So riesgo de que se considere una antigualla, hoy creo que vale reflexionar sobre el patriotismo que falta entre nosotros.
Por Alberto Asseff*
No se trata de dar la vida, sino de ser leales. El patriotismo de estos tiempos es vivir con fidelidad básica a los intereses comunes, trabajar pensando en el futuro común - que empieza por el destino de nuestros hijos y nietos, para asignarle el ineludible aspecto digamos egoísta - y anteponiendo, aunque sea en los asuntos fundamentales, los objetivos colectivos a los fines personales o sectoriales.
Ha crecido el reclamo por los Acuerdos o Políticas de Estado. Es un aumento teórico porque a fuer de ser sinceros nada se hace seriamente ni siquiera para trazar algunas líneas sobre las que versarían esos mentados consensos. Debemos pues interrogarnos sobre la causa de que se produzca tal desproporción entre el anhelo y la realización. No caben dudas que el motivo se halla en la falta de patriotismo. Una Política de Estado comienza a perfilarse cuando la inspira el patriotismo. Es el patriotismo musa e iluminador del camino hacia la unión. No total, ya que es imposible. Pero sí en ese puñado de Acuerdos para garantizarnos estrategias sostenidas en el tiempo -más allá de vaivenes político-electorales- que nos brinden seguridad ciudadana, educación de calidad, salud accesible, fin de la impunidad - esa matriz de la corrupción-, más inversiones alentadas por la justicia independiente y la estabilidad jurídica, consecuente más empleos y creciente institucionalidad, vale decir órganos del Estado que sean superiores a los circunstanciales gobernantes que ocupan su dirección.
Debería incluir una Política de Estado de Defensa nacional atento a dos irrefutables factores: tenemos muchísimo patrimonio por custodiar y existen innúmeras amenazas, mayoritariamente no estatales, que acechan, inclusive socavando nuestra unidad interna. Este agrietamiento vernáculo es un elemento adicional que agrava la indefensión que sufrimos.
En el país una universidad puede publicitar que "forma ciudadanos del mundo" y nadie se inmuta. Quizás si divulgare que su objetivo es forjar "ciudadanía argentina", no faltarían objetores que reprocharían estrechez de miras. Olvidan enseñanzas magistrales como la de Tolstoi -"pinta tu aldea y serás universal" - o la de Ortega y Gasset cuando vuelto a Madrid de unas conferencias en Oxford le preguntaron cómo era la formación en esa Alta Casa, respondiendo el gran pensador: "Allá se gradúan de ingleses".
Hoy observamos cómo renace el peligro de la guerra comercial abierta, no sólo de los Estados Unidos contra China, sino también contendiendo con Europa. Reaparece el nacionalismo económico que entre nosotros fracasó redondamente, pero que a Trump le está generando un aluvión de inversiones que tonifica a la alicaída economía norteamericana de la última década ¿Por qué allá da frutos frescos y acá produce lastre? El motivo es simple: en la Argentina se confunde nacionalismo con estatismo y en EEUU nunca - salvo con Roosevelt y muy limitadamente - se segó a la iniciativa privada. El nacionalismo norteamericano es un instrumento para ensancharle el horizonte a los norteamericanos, a su iniciativa, a sus emprendimientos, a su creatividad. El nacionalismo es privado. En rigor combina objetivos estratégicos del Estado con el bienestar y libertad de la población. Acá el nacionalismo económico es para estrecharlo todo, para burocratizarlo, para corromperlo, para hacer de una empresa potencialmente próspera, una ruina. Es una nacionalismo estatizado que a la postre es un tiro por la culata pues atrasa al país y lo saquea financiera y económicamente. El caso Río Turbio es paradigmático: lo que se pensó bien geopolíticamente y con objetivas posibilidades de ser un negocio rentable terminó en una catástrofe económico-financiera y una colosal fuente de corrupción.
Los otros días un periodista de A24 TV venía bien con su memoración de que durante 45 años no sólo fuimos los primeros ocupantes permanentes, sino los únicos en la Antártida. Pero tuvo que derrapar diciendo que "difícilmente podremos asegurar nuestra soberanía allí" ¿Qué necesidad había para agregar ese apunte escéptico? Justo cuando el presidente chileno invitó al nuestro para ir juntos a esa provincia austral, en la cual los trasandinos nos reconocen desde 1953 nuestra reivindicación. Y nosotros a ellos.
Los dirigentes de todos los planos, incluyendo al periodismo, debemos obrar con suma responsabilidad patriótica. Sin estridencias ni altisonancias, sistemáticamente debemos tener preparado nuestro sonar para detectar dónde y cuándo poner la grajea patriótica. Decía un gran político, patriota y socialista, Alfredo L. Palacios, que "la policía debe ser decente y docente". Exquisita síntesis que si se aplicare en la Argentina permitiría abrir las compuertas para las demoradas soluciones, incluyendo la inflación. Por cierto que ésta también exige un Acuerdo de Estado para erradicarla. Ya es perentorio lograrlo.
La falta de patriotismo -que se patentiza cotidianamente, especialmente en la dirigencia- es como dispararnos a los pies. Nos impide andar, literalmente. Más aún, la adolescencia de patriotismo neutraliza uno de los pocos buenos frutos del fracaso, en el que nosotros estamos en el podio: aprender de él. Porque la ausencia de patriotismo enceguece a los protagonistas y les exacerba sus pasiones, codicias y sectarismos. No deja ver el buen horizonte, las anchurosas potencialidades del conjunto.
La carencia de patriotismo alimenta el escepticismo argentino. Somos penosamente un país pesimista, apichonado, achicado psicológicamente. El patriotismo obraría como antídoto. Sería la mejor medicina para esta patología.
El patriotismo no debe arrinconarse en un museo. Debe salir a calles, campos, hogares, academias, partidos, gremios. A todas partes. Si es mesurado, limpio de alma, se erigirá en el mejor programa de gobierno para la recuperación nacional.
*Diputado del Mercosur
Ex diputado nacional
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