaderos beneficiarios eran las potencias imperialistas de la época, Francia e Inglaterra. Esto fue considerado como un exceso de Rosas ganándose la animadversión de los comerciantes extranjeros y del cipayaje vernáculo, siempre prestos a rendir pleitesía a los amos foráneos, aún a costa de su propia patria.
En las casi dos décadas de este gobierno el país estuvo ensangrentado por conflictos externos e internos. No obstante ello y los bloqueos sufridos el país progresó económicamente, lo que demostró a las claras los beneficios del proteccionismo.
En toda la década del cuarenta el país había soportado en sus costas las incursiones de naves francesas, inglesas, brasileñas y las correrías del pirata Garibaldi que los mencionados apañaban. (Recordemos Costa Brava; Vuelta de Obligado; Tonelero; Punta del Quebracho; San Lorenzo; Acevedo; Ensenada, etc. Y Garibaldi en Gualeguaychú; Gualeguay; Concordia; Paysandú, etc.)
Hacia finales de la década del 40 y ya firmadas la paz honorable con Francia e Inglaterra, se desencadena la guerra contra Brasil, el permanente tironeo por recuperar nuestra Banda Oriental (Uruguay) haría inevitable la declaración de la misma.
Argentina reunía un ejército más poderoso y veterano, teníamos inmensa superioridad en infantería y caballería, incluso Rosas había provisto al país de armamentos más modernos, especialmente de artillería. En donde Brasil era superior era en la Armada, contaba con una flota de navíos de guerra importante, pero sus soldados carecían de preparación y motivación. Brasil recurría a mercenarios alemanes que muchas veces cambiaban de bando. Incluso soportaba la revuelta de los “farrapos” de Río Grande, que Rosas pretendía incorporar a nuestro territorio.
Pero en el centro de nuestra “espina dorsal” teníamos clavado el aguijón de un traidor a la patria: Justo José de Urquiza. Este codicioso personaje que se enriquecía junto al gobernador Antonio Crespo abasteciendo a la plaza de Montevideo sitiada por el ejército federal conducido por Manuel Oribe. Esto acontecía en momentos en que Urquiza era el general en Jefe del Ejército de Operaciones de nuestro país. Por ello hay una doble traición en su pronunciamiento del 1º de mayo 1851, en realidad un golpe de Estado. Urquiza pretende segregar las provincias del litoral para crear un Estado autónomo del cual él sería su señor feudal. Con este objetivo Urquiza se ofrece a los brasileños para combatir a Rosas y en esa coyuntura, obviamente, a su propio país. La monarquía carioca no pueden dar crédito a esta sorpresiva oferta y la toman, incluso se comprometen a financiar toda la campaña con empréstitos de 100.000 patacones mensuales para Urquiza durante cuatro meses al 6% mensual y garantizado por letras del tesoro nacional.
Rosas declara la guerra el 18 de agosto
El llamado Ejército Grande se formará con las huestes de Urquiza con todos sus jefes con la excepción del honorable Hilario Lagos que no se sumará a esa traición colectiva. Algunos uruguayos y la mitad de ese Ejército lo agregará Brasil. Alrededor de 12.000 hombres del ejército imperial (“Ejército chico”) se establecerán en Colonia, al comienzo y hasta la rendición de Oribe. Porque Urquiza había avanzado sobre Oribe para desguarnecer las espaldas de Buenos Aires, había logrado la capitulación del sitiador de Montevideo casi sin combatir y había incorporado forzosamente a mucho de los vencidos a sus propias filas.
Por Punta Gorda o Diamante Urquiza invadió el país con casi 30.000 hombres y comienza un acelerado avance hacia Buenos Aires. Este ejército sólo será hostilizado por partidas móviles al mando de Hilario Lagos. Contrastando con esta actitud el jefe más importante federal, Ángel Pacheco, demostraba una inexplicable inmovilidad, que algunos autores explican por diferencias con Rosas en la conducción de la guerra. El colofón del entredicho concluirá con la deserción de Pacheco y Rosas asume el mando de su ejército.
En la noche del 2 de febrero Rosas reúne la junta de guerra, la integraban Pinedo; Juan José Hernández; Mariano Maza; Chilavert (Que luego de Obligado se había puesto a las órdenes de Rosas); Santa Coloma; Lagos; Pedro Díaz; Jerónimo Costa y otros jefes. Propusieron retrogradar hasta Buenos Aires para mejor defender la ciudad aunque implicara una lucha casa por casa, Rosas se niega terminantemente a exponer a la ciudad al cañoneo de las naves brasileñas. Prefirió enfrentarse en campo abierto y ocupa Morón con 10.000 infantes, 12.00 de caballería y 60 cañones. La artillería comandada por Chilavert se acantonó en el Palomar de Caseros. Rosas le cedió el honor de efectuar el primer disparo y lo hizo todo el tiempo cañoneando a las tropas brasileñas.
La batalla que implicó la participación de casi 50.000 hombres tuvo una corta duración, escasas tres horas habían bastado para proclamar el triunfo de Urquiza y los brasileños.
Rosas no tenía preparación militar como para conducir una lid de tamaña envergadura y la defección de Pacheco, “su mejor espada”, se hizo sentir.
Lo que vino después fue grave y enmascarado por nuestra historia “oficial”. Urquiza declamó la funesta frase de “ni vencedores ni vencidos” (un siglo después la repetiría otro golpista, Lonardi) cosa que no se cumplió. Los gauchos de la llamada “División Aquino” que habían sido incorporados por la fuerza y que pertenecían al ejército de Oribe, apenas pisaron tierra argentina se sublevaron matando al jefe impuesto, Coronel Aquino, y se habían reintegrado a las huestes federales. Estos hombres (más de 500), fueron cazados uno por uno, fusilados, despanzurrados y colgados de los árboles de los bosques de Palermo. El coronel Martín Santa Coloma fue degollado en el atrio de una iglesia. Martiniano Chilavert, que fue el último en rendirse porque ya no tenía municiones, fue conminado a arrepentirse y volver a las filas unitarias. Chilavert repondió que mil veces haría lo mismo en defensa de su patria, Urquiza ofuscado mandó que le pegaran cuatro tiros por la espalda como se ajusticiaba a los traidores y cobardes. El bravo condenado se obstinó en no morir de espaldas y fue rematado a culatazos y bayonetazos. En fin corrieron ríos de sangre en Buenos Aires derramados por los “libertadores”. Poco años después Urquiza se retiraría de la política nacional y se dedicaría a cuidar esa grande estancia de Entre Ríos que le pertenecía en vidas y haciendas, disfutaría tanto de su oro como de sus mujeres, con las que produjo una descomunal prole. Su lugar sería ocupado por dos personajes que venían embarcados como “boletineros” es decir, correspònsales de guerra uno era Bartolomé Mitre y el otro el inefable Domingo Sarmiento quien arribaba a nuestras costas ataviado con un vistoso uniforme de coronel francés.
La revancha brasileña se daría en que por fin derrotaron a fuerzas argentinas, por ellos la batalla lleva el nombre de Caseros, porque allí lucharon contra Chilavert. Normalmente el nombre de las batallas se compone por el lugar geográfico en donde se encuentran los jefes de ambos ejércitos: Rosas y Urquiza se habían enfrentado en Morón, este debió ser el legítimo nombre de la batalla.
Los brasileños impusieron la espera de 17 días para realizar el desfile de la victoria. Desfilaron por las calles de Buenos Aires (la hoy Florida) el 20 de febrero aniversario de la gloriosa batalla de Ituzaingó (1827) en que las fuerzas argentinas al mando de Alvear, Lavalle, Olazábal, Brandsen, Paz, Mansilla, Brown y otros despedazaron y pusieron en fuga al ejército imperial.
Por si fuera poco Argentina debió pagar peso por peso, más intereses, obvio, el cuantioso préstamo que “generosamente” nos habían concedido para remontar nuestro ejército.
Años después Urquiza sería salvajemente asesinado, por una partida encabezada por el caudillo cordobés Simón Luengo, reafirmando la vieja sentencia: “Roma no paga traidores…”
Prof. Lic. Carlos Pachá
Presidente
Fundación Historia y Patria
Contáctenos: politicaydesarrollo@gmail.com
Por que luchaban
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