martes, 17 de mayo de 2016

A TRES AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL GENERAL VIDELA




Gracias, General!


Por Andrea Palomas Alarcón

Estaba dispuesta a pelear con él, a rogarle si era necesario que deje de hablar con la prensa; con los pseudo escritores como Reato que torcían sus palabras para generar escándalo y llevar agua para su molino. Desde mi punto de vista los militares y policías acusados por crímenes de “lesa” humanidad no deberían hacer declaraciones: porque el enemigo no quiere la verdad, sólo quiere más guerra y las palabras son balas que usan para rematarlos.
Fui a la cárcel Federal de Marcos Paz con la idea de pedirle que deje de hablar con el periodismo.
-Dra. me dicen que quiere hablar conmigo...
Y entonces lo conocí: el Teniente General Jorge Rafael Videla era más pequeño de lo que imaginaba, estaba muy delgado, algo encorvado... no se qué esperaba ver.
La propaganda ha sido tan fuerte durante estos casi cuarenta años que pensé que vería a un gigante.
Era un ancianito.
Le dije que sólo quería conocerlo, le pregunté por su salud y sus condiciones de detención; creo que sólo intercambiamos palabras de cortesía.
Sentí la necesidad de despedirme diciendo: “General... es un honor”.
De ese rostro árido como un desierto se abrieron dos grietas semejando una sonrisa. Unas pocas gotas de agua llovieron sobre ese desierto de dolor.
Me alegro de haberle deparado, al menos, esas pocas gotas de agua a un hombre sediento, lastimado por el absurdo. Fue la única vez que lo vi y me enorgullece haber aliviado aunque fuera en unas gotas su calvario.
Si no hiciera nada bueno en mi vida, esas pocas gotas de agua me justificarían ante Dios.
Casi cuarenta años de propaganda han intentado convertir a un hombre en un monstruo. Un hombre no muy sobresaliente quizá; ni muy bueno ni muy malo. Tal vez acarreando la carga de no haber sido más firme cuando todo se desbandó.
Si quieren encontrar un monstruo en Videla busquen en otro lado. El no tuvo ni el control, ni el conocimiento de todo lo que pasaba durante la lucha antisubversiva.
Igual se hizo cargo, entonces y ahora, como si hubiera dado las órdenes personalmente. Un sentido del deber que raya en el orgullo lo obligo a hacerse cargo sin ser más que un responsable formal.
Como un marido engañado le pone su nombre a la criatura de la esposa infiel.
Los enemigos deberían reflexionar: casi cuarenta años de propaganda no han servido de nada. Mucha gente idealiza a Videla como si hubiera sido un héroe.
La propaganda no consiguió la reacción pavloviana de odiar automáticamente un rostro, un nombre. No funcionó degradar a un ser humano al estado de “cosa”, objeto sin sentimientos, objeto de un odio sin culpas, odio liberador que vuelca nuestras propias faltas sobre la cosa para destruirla con placer.
La gente no odia a Videla.
Los terroristas del pensamiento no entienden: si se repite hasta el cansancio una mentira debería convertirse en realidad pero a Videla la gente no lo odia.
La Revista Barcelona quiso instaurar el “día del hijo de puta” en el cumpleaños de Videla. Tuvieron que abandonar la idea porque no obtuvieron eco.
¿Por qué la gente no lo odia?
Desde que murió, el pensamiento oficial ha intentado crear un microclima. El periodismo y la política se apresuran a insultarlo.
El que dice cosas más fuertes merecería la cucarda más grande.
Los políticos argentinos son una historia aparte. Cobardes, nadie saca los pies del plato. Aceptan que los que chillan más alto tienen razón o deberían tenerla.
No tenemos un político que nos saque de esta debacle moral y, por eso, la gente idealiza a Videla.
Porque Videla nunca se entregó, nunca agachó la cabeza, siempre los desafió. Hasta el último día de su vida les sostuvo la mirada, los insultó: “Justicia vacía de contenido”.
No podía mantenerse en pie y los desafiaba. Nunca lo doblegaron. Y no es que no haya sufrido ni que fuera un superhombre. Era un hombre, nada más pero nada menos.
No importa si somos más o menos fuertes, si somos ancianitos encorvados o si tenemos o no con qué pelear. Existe un reducto de nuestra alma que no puede ser conquistado y eso es lo que nos da dignidad de persona.
Hoy una persona se fue con Dios, al que tanto le rezaba por las tardes el rosario.
Sin duda, Dios que todo lo ve, sabe que sufrió sin quejarse, que no tuvo ambiciones personales, que no tuvo bóvedas con dinero malhabido y que con sus virtudes y sus defectos cumplió con su deber de defender a la Patria.


No hay comentarios: