sábado, 2 de febrero de 2019

¿CUÁNTAS LIBERTADES HAY?

Es frecuente creer que hay tantas libertades como seres humanos así lo estimen. De tal suerte se habla, por ejemplo, de la "libertad" de "elegir" como si se trataran de cosas diferentes. ¿Es que acaso elegir no implica el ejercicio de esa misma libertad?

Por Gabriel Boragina ©

El diccionario nos remite desde elegir a la palabra elección, y de esta nos dice:

elección[1]

Del lat. electio, -ōnis.

1. f. Acción y efecto de elegir.

2. f. Designación, que regularmente se hace por votos, para algún cargo, comisión, etc.

3. f. Libertad para obrar.

4. f. pl. Emisión de votos para designar cargos políticos o de otra naturaleza.


La tercera acepción del vocablo nos da la pauta de que la elección no es otra cosa que el acto por el cual ejercemos nuestra libertad. De tal suerte que, la expresión "libertad de elegir" o "para elegir" no es sino una redundancia. Si elegimos es porque somos libres.

Ahora bien ¿Qué tan amplia es esa libertad para obrar que llamamos elección? La respuesta dependerá de muchos factores a considerar. Nuestra posición social, económica, política, geográfica -e incluso- nuestros pensamientos marcarán ciertos límites al ejercicio de esa facultad de elección.

Advertimos que la elección, definida como libertad para obrar, nos queda estrecha, ya que también podemos elegir nuestras ideas y pensamientos y que, en realidad, nuestro obrar dependerá en segundo lugar de las ideas que elijamos. Suele llamársele libertad de conciencia. Esta es mucho más amplia que la de obrar.

El campo de la elección de nuestros pensamientos es bastante más extenso que el del de nuestros actos. Somos más libres para pensar que para obrar. De hecho, podemos imaginar situaciones o fantasear sobre sucesos que no podemos hacer (por ejemplo, llegar volando a la luna agitando nuestros brazos como las aves, o vivir bajo el agua sin equipo de buzo como los peces). Somos libres de pensarlo, aun cuando sabemos que es imposible realizarlo.

Pero aun la libertad de pensamiento tiene sus límites, de los cuales el más importante es nuestro nivel de conocimientos. Solo podemos pensar acerca de lo que conocemos (tanto material como espiritualmente) o -dicho de otro modo- solo podemos pensar acerca de nuestros conceptos y no sobre conceptos que no poseemos, aunque podamos llegar a formarlos o adquirirlos. A medida que aprendemos vamos ampliando transformando y/o consolidando nociones. Cada vez que incorporamos un nuevo concepto acerca de cualquier objeto, nuestra libertad para pensar acerca del mismo se va ampliando. Pero eso no extiende automáticamente nuestra libertad para obrar, es decir, elegir. Podemos conocer muchas cosas, pero lo que conozcamos siempre será mucho mayor que lo que podamos hacer al respecto de aquello o de todo aquello que conocemos. Por ejemplo, podemos saber de la existencia de lugares a los que no podemos visitar, ya sea por razones de distancia, de dinero, familiares, políticas, etc. o de todos esos factores a la vez.

De hecho, un reo en su celda goza de absoluta libertad sobre sus pensamientos, pero tiene prácticamente cercenada su libertad de acción. Y esto será así, aun cuando tenga un patrimonio multimillonario, del cual no pueda disponer por hallarse embargado o inhibido. La libertad económica consiste precisamente en la libertad de acción respecto del uso y disposición de ese patrimonio que se posee. Si esa libertad de acción no existe, tampoco existe ninguna libertad económica. Si el titular de un patrimonio de supongamos 10 puede optar por gastarlos, ahorrarlos, regalarlos o invertirlos tiene la libertad económica que otra persona -dueña de un patrimonio de 100 millones- no posee, porque sobre este patrimonio deciden otros, como pueden ser los ladrones, los jueces o los gobiernos. Los ladrones por vías de hecho, y jueces y gobiernos por las de derecho (o también de hecho, cuando nos hallamos en un régimen despótico).

De donde se deduce que la libertad económica no está en relación dependiente de la cuantía del patrimonio, sino en la elección de la que ese patrimonio pueda ser objeto. No es "más libre" económicamente el que "más tiene", sino el que más puede elegir sobre lo que tiene, sea poco o mucho.

Elección política o económica denota los distintos campos en los cuales podemos ejercer nuestra libertad de obrar, de donde se pueden permutar los términos por libertad de obrar política o económica. Las acepciones 2 y 4 de la definición del diccionario apuntan a lo que habitualmente se denomina la libertad política, la tercera acepción sería aplicable a las 2 y 4.

La cuestión es los límites de esa elección y -en nuestro tema- si es posible circunscribir la elección política sin afectar la económica. ¿Puede un tirano perpetuo permitir y reconocer la vigencia de las libertades económicas al tiempo que niega y censura las libertades políticas? ¿Puede admitir la propiedad privada de sus súbditos y respetar sus libertades civiles en tanto prohibir las políticas?

En principio la respuesta parecería positiva. Si, es posible. Y, de hecho, históricamente, se han registrado algunos casos en tal sentido. Pero, es importante notar que dicha situación no se sostiene en el tiempo. Porque quien ejerce el poder político es -en definitiva- quien detenta el poder legislativo, y siempre existe la tentación a abusar de este poder, sea que se encuentra en manos de uno o de muchos.

Siempre estará latente en la ciudadanía el temor y la sospecha de que el tirano que respeta las libertades civiles y económicas se sienta -de repente- tentado a violarlas, contra lo cual no habrá apelación posible ante ningún otro organismo de poder, ya que el tirano es el que arroga el poder absoluto. Ergo, la negación de la libertad política lleva, potencial o efectivamente, a la carencia de toda otra libertad, comenzando por la económica.

En el caso inverso ¿puede permitirse la libertad política negándose la económica? También es posible teórica y prácticamente en el corto plazo, pero quien no puede disponer de lo suyo por imperio legal tratará de derogar ese imperio legal, y reemplazarlo por otro que le habilite la propiedad privada de sus bienes. De modo tal que, la libertad de elección política lo llevará a elegir un régimen que le consienta su libertad económica, es decir, la facultad de poseer y comerciar libremente con lo que se posee. Lo que nos conduce nuevamente a la misma conclusión anterior ambas libertades (económica y política) al final del camino terminarán convergiendo en una sola libertad, una única libertad.

Por ello, si bien en el corto plazo es posible separar la libertad política de la económica sin que una dependa de la otra, en el mediano y largo plazo esa separación tenderá a desaparecer, y sin "una" libertad tampoco existirá la "otra", lo que nos lleva a rematar que la libertad es indivisible, aun cuando muy transitoriamente puede separarse en partes.


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