miércoles, 18 de mayo de 2016
HIJO DE LOS 70
Por: Arturo Larrabure
¿Cuánta verdad es capaz de soportar un hijo sobre sus padres? ¿Hasta dónde se puede incomodar con una pregunta cuando esos padres han sido víctimas de lo peor o acusados de lo peor?
Estos acuciantes interrogantes son planteados por Carolina Arenes y Astrid Pikielny en el valioso libro Hijos de los 70, que reúne el testimonio de hijos de guerrilleros y militares, y de víctimas civiles asesinados por el terrorismo guerrillero o la Triple A.
Hay hijos, como Eva Donda, que admiten en sus páginas haber ido a hablar con la familia de aquellos a quienes pudieron haber matado sus padres desaparecidos, porque todos somos víctimas de la violencia de los años setenta. Otros hijos, como Alberto Saavedra, confesaron no resultarles relevante saber ni preguntar sobre lo que sus padres hicieron durante la militancia armada.
Hernán Vaca Narvaja desea saber qué piensan los hijos de los torturadores, sin trasladar el interrogante a los descendientes de su tío Fernando, partícipe en el secuestro y asesinato del general Pedro Aramburu.
Mariana Eva Leis recuerda con admiración a su padre Héctor, que, poco antes de morir, conmovió el falso relato de la memoria con sus confesiones y su pedido de perdón.
En Testamento de los años 70, Leis reveló: "Es falso afirmar la existencia de un terrorismo de Estado, como si fuera una entidad pura y separada del resto de la sociedad, tal como pretenden las organizaciones de derechos humanos y el Gobierno de los Kirchner. Un terrorismo no es más o menos terrorista en función de su origen, sino de su contribución a la dinámica de terror dentro de una comunidad política. [...] En el caso argentino, tanto el terrorismo que venía del Estado como el que se practicaba desde la sociedad civil eran ejercidos en contra de la comunidad política argentina. Por lo tanto, a pesar de que los crímenes individuales puedan ser diferenciados por sentencias y puniciones legales mayores o menores, el terrorismo de los montoneros, la Triple A y la dictadura militar son igualmente graves, ya que contribuyeron solidariamente a una ascensión a los extremos de la violencia". Montoneros tenía "un programa de asesinatos que no era pensado desde la política, sino desde el deseo, transformando el resultado de la acción en una ruleta rusa".
¿Cuántos ex guerrilleros han revelado, como Leis, que existía en montoneros "un cálculo inconfeso de medio millón de víctimas —entre prisión y fusilamientos— que serían necesarias luego de tomar el poder para que el socialismo pudiera sobrevivir"? ¿Cuántos miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) han admitido ante sus hijos que Mario Roberto Santucho elevaba esa cifra a un millón de muertos? ¿Piensan los hijos de los guerrilleros en el baño de sangre que pudieron haber generado sus padres de haber obtenido la victoria?
Al cumplirse cuarenta años del último golpe militar, nada tengo, felizmente, que reprochar al mío. Al coronel Argentino del Valle Larrabure, el ERP lo secuestró, torturó y asesinó antes del 24 de marzo de 1976, en pleno Gobierno constitucional.
Juan Arnold Kremer, uno de los miembros más importantes del buró político del ERP, ha reconocido: "Se le propuso a Larrabure que se ganara la libertad y le pedimos que dé cursos de explosivos y de ciertas técnicas a nuestros compañeros. Larrabure se puso en patriota y dijo que jamás iba a colaborar [...] Ya no sabíamos más que hacer, estábamos en tensión. Venían los compañeros que decían 'es una situación insostenible' [...] Larrabure en ese sentido nos derrotó".
No pudieron quebrarlo. Murió fiel a su patria y a su ejército, y los derrotó, pero no sólo una vez, Kremer, dos veces. Hoy su heroico ejemplo los acosa como un fantasma, que les pregunta: "¿Ustedes que pretendían sustituir la república por un régimen marxista, por qué guardaron un sepulcral silencio frente a la corrupción del Gobierno kirchnerista? ¿Por qué el Gobierno que integraron o apoyaron no disminuyó la pobreza, la desnutrición y la indigencia? ¿Cuál es el mundo más justo y menos corrupto que ha construido? ¿El de los patrimonios de funcionarios públicos obscenamente enriquecidos? ¿El de Lázaro Báez, socio comercial de Néstor y Cristina Kirchner? ¿El de los hoteles creados presuntamente para lavar dinero? Al fin y al cabo, ¿qué fueron ustedes? ¿Idealistas o farsantes?".
El 24 de marzo de 2016 propongo a los argentinos reflexionar estos interrogantes, releyendo la memorable carta que escribiera Oscar del Barco, y que dice: "Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay causas ni ideales que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres [...].
Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el 'No matarás' [...]. Repito, no existe ningún ideal que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el 'No matarás'. No matarás al hombre, porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice [Emmanuel] Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el 'No matarás' cuando se trata de nuestros propios hijos.
En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de los dos demonios, si por "demonio" entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente. Si no existen buenos que sí pueden asesinar y malos que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto derecho a matar?
¿Qué diferencia hay entre Santucho, [Mario] Firmenich, [Roberto] Quieto y [Rodolfo] Galimberti, por una parte, y [Luciano] Menéndez, [Jorge Rafael] Videla o [Emilio] Massera, por la otra? Si uno mata, el otro también mata. Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que participa es un asesino, el que apoya, aunque sólo sea con su simpatía, es un asesino. Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente".
El autor es hijo del coronel Argentino del Valle Larrabure, asesinado por la guerrilla del ERP. Escribió el libro "Un canto a la patria".
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