martes, 6 de febrero de 2018

CUIDAR AL PRESIDENTE


Joe Wolek debió caminar tranquilo por el muy porteño barrio de La Boca. Creería que, por tratarse de un tradicional paseo turístico, su seguridad e integridad física estaba garantizada por la Ciudad de Buenos Aires.

El típico turista no tenía porque saber que el Tango, con su proverbial sabiduría, registra en la letra de "El Conventillo" la peligrosidad del barrio y sus conciertos de cuchillos en la calle Olavarría. Hernán Cucuza Castiello en sus triunfales veladas de El Faro, sabe darle su propia impronta a lo que antaño cantaba Edmundo Rivero para advertir que el cuchillo no siempre necesita motivo:

Yo nací en un conventillo
de la calle Olavarría,
y me acunó la armonía
de un concierto de cuchillos.
Viejos patios de ladrillos
donde quedaron grabadas
sensacionales payadas
y, al final del contrapunto,
amasijaban a un punto
p’amenizar la velada.


Al gringo lo asaltaron dos sujetos. Uno de ellos, de 18 años, Pablo Kukoc, sin la prosapia, la elegancia, ni el destino poético de aquellos guapos que pudieron, alguna vez, pisar esa misma esquina de Garibaldi y Olavarría. Tan poca pasta de malevo tenía el delincuente que, ante la resistencia de Wolek a resignar sus pertenencias, reaccionó con el filo acero al modo de una mujerzuela histérica. Diez puñaladas y ninguna certera. Ni técnica ni pulso firme, sólo histeria. Tan poca cosa que llegando al corazón no mató. Ningún compadrito de fiyingo en el chaleco podría sentir más que desprecio por ratero de tan baja estofa.

El drama de escenario tanguero se volvió fatal porque mientras que el gringo se desangraba el ratero se dio a la fuga corriendo y perseguido por Luis Chocobar; un policía de Avellaneda que andaba por allí vestido de civil. Los policías no corren a los criminales por deporte: intentan detenerlos. 


La autoridad del Estado, como tenedor del monopolio de la violencia, depende en buena medida del dominio efectivo de las calles. El ladrón que huye debe ser detenido, por lo que dispararle para que se detenga es una opción válida antes que dejarlo escapar. Así lo hizo Chocobar y Kukoc cayó herido.

Quiso el destino que fuera una de esas pocas veces en que el delincuente muere y la víctima salva su vida. De haber muerto el turista y escapado el delincuente no habría motivo de indignación para nadie, mucho menos para la prensa, pero en Argentina, donde tuvimos como Juez de Corte Suprema a Eugenio Zaffaroni, matar al delincuente es gravísimo, casi tanto como haber matado terroristas...

Desde luego, este blog se solidariza con el Policía.

Ahora bien. Emocionalmente me agrada (y mucho) que el Presidente de la Nación haya recibido a Luis Chocobar en la Casa Rosada, pero profesionalmente esa exposición de Mauricio Macri es algo que nunca debió ocurrir. Aún queriéndolo el Presidente. No debieron permitirlo ni Gustavo Arribas, como jefe de la AFI, ni Patricia Bullrich, como ministro de Seguridad de la Nación. Y por cierto, no entender la diferencia entre obsecuencia y lealtad, o entre servir y durar, es sumamente peligroso: los funcionarios no son leales diciendo a todo que sí, en ocasiones la lealtad es decir no y servir es poner la renuncia sobre la mesa.

Si un hecho que sucedió en Capital Federal con intervención de un miembro de la Policía de Avellaneda requiere que el Presidente Macri se aboque al mismo, de un modo en que no lo hacen Horacio Rodríguez Larreta ni María Eugenia Vidal, queda en evidencia un problema político; una sensible fractura al interior del gobierno a la hora de cambiar paradigmas culturales.

Aun dentro de un mismo partido, la relación entre Presidente y gobernadores reconoce tensiones que impiden un alineamiento automático, lo que en cierta medida es saludable que así sea, porque mal que nos pese a los unitarios, Argentina declara ser un país federal. Distinto es el juego al interior del gabinete de ministros del Presidente. Muy distinto.

Son muchas y sobradamente fundadas las críticas que Patricia Bullrich merece por encarnar una política de seguridad voluntariosa y efectista; cuya principal falencia es que carece por completo de Inteligencia y por ende de plan. 

No obstante, hasta ahora parecía venir entendiendo bien algo que todo ministro debe comprender: su rol de fusible. Era ella la que, parada en la línea de fuego, acaso por su personalismo, confrontaba cuidando que el Presidente no quedara a tiro; pero llevar a Chocobar a la Casa Rosada fue dejar sin paragolpes a Macri y a Bullrich sin uno de sus principales méritos.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha



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