Dueña del ministerio, acurrucada entre sus amanuense Nilda Garré está acostumbrada a que su palabra, o los encargos que recibe de los que la mandan, sean ley. Sabe que tiene el poder de decidir sobre vidas y carreras y, por que no, sobre la forma en que se debía despedir con honras a un General muerto.
Por José Luis Milia
Nadie escribirá sobre las infamias perpetradas por Nilda Garré. De todas las tramoyas siniestras que viene ejecutando desde que asumió como ministro de defensa, negar un cuartel para que sea velado un General de la Nación no estará entre las peores. Al fin y al cabo solo será recordada por la cruel y miserable mezquindad con que se movió para destruir honras, vidas e instituciones. Nadie podía esperar de ella otra cosa. Solo alguien que crea fervientemente que el Espíritu Santo toca con su luz a los peores que quiere salvar podía suponer que el la nos sorprendería con una actitud de grandeza.
Y aquí está la pregunta que nos deberíamos haber hecho desde el inicio. ¿Por que ella, sobreviviente de las bandas subversivas iba a ser diferente? ¿O creíamos que el paso de la señora por el menemismo, con sus francachelas, canonjías y prebendas la había ablandado? Porque ella, al igual que los sospechosos sobrevivientes de la subversión que hoy dan vueltas con aires de matasietes por la República y sobre los que pesa la desconfianza sobre la manera de cómo salvaron su pescuezo, se acostumbraron en los años de su “juventud maravillosa” a destrozar impiadosamente vidas y haciendas no solo de sus enemigos sino también de sus subordinados.
Con la anuencia de su “jefe” – ese que nunca hizo un habeas corpus por un desaparecido, que nunca fue abogado de un preso político y que el 24/03/76 puso tierra de por medio para “evitar problemas” y comenzar a amasar su fortuna - se apoderó del ministerio e hizo de la persecución a todo aquel que no pensaba como su mandante, la razón de su acción. Ignorante de lo que la Defensa Nacional significa desmanteló la capacidad operativa de nuestras Fuerzas Armadas e inventó estupideces varias con infantiles “cuentos de paz” que solo beneficiaron a los vecinos que sí siguen teniendo hipótesis de conflicto con nosotros. Llenó el ministerio de imbéciles, pero mal dispuestos, “progres” para encargarles desde los “planes educativos para la formación de oficiales” hasta la manera de hacer que los sueldos castrenses sean una invitación a la pobreza extrema. E inclusive se dio el gusto de meter a una grela mal vestida con cara de malabarista de semáforo, subsecretaria de algo, para fastidiar, en la partida de la fragata “Libertad”, a sus domesticados almirantes.
Pero su obra maestra – esa para la que fue elegida - fue la mortificación y el tormento de los que, habiendo combatido a la subversión, hoy son arrastrados ante jueces venales y fiscales mentirosos en la absoluta seguridad que, ya bajado el pulgar del esquizofrénico que manda en la Argentina, serán condenados por el repugnante crimen de haber defendido a la Patria cuando los facinerosos entre los que se contaba la ministro pretendían uncir a los argentinos a un destino de siervos.
Fiel a las órdenes recibidas, buscó, dentro de los que ella desprecia intrínsecamente, a los que tenían alma de lacayos y los disfrazó de generales, almirantes y brigadieres para que, aduladores desvergonzados, accedieran como comparsas a los puestos de “conducción” que la política de revancha y destrucción les tenía asignados. Puestos que, por lo que les exige la ministro, merecen ser ocupados por esbirros más proclives a la bajeza que al honor - tipos funcionales a la revancha largamente esperada por los que se escaparon negociando las vidas de sus “cumpas” – a los que tanto se les puede pedir que, sin sonrojarse, le pidan a los deudos de un Capitán de Navío que no lo velen con el uniforme como expulsar descomedidamente de sus lugares castrenses de detención a sus propios camaradas.
Dueña del ministerio, acurrucada entre sus amanuense Nilda Garré está acostumbrada a que su palabra, o los encargos que recibe de los que la mandan, sean ley. Castellana de una torre de naipes, sabe que tiene el poder de decidir sobre vidas y carreras y, por que no, sobre la forma en que se debía despedir con honras a un General muerto.
Por supuesto que no le importó que el General Wehner no estuviera condenado, menos aún que en la República Argentina se garantiza la inocencia de un acusado por lo menos hasta que se pruebe judicialmente lo contrario. Situación que a lo mejor obvió olvidándose que cuando fue acusada por contrabando lo primero que dijo es que hasta que no se probara el delito el la era inocente. La cuestión es que la señora no quería saber nada de velorios con honores para un General de la Nación en una unidad militar aunque su capricho fuera inconstitucional e indecente. Como le sobran recaderos uniformados y entorchados, mandó a uno de sus alcahuetes a decirle al Jefe que pedía el permiso para velar los restos del General muerto en la unidad que otrora había comandado que la señora decía que no.
Pero como siempre, “a todo chancho le llega su San Martín” –y no busquen en esta expresión nada peyorativo respecto de la señora ministro- un día, el sábado pasado precisamente, un recién ascendido General de Brigada no aceptó, más que una orden, la inconstitucionalidad e inmoralidad que la misma implicaba, pidió el retiro y de uniforme asistió al velatorio. Y por esta acción sorpresiva – sorpresiva porque ya nos habíamos acostumbrado a generales que se suben a bancos para trabajar de ordenanzas o que llaman a la policía cuando alguien ataca su cuartel - venimos a descubrir que estamos en deuda con la señora ministro, que, de corazón debemos darle las gracias porque, parafraseando a Borges: “Es una mujer que merece la gratitud de todos los hombres, porque despertó preciosas lealtades y, Dios lo quiera, sea la negra y necesaria ocasión de una empresa inmortal”
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