miércoles, 4 de febrero de 2009

LA TOLDERÍA PORTEÑA

Buenos Aires es cada vez más una toldería. La suciedad, las vestimentas, las actitudes violentas y amenazadoras, la destrucción sistemática de la ciudad por parte del intendente y sus compinches, el caos del tráfico creado por dicho intendente y por los piqueteros, el desorden general, la falta de autoridad traducida en la impotencia policial…
Por Cosme Beccar Varela

El 4 de Mayo del año 2004, en el número 583 de "La botella al mar" publiqué un artículo titulado, "Sigan rompiendo todo, todavía falta para llegar a las tolderías". Lamento decir que cinco años después constato que estamos mucho más cerca de las tolderías que en Mayo del 2004.

Como todos saben, las tolderías eran las habitaciones de los indios más salvajes que pisaron nuestro suelo: los pampas, ranqueles o tehuelches, mapuches en realidad provenientes de Chile. De ahí salían a robar, matar y secuestrar en grandes "malones" que atacaban a los cristianos aislados o a las poblaciones indefensas. La fuerza bruta era su única ley y muy pocos de ellos se convirtieron al catolicismo. Ceferino Namuncurá fue una excepción venerable. Eran sucios a más no poder porque nunca se les había ocurrido bañarse. Despreciaban a los débiles porque no podían resistir sus atropellos. El más bruto de todos era el jefe ya que los demás no podían igualarlo en crueldad y en salvajismo.

En esas tolderías padecían horriblemente las cautivas, mujeres blancas que esos miserables se llevaban, junto con los vacunos, como botín de sus correrías.

Hace muchos años leí con horror el famoso libro de Lucio V. Mansilla "Una excursión a los indios ranqueles". En realidad debió llamarse "Una excursión al infierno". Según mi recuerdo, el general vio las cautivas y no se empeñó en liberarlas. Trató con los indios como si la tragedia de esa pobre gente no estuviera ocurriendo delante de sus ojos y se fue dejándolas en la misma situación. Si no tenía fuerza para liberarlas, no debió visitar a sus captores como si fuera gente visitable. Debió hacer como el General Villegas que marchó contra ellos.

* * *

Buenos Aires es cada vez más una toldería. La suciedad, las vestimentas, las actitudes violentas y amenazadoras, la destrucción sistemática de la ciudad por parte del intendente y sus compinches, el caos del tráfico creado por dicho intendente y por los piqueteros, el desorden general, la falta de autoridad traducida en la impotencia policial, las diversiones a base de sonidos ensordecedores, drogas y sexo, todo eso y mucho más, es más propio de una toldería que de una ciudad civilizada.

Un síntoma alarmante es la aparición de la tribu de los "motoqueros", individuos que andan en moto por la ciudad de Buenos Aires como si fueran los dueños, sin respetar a nadie, muchas veces robando y escapando sin que se pueda hacer nada para detenerlos, zigzagueando entre los autos y si alguno les parece que no se apartó con suficiente rapidez, lo patean (a mí me pasó exactamente eso y el agresor tuvo el descaro de pararse al lado de mi auto y desafiarme sin inmutarse, sin que yo pudiera hacer nada por lo cual el miserable se salió con la suya con total impunidad). Si alguno de los agredidos se defiende, inmediatamente aparecen diez o más "motoqueros" haciendo causa común con el primero.

Le pregunté hoy a un Sargento de la Policía Federal que estaba en la esquina de Corrientes y Florida cómo hacían para detener a un "motoquero" que robara o dañara a alguien o a algo, y me respondió que no podían hacer nada. No hay manera de pararlos. Mientras decía eso, podía verse, que al abrir el semáforo de la calle Corrientes, más de veinte motos salían en punta a toda velocidad.

El aspecto de los "motoqueros" en verano poco difiere del de los indios ranqueles, aunque todavía no usan taparrabos y en invierno parecen soldados de un ejército extraño. Para colmo llevan cascos en la cabeza que son como antifaces de tal manera que si alguno de ellos comete un delito no hay posibilidad alguna de que sea identificado por testigos.

Se cuelan en cualquier intersticio del tráfico, de modo que si Ud. llega a bajar del cordón de la vereda puede ser atropellado por una moto sin que el individuo se detenga. Y no es nada difícil que uno deba bajar a la calle para poder caminar por el centro de Buenos Aires ya que las veredas son angostas y muchas están rotas u ocupadas por kioscos o colas o por una multitud abigarrada de neo-ranqueles. Y es precisamente en el centro en que donde las motos abundan.

Para peor, en la "zona peatonal" de los Bancos, en donde no pueden entrar los autos, penetran libremente las motos, velozmente, sin importarles el susto que les den a los peatones. Y los ladrones de las "salideras", o sea, los que asaltan a los que acaban de cobrar alguna plata en el Banco, se movilizan en moto. El Intendente y la Policía lo saben pero nunca modificaron esa norma que ya era absurda cuando había menos motos pero ahora es criminal, es casi una colaboración activa con el delito.

En las grandes avenidas los "motoqueros" también proliferan y su agresividad aumenta con su velocidad. A veces andan diez o más juntos, ocupando casi toda la calle y no se los puede sobrepasar porque se enojan.

Cuando salen de paseo, suelen hacer lo mismo, usando todo el ancho de la ruta en una especie de formación militar.

Según me contaba hoy un amigo, muchos motoqueros son drogadictos. Me dijo que en la Plaza Roma (Leandro Alem, entre Lavalle y Tucumán) suele vérselos fumando marihuana. Supongo que eso le causará gran satisfacción a Aníbal Fernández (inverosímil ministro de justicia), que propicia la despenalización de la tenencia de drogas par uso personal.

Cuando camine por el centro de Buenos Aires, si Ud. presta atención, verá que esto que digo es exactamente así. Trasládese con su imaginación a las tolderías del desierto pampeano, represéntese a los indios galopando en pelo sobre veloces caballos y entrando a saco en un pueblo de frontera y tendrá una visión bastante fiel de lo que será Buenos Aires dentro de poco si esta invasión de la tribu "motoquera" continúa sin freno, como parece que ocurrirá. ¿Donde está la autoridad que lo impida o el pueblo que lo exija?

La Botella al Mar


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