No podemos fomentar los linchamientos ni la justicia por mano propia y menos la pena de muerte.
Por Alfredo Leuco
Hoy es el día mundial contra la pena de muerte. Es una lucha a muerte contra la muerte. Es una apuesta a la vida más allá de los criminales y/o violadores que por supuesto, merecen el máximo castigo posible que fije la ley. No se combate a los delitos cometiendo otro delito. No se combate al caníbal comiéndose al caníbal. Si algo nos separa de los criminales son los valores.
Humildemente, creo que si queremos vivir en paz, debemos ser muy duros con los que pregonan la guerra. Si queremos vivir tranquilos debemos ser contundentes con los que generan la inseguridad y el terror ciudadano.
El mensaje que el poder debe enviar en su lucha contra la delincuencia y los criminales debe ser implacable, por supuesto. Insisto: el poder político y las instituciones de la democracia deben ser exigentes al máximo en la aplicación de la ley.
No se puede demostrar debilidad, ineficiencia o contradicciones frente a un enemigo social que atenta contra el principal derecho humano de la población que es su derecho a la vida, primero y su derecho a vivir en paz, después.
Por eso digo que la ley debe ser el marco para defender la vida de la comunidad y se debe castigar con todo el peso de la ley tanto al delincuente y al criminal que tienen la responsabilidad principal en todo esto como al policía que cometa algún delito a la hora de combatir a esos delincuentes.
Ni mano blanda que mira para otro lado y justifica a los delincuentes ni mano dura ni gatillo fácil que muchas veces destruyen vidas por error o por odio mezclado con venganza. Mano justa, sería el mejor camino para todos.
No se gana nada apoyando o permitiendo que los policías y otras fuerzas de seguridad violen la ley para luchar contra los que violan la ley. Ahí entramos en la ley de la selva y en la delincuencia de estado. El ojo por ojo finalmente, deja ciega a toda la sociedad.
El mensaje debe ser claro. La línea divisoria es entre los que se ganan la vida dignamente y los delincuentes que no respetan las normas que nos permiten vivir en sociedad e interactuar entre los distintos.
Yo sé que no es un mensaje tranquilizador para la sociedad que muchos delincuentes pesados, criminales de gran calibre, estén libres, caminando entre nosotros, mezclados entre la gente honesta que jamás transgredió ni una sola reglamentación. No es justo igualar para abajo.
Es necesario, como en todos los órdenes de la vida un sistema claro y firme de premios y castigos que envíe mensajes contundentes para toda la sociedad. Los que violen la ley, deben saber que no les espera el paraíso. Que por el contrario, les espera un infierno. En la Argentina debemos lograr que no sea gratis cometer delitos.
De una vez y para siempre debemos desterrar el facilismo peligroso de ambos extremos. Ninguna desmesura ni posición ultra nos sirve para vivir en paz. Ni el zaffaronismo abolicionista que en un minuto deja en libertad a casi todos los delincuentes. Ni el bolsonarismo que fomenta poco menos que volarle la cabeza de un tiro a cualquier raterito. Ojo con las exageraciones y demagogias de ambos lados.
Tenemos que ser muy racionales y prudentes pero muy firmes e implacables en aplicar la ley. No podemos admitir que los ladrones entren por una puerta y salgan por la otra diez, veinte veces. Es una carrera loca del delito que la mayoría de las veces termina en la muerte: del victimario o de la víctima.
No podemos permitir que nadie se atribuya poderes especiales o celestiales y pueda decidir de un tiro sobre la vida y la muerte de las personas por más delitos que hayan cometido. Es un tema delicado pero es el límite entre la civilización y la barbarie. Entre el vale todo y el todo dentro de la ley. Los fanatismos nos llevan derechito a autoritarismos fachistas de los que es muy difícil regresar.
Yo comprendo que la lentitud, la ineficiencia y muchas veces la cobardía de la justicia en hacer justicia, lleva a muchos a reclamar un atajo peligroso que es la justicia por mano propia, el linchamiento. Hemos visto demasiado de esa putrefacción de la condición humana en estos tiempos. Padres que no pueden soportar que los asesinos de sus hijos no paguen por lo que hicieron. Los comprendo.
En su dolor y desgarro inconmensurable, los entiendo. Uno no puede menos que compadecerse por semejante agujero negro que les deja en el alma a todos los familiares de las víctimas. Pero no los justifico.
Porque soy periodista. Tengo un micrófono y una voz que, por suerte, escucha mucha gente. Y debo ejercer mi trabajo con el máximo de responsabilidad ciudadana y profesionalismo. No podemos fomentar los linchamientos ni la justicia por mano propia y menos la pena de muerte.
Entiendo a todos los que tengan otra mirada del tema. Se que es un tema polémico a ultranza. Pero es mi opinión. Se la quiero transmitir con la mayor honestidad intelectual posible.
Hay que construir una policía eficiente, calificada, profesional y moralmente y profundamente democrática. Esa policía debe ser un instrumento de la sociedad y la justicia para enfrentar a los delincuentes. No hay otro camino.
Por el sendero de la ley vamos a vivir menos en peligro y vamos a recuperar las ganas de vivir en plenitud y transitar por las calles y recuperar los lugares públicos para disfrutarlos con nuestros seres queridos. No queremos ser rehenes de la inseguridad. No queremos ser víctimas de los delincuentes pero tampoco de los malos policías que son delincuentes con uniforme.
No queremos quedar cautivos de los miedos. Encerrados entre cuatro paredes y llenos de rejas por todos lados. No queremos rendirnos ante el pánico. Porque si la vida no vale nada, nada vale.
Queremos vivir en paz y en tranquilidad en una sociedad de trabajo, progreso y educación. ¿Será mucho pedir? ¿Será mucho? ¿Será?
Todos los días nos enteramos de una nueva atrocidad. Todos los días nos enteramos de algo peor y modificamos nuestros hábitos de vida. Nos metemos para adentro, literalmente. Nos rodeamos de sospechas, de mecanismos de prevención, de alarmas por todos lados.
Todos los días levantamos paredes más altas, rejas más gruesas. Hay casas que parecen bunkers, a las que además de puertas y ventanas blindadas solo les falta una barricada en la puerta. ¿Hasta cuándo? Es que el miedo no es zonzo. Y cada día tenemos más miedos.
A veces son tantos los casos de robos o de muertes que se nos va formando un callo que nos insensibiliza. Pero otras veces construimos esa especie de coraza inexpugnable para no enloquecer y para no andar todo el día mirando para todos lados sin poder vivir en paz y en tranquilidad. ¿Es tan difícil lograrlo?
Hay que actuar en defensa propia de los ciudadanos indefensos. En defensa propia y de nuestras familias. La seguridad debe ser una bandera en manos de los funcionarios más sensatos, valientes, experimentados y más democráticos.
No se puede dejar la bandera de la lucha contra la inseguridad ni a los adoradores de Zaffaroni ni a los de Bolsonaro. No se puede arrojar nafta demagógica sobre tumores sociales como la pena de muerte o la tortura o los linchamientos o el gatillo fácil. Queremos un estado democrático pleno. No un estado de sitio ni un estado policial.
Hay que repudiar la ley de la selva pero hay que reivindicar la ley de la vida. Que se aplique de verdad la ley más dura y más rigurosa sin salirnos de la ley. La mayor seguridad y protección que pedimos no incluye la pena de muerte. No incluye la venganza con premeditación y alevosía.
Ojo con apelar a un remedio que sea peor que la enfermedad. Llenar de cadáveres la patria nos convierte en un cementerio con bandera. No se puede fogonear el asesinato de estado. No se puede ni se debe multiplicar la muerte para terminar con la muerte.
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