lunes, 24 de noviembre de 2008

El Kirchnerismo y su busto a un terrorista de estado

En su afán por reivindicar a las organizaciones terroristas que operaron en nuestro país en los años `70, el Kirchnerismo colocó en la Casa Rosada un busto con la figura del ex presidente Héctor Cámpora, cuyo fugaz gobierno de tan sólo 49 días bastó para reorganizar al terrorismo subversivo e incurrir en innegable “terrorismo de Estado”.

Por Agustín Laje Arrigoni

En su afán por reivindicar a las organizaciones terroristas que operaron en nuestro país en los años `70 y todo lo que tenga que ver con ellas, el Kirchnerismo colocó en la Casa Rosada un busto con la figura del ex presidente Héctor Cámpora, cuyo fugaz gobierno de tan sólo 49 días bastó para reorganizar al terrorismo subversivo e incurrir en innegable “terrorismo de Estado”.

Asomando el año 1973, el entonces presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse llamaba a elecciones luego de siete años de gobierno de “Revolución Argentina”. El peronismo presentaría su lista encabezada por Héctor Cámpora, elegido por Perón no por presentar aptitudes políticas para dirigir un país, sino por considerarlo su hombre más manipulable. Tanto es así, que el lema de la campaña fue “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.

Lo cierto es que los peronistas resultaron victoriosos de la contienda electoral con más del 49% de los votos, iniciándose a partir de ese momento una nueva etapa en la guerra revolucionaria que se gestaba en la Argentina. Los más ingenuos pensaron que el terrorismo cesaría su accionar debido a la vuelta de las formas democráticas y del hasta entonces proscripto peronismo. Prácticamente nadie prestó atención a los abrumadores cánticos que resonaban en la Casa Rosada el 25 de mayo de 1973, día de la asunción de Cámpora, donde las hordas terroristas explícitamente llamaban a continuar con la lucha armada. “Con Cámpora y con Lima, la lucha no termina”, “Ya van a ver cuando venguemos a los muertos de Trelew”, entre muchas otras consignas que se asemejaban a verdaderos gritos de guerra.

Cámpora desde el principio no pudo ocultar su acercamiento a las organizaciones terroristas, que seguidamente socorrería desde el poder convirtiéndose en un verdadero terrorista de Estado. Las justificaciones de los homicidios guerrilleros tuvieron un lugar importante en su campaña política, donde llegó a afirmar que “la acción de FAR y Montoneros es tan respetable como la de quienes estamos en el camino de la persuasión”.(1) Cuenta el periodista Carlos Manuel Acuña que “El 19 de abril –cuando faltaban pocas semanas para la trasmisión de mando- los montoneros mantuvieron una reunión secreta con Cámpora de la que participaron Firmenich, Roberto Cirilo Perdía y el propio Galimberti […] los jefes guerrilleros le presentaron al presidente electo el listado de aquellos ministros que consideraban aceptables para integrar el futuro gabinete nacional”.(2) Este fue el puntapié inicial para la incorporación de terroristas en el gobierno, propuestos por Montoneros y aceptados por el mismo Cámpora.

Llegado el 25 de mayo de 1973, ante la imposibilidad de hacerlo en automóvil por los innumerables actos de violencia que se habían desencadenado, Cámpora y Lima arribaron a la Casa Rosada en helicóptero. Cuenta el Dr. Nicolás Márquez que el presidente electo estuvo “custodiado por numerosos terroristas que ingresaron al Salón Blanco de la Casa de Gobierno”.(3) Sobre el violento clima que se vivía aquel día, la revista Gente tiempo después narraría: “El 25 de mayo de 1973 fue una pesadilla […] uniformes militares escupidos, coches volcados y quemados, gritos, amenazas, ofensas, saltos, desbordes, revancha […] el horror fue general”.(4) A la sazón, cabe destacar que se produjeron más hechos de violencia aquel oscuro 25 de mayo, que en el tan demonizado 24 de marzo de 1976.

La organización terrorista Montoneros efectivamente había alcanzado el poder real de la Nación. “La Casa Rosada ya había sido bautizada y mancillada con el apodo de Casa Montonera” contaría más tarde la revista Gente. Los cánticos que los terroristas pronunciaban, así también lo indicaban: “¡A la Rosada la cuidan los granaderos, el 25 la cuidan los montoneros!”; “¡Montoneros, FAR y ERP, con las armas al poder!”. Sin embargo, el homenajeado por el kirchnerismo Héctor Cámpora seguía incentivando a los terroristas, adulándolos en su discurso de asunción (redactado entre otros por el montonero Horacio Verbitsky) ante la Asamblea Legislativa: “La juventud maravillosa que supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales”.(5) Estas palabras eran escuchadas desde sitiales privilegiados por los presidentes comunistas Salvador Allende (de Chile, quien refugiaba terroristas argentinos en su país y llegó a regalarle un arma a Santucho) y Osvaldo Dorticós (de Cuba, donde se entrenaban y adoctrinaban las organizaciones terroristas argentinas).(6)

El terrorismo, auxiliado por Cámpora, comandó varias provincias de gran envergadura. Los gobernadores más vinculados con las organizaciones armadas fueron Obregón Cano (Córdoba), Oscar Bidegain (Buenos Aires, vinculado con el famoso ataque terrorista a la unidad militar de Azul en 1974), Alberto Martínez Baca (Mendoza), Miguel Ragone (Salta) y Jorge Cepernic (Santa Cruz). Entre los funcionarios montoneros que trabajaron para el Estado terrorista de entonces, destaca el inefable Miguel Bonasso, quien desde las páginas de su libro titulado “Diario de un Clandestino” admitiera más tarde que mientras trabajaba para el camporismo, operaba en una organización terrorista: “Me muevo como asesor libre, aunque reviste formalmente en la Secretaría de Prensa […] allí me piden que organice un grupo de inteligencia. Le digo que sí […] porque yo ya realizo tareas de inteligencia, pero para Montoneros”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

Bastaron algunas horas de gestión para que se tomara la primera medida en beneficio de las hordas terroristas. En efecto, el 26 de mayo de 1973, una irracional e irresponsable ley de amnistía dejaría en libertad a todos los terroristas que fueran juzgados conforme a derecho por la Cámara Federal Penal entre 1971 y lo que corría de 1973. Cuenta el juez Jaime Smart que “a los terroristas no se les exigió la entrega de una sola arma […] conservaron todo el armamento”.(7) Dicho de otro modo, los terroristas habían sido liberados no para reincorporarse a la sociedad e intentar enderezar sus vidas, sino para ser una suerte de refuerzo para las organizaciones armadas que no habían dejado de operar en su intento por tomar por completo el poder estatal. Lo cierto es que la amnistía dejó a más de 2000 terroristas procesados por los delitos más monstruosos en libertad, listos para reincorporarse en sus respectivas organizaciones golpistas. El operador político de esta maniobra a favor del terrorismo fue el entonces Ministro del Interior Esteban Righi, actual procurador general de la Nación, quien en su partida por la impunidad, recientemente prohibió a los fiscales declarar los crímenes de los terroristas como de lesa humanidad a efectos de evitar la reapertura de causas contra ellos.

El mismo día, brindando a las organizaciones revolucionarias completa libertad para delinquir, el terrorismo de Estado camporista abolió la citada Cámara Federal Penal (creada para combatir en el marco de la ley a la guerrilla) y derogó la legislación antisubversiva que pretendía poner freno a las actividades terroristas. Como si esto no bastara para dar rienda suelta al terrorismo, la fugaz gestión se ocupó de desmantelar el Poder Judicial. Cuenta el Foro de Estudios sobre la Administración de Justicia (FORES) que “La Corte Suprema de Justicia estaba vacante porque sus integrantes habían renunciado tan pronto se conocieron los resultados de las elecciones […] [el camporismo] consideraba que todos los jueces habían perdido el acuerdo por permanecer en sus cargos durante el gobierno de facto […] se sancionó una ley que estableció un régimen jubilatorio de excepción aplicable a los magistrados que no reunían el mínimo de edad legal en el cual se les concedían inusitadas facilidades y privilegios. Para el caso que no optaran por ese beneficio en el plazo estipulado, se les aplicaba el régimen ordinario para funcionarios públicos muy desventajoso”. Se produjo tal éxodo en la Justicia, que el FORES concluye: “La justicia prácticamente dejó de existir en la generalidad de los casos y especialmente en el juzgamiento de la subversión, no habiéndose registrado una sola condena por actos terroristas a partir de 1973”.(8) No extraña que a partir de la asunción del homenajeado por los Kirchner, los terroristas pudieran accionar sin ninguna traba legal.

El terrorismo de Estado de Cámpora había tomando forma. El mismo que hoy reivindica la memoria ideologizada del kirchnerismo y su tergiversada historia oficial, que pretende ocultar una parte de la verdad y deformar la otra, condecorando ex terroristas y persiguiendo a quienes los combatieron. Al respecto, el Dr. Gil Lavedra (quien no puede ser sospechoso de simpatizar con las FF.AA por su desempeño como juez en el Juicio contra las Juntas Militares) admite la condición de Estado terrorista que mantuvo la Argentina durante la presidencia de Héctor Cámpora: “…en el año setenta y tres, una vez subido el peronismo al poder, sube con los montoneros, sube con las fuerzas armadas revolucionarias, sube con la guerrilla”.(9) Del lado del ERP, que siempre mantuvo una posición política alejada del peronismo, a pesar de no haber incorporado militantes en el gobierno terrorista de Cámpora, cuenta Mattini (Comandante en Jefe erpiano luego de la muerte de Santucho) que se vieron ampliamente beneficiados por la política pro-terrorista de la gestión. El ex guerrillero admite: “…con la lógica de los razonamientos, el PRT-ERP debería haber desaparecido en 1973, languidecido hasta vegetar como cualquier secta de izquierda, ante el avasallador triunfo electoral del peronismo…pero eso no sólo no fue así, sino que a partir de ese momento el PRT-ERP pasó a ser una realidad en la política argentina”.(10) De esta forma, los terroristas en lugar de ver al aparato estatal como una traba para su accionar, lo percibieron como un aliado que no sólo no los fustigó, sino que los apoyó incondicionalmente durante la fugaz gestión del condecorado Héctor Cámpora.

Las contradicciones características y habituales del kirchnerismo no dejan de sorprender a los argentinos: se presentan en sociedad como los abanderados de los Derechos Humanos, pero reivindican abiertamente a las organizaciones terroristas que agredieron nuestra sociedad y sus instituciones; se pronuncian en contra de la impunidad, pero no aceptan la condición de delitos de lesa humanidad de los terribles crímenes cometidos por la guerrilla; repudian siempre que se presente oportunidad el último gobierno cívico-militar, pero homenajean con un busto a un terrorista de Estado, que en rigor de verdad y como quedó demostrado, toleró, apoyó e incentivó el accionar terrorista que enlutó a nuestro país en la década del `70.

Agustín Laje Arrigoni
agustin_laje@yahoo.com.ar
(El autor tiene 19 años, es estudiante universitario, autor de numerosos artículos de opinión e investigación sobre los años 70´. Está terminando su primer libro sobre la materia).

(1) Márquez Nicolás, La mentira oficial, P 62, Edición del autor, 2008, Buenos Aires
(2) Acuña Carlos Manuel, Por Amor al Odio Tomo II, P 13, Ediciones del Pórtico, 2003, Buenos Aires
(3) Márquez Nicolás, La mentira oficial, P 64, Edición del autor, 2008, Buenos Aires
(4) “El día de la jura de Cámpora. Caos en la Rosada”, Gente. Argentina. P 12
(5) Márquez Nicolás, La mentira oficial, P 65, Edición del autor, 2008, Buenos Aires
(6) Ver “El terrorismo de Estado extranjero”, por Agustín Laje Arrigoni, publicado en La Nueva Provincia el 16/11/08.
(7) Márquez Nicolás, La mentira oficial, P 76, Edición del autor, 2008, Buenos Aires
(8) FORES, Definitivamente Nunca Más, PP 47-48-49, Edición del autor, 1985, Buenos Aires
(9) Javier Vigo Leguizamón, Amar al enemigo, P 59, Ediciones Pasco, 2001, Buenos Aires
(10) Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRT-ERP de Tucumán a La Tablada, P 153, Ediciones de la Campana, 2008, Buenos Aires


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