La indiferencia colectiva hacia una organización puede conducir a su alienación respecto de la sociedad, hacia la paralización de sus potencias de crecimiento y, eventualmente, a su colapso funcional. Y esto suele pagarse caro, si tal organización cumple una función clave.
Por el General de División (R) Miguel Angel Sarni
Con la indiferencia de las actuales autoridades y la preocupación de unos muy pocos, la sociedad argentina ve, sin entender las consecuencias últimas, que nuestro país no tiene una política de defensa. La función que cumple una política de defensa, para una nación, es bastante simple: poder seguir siendo lo que es, una nación.
Lo grave de la indiferencia actual ante el tema es que, con el grado de amenazas con las que viene este siglo, sin política de defensa, ya no sólo nacional sino regional, no hay país que vaya a transitarlo sin perder parcial o totalmente sus recursos, su territorio, sus derechos o su autonomía. No hace falta ser un genio de la geopolítica para saberlo ni trabajar en grandes think tanks gubernamentales o corporativos: alcanza con leer los diarios.
Primera sospecha: nuestros representantes no leen los diarios, porque en sus sesiones parlamentarias no se ocupan ni remotamente de la defensa.
Segunda sospecha: quienes escriben los diarios no los leen, o, al menos, los periodistas de las secciones internacionales (que viven ocupándose de asuntos de defensa) no son leídos por sus colegas de las secciones de política o actualidad, quienes se ocupan del país "puertas para adentro". Para estos últimos, "defensa" es algo de lo que se ocupan no este, pero sí los demás países.
En el paso de unas pocas décadas, nuestra percepción de la Argentina cambió, porque no sólo cambió el país, sino también la percepción que el mundo tiene de sí mismo. Debido a la sobrepoblación, rara vez el mundo ha estado más brotado de guerras regionales de extraordinaria crueldad por asuntos de petróleo, minería, acuíferos, ríos, religión o límites. Los Estados colapsan, devorados por amenazas internas, separatistas, sediciosas, del narcotráfico o, simplemente, criminales, mejor armadas que sus propios ejércitos.
En los 60, podíamos vernos como un pacífico, pero bien defendido, granero del mundo, con petróleo, gas, un capital educativo impresionante y un interesante desarrollo industrial y tecnológico.
En los 60, mala o buena, teníamos una política de defensa y, por ende, no había motivos para creer que nuestros activos de entonces estaban en peligro.
Hoy, no tenemos ninguna, y, aunque los activos nacionales sean distintos o valgan distinto, no hay mayor motivo para creer que No están en peligro. No hace falta tener enemigos declarados para ello: alcanza con tener algo que defender y no estar dispuesto a hacerlo.
"Si vis pacem, para bellum" (Si quieres la paz, prepárate para la guerra), decían los romanos. Que algo entendían del negocio, porque, como reino, república y, luego, imperio, duraron más que ningún otro Estado-nación europeo. Más modestamente, yo trataría de ver cómo hace la República Argentina para seguir siendo ambas cosas, república y Argentina, dentro de un siglo.
Necesitamos un grado de autismo casi incomprensible para no sentirnos siquiera un poquito amenazados por nuestra propia y evidente debilidad militar.
"La Nación" tituló su editorial del 5 de enero de este año "Preocupante desánimo de militares". Allí se analiza la deserción que se viene produciendo en las Fuerzas Armadas. Del estudio encargado por el Ministerio de Defensa a la Universidad de Quilmes, se concluye que el 40% en promedio de los efectivos de cada una de las tituló su editorial del 5 de enero de este año "Preocupante desánimo de militares". Allí se analiza la deserción que se viene produciendo en las Fuerzas Armadas. Del estudio encargado por el Ministerio de Defensa a la Universidad de Quilmes, se concluye que el 40% en promedio de los efectivos de cada una de las tres fuerzas ha pensado en dejarlas, en los dos últimos años. Además, en el Ejército, el 36,8% tiene otro trabajo.
Ahora, tenemos oficiales, suboficiales y soldados part-time. Si alguna vez entramos en guerra, ¿cumplirán un horario? Ojalá lo haga el enemigo.
Esa realidad se ve agravada por el hecho de que el ingreso a los institutos de formación, en general, es mínimo y con tendencia decreciente, a la hora de elegir calidad. Por debajo de ciertos números, ya no se elige.
Según destacó el analista político Rosendo Fraga, en su artículo "En la República ya nadie quiere ser militar", en 2002 se presentaron 1.321 postulantes para ingresar al Colegio Militar que forma los oficiales del Ejército, y en 2007, sólo 591, menos de la mitad. Para este año 2009, se presentaron 384, quienes aprobaron mínimamente las exigencias académicas.
Ninguna organización funciona sin la columna vertebral de una cantidad adecuada de recursos humanos, calificados e idóneos. Y las organizaciones que prosperan son las que se autoevalúan bien, mediante el diálogo, la discusión y la reflexión sobre los procesos, logros y dificultades de una Institución.
Si, hoy, las FF. AA. se autoevaluaran, verificarían de inmediato que su debilidad principal, la que en un apuro impediría su funcionamiento, es su actual pérdida de recursos humanos en casi todos los niveles, por factores de insatisfacción personal e imposibilidad de desarrollarse.
Ninguno de mis compatriotas debería dormir tranquilo si el cuidado de los activos de la República está a cargo de oficiales, suboficiales y soldados tan frustrados por la pobreza que, pese a su mucha vocación militar, se ven obligados a pensar en abandonar las filas, mientras que los jovencitos con entusiasmo patriótico que pensaban en entrar al sistema, al ver esto, dan media vuelta.
La gravísima desmotivación de las FF. AA. se debe, principalmente, a la falta de una política de recursos humanos. En mi opinión, una rápida respuesta por parte de las autoridades de los distintos poderes del Estado permitiría revertir la situación. Con humildad, me permito sugerir:
1. El Poder Ejecutivo debería fijar y regularizar la escala salarial del personal militar en "un período de dos años", conforme a la ley para el Personal Militar 19.101 y sus modificaciones. Esto eliminaría (o reduciría al máximo) los "suplementos no remunerativos y no bonificables" que componen el haber militar, que rondan alrededor del 70% de este y que no tributan aportes sociales ni jubilatorios. Como los aportes se realizan sobre las sumas remunerativas, la regularización de los haberes mejoraría la situación delicada del sistema de retiros y de las obras sociales militares.
2. El Congreso de la Nación debería debatir en forma urgente el presupuesto militar y los ciudadanos deberían poder evaluar en qué y cómo se lo gasta, sabiendo que se trata de alcanzar un determinado fin. Y ese fin debe ser la eficiencia operativa de las Fuerzas Armadas para que puedan actuar como escudo de ese conjunto de activos materiales y culturales que llamamos nuestro país. Es imprescindible una legislación que fije una política en materia de presupuesto militar.
3. El Ministerio de Defensa, para la mejor formación de los recursos humanos, debería reinstalar el sistema educativo militar desarrollado en silencio y venciendo mil resistencias internas conservadoras, entre fines de los años 80 hasta 2003. Este sistema, totalmente despolitizado y desideologizado, fue evaluado y acreditado por un organismo total y resueltamente civil, que viene definido por la ley de Educación Superior, como es la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau).
Ya lo dijo Freud: "La indiferencia es uno de los peores modos humanos de agresión". El padre del psicoanálisis lo comparaba, incluso, con matar. En este momento particularmente caótico de la historia humana, matar a las FF. AA. es bajar la expectativa de vida de nuestra nación como tal a décadas.
El General de División (R) Miguel Angel Sarni es ingeniero militar y par evaluador Coneau. Escribió el libro Educar para este siglo.
Diario La Nueva Provincia
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