Por Martín Etchegoyen Lynch
El caso del médico que tuvo que defender su vida (no su automóvil, como algunos sugieren, ya que cuando a uno le apuntan con un arma, es la vida la que está en juego y no el objeto demandado, sea cual sea) ha dado lugar a toda una serie de especulaciones. Que si pudo encerrase en su casa, si estaba a más o menos centímetros de su agresor, etcétera, etcétera.
Es muy fácil hacer especulaciones desde el cómodo sillón de la oficina pública, mirando de reojo el manual de Raúl Zaffaroni. Los enfrentamientos se suceden en segundos y solicitar más requisitos para defender la vida que los que enumera el Código Penal para la legítima defensa denota cierta intencionalidad.
El abolicionismo penal, este anacrónico movimiento encarnado en nuestro país por Zaffaroni y que ha hecho mala escuela en todas las universidades "progres" del país, ve con desprecio que alguien defienda sus derechos elementales, el más preciado, su propia vida, por mano propia. No importa si el Estado no brinda la seguridad necesaria para ir a trabajar tranquilo sin tener que estar armado, eso no importa.
Al abolicionismo le importa sólo que el Estado no aplique penas, y por ello sus operadores no dudan en forzar las leyes al interpretarlas a su antojo, para conseguir así la liberación de homicidas, violadores o secuestradores.
Claro, toda norma tiene su excepción y, en el abolicionismo, cuando uno de sus desposeídos, aquellos que asesinan a unos tres mil argentinos al año (este número sin contar otro tanto de víctimas de crímenes viales), cae ejerciendo "su oficio", desde el despacho zaffaroniano, allí sí se pretende, otra vez forzando la ley, dar un escarmiento a quien llaman "justiciero", siempre contando con el aval de la prensa "progre" al efecto.
En esta mentalidad no hay justificación si quien mató no era un criminal de carrera. Lo que en este caso no tuvo en cuenta el sistema abolicionista judicial es que el médico que defendió su vida provenía de la misma clase social humilde de su victimario hoy muerto.
La diferencia estaba en que aquel hizo el gran esfuerzo de estudiar y salir adelante honestamente, mientras este, en su corta carrera entre drogas y crímenes, se dedicaba a arrebatar los bienes a los demás a mano armada. ¿Para qué esforzarse? Así estamos.
A los ojos de la Justicia abolicionista, sólo los honestos pueden morir a manos de la delincuencia y sólo la delincuencia puede poseer armas de fuego.
El autor es abogado, PhD en Justicia Criminal, ex fiscal en lo Criminal. Es integrante de Usina de Justicia.
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