Alberto Fernández debe saber que atizar la crisis deteriora a Mauricio Macri, pero no le garantiza su éxito.
Por Ricardo Kirschbaum
No sirve aducir que no hay dos sin tres, porque en estas crisis con sus herencias venenosas no hay azar, sino una constante vieja, casi permanente: no hay moneda. Y decir no hay moneda es una explicación sencilla para explicar lo que pasa y la repetición hasta el hartazgo de lo que ahora vuelve a ocurrir. Una explicación también sencilla es porque el país que se siente rico, más rico de lo que en realidad es, gasta más que lo que produce.
Lo terrible de este momento no es la falta de reservas o el tramo del préstamo que el Fondo debe resolver de aquí a poco tiempo, sino que las herencias que se reparten oficialistas y opositores, cada uno a su tiempo, añaden un factor antes no tan presente y ahora determinante: el tercio o más de la población en pobreza. Nadie sabe cuántos más entrarán en ese estado luego de este nuevo capítulo de nuestra historia circular, con un agravante: ese ciclo es cada vez más corto y el punto de arranque para una nueva vuelta, cada vez peor en términos sociales.
Aquí está perfectamente claro que la debilidad básica e intrínseca de la economía argentina, que es la falta de moneda estable, a su vez resultado de políticas decisiones oportunistas, erráticas o coyunturales, se convierte en enfermedad gravísima y con secuelas cuando, además, se juega el recambio de poder.
Macri es presidente y es candidato. Pero después del 11 de agosto ha quedado en una situación de debilidad objetiva que afecta tanto sus chances electorales, lo que es obvio, pero también su capacidad de enfrentar la crisis sin cálculos políticos. Ha tomado medidas porque el huracán cambiario amenazaba con llevarse todo porque lo que ha fallado fue la política.
El problema básico fue que el proyecto no funcionó porque Mauricio Macri (y sus principales asesores Peña y Durán Barba) no estaba preparado para gobernar en coaliciones, o construir consensos que vayan más allá de compromisos concretos para aprobar una ley, porque no estaban abiertos a acuerdos con lo que se dio a llamar la “vieja política”, a la que debieron recurrir cuando el agua llegaba al cuello, tarde y mal. Esa visión gerencial se terminó cuando el mundo se dio vuelta y se recurrió al FMI como salida. Este martes, Paul Krugman se ocupó de lapidar ese paso desesperado, lapidando también a Christine Lagarde, de quien dijo hay que cuidarse ahora que está a cargo del Banco Central Europeo. Pero Krugman, Premio Nobel, dijo que Macri no se animó al ajuste inicial, error que lo llevó a quedar en manos del FMI.
Hay otra paradoja: los mercados, que en general temen al peronismo, pero más al kirchnerismo porque ignoran cuán predominante o no será en un eventual nuevo gobierno, son los que más apuran su retorno con sus precauciones en base a la historia argentina. Incluso, más que Fernández con sus declaraciones. Por ejemplo, las empresas argentinas perdieron una gran parte de su valor.
Alberto F. sabe perfectamente que una economía en pronunciada caída, como la nuestra, puede acelerar los tiempos y aumentar el deterioro del gobierno de Macri. Pero esta acción, también muy repetida en la Argentina circular, no necesariamente le garantizará el éxito, si el 27 de octubre repite los guarismos de las primarias que lo convirtieron en el poder virtual hasta entonces.
El futuro no será la Panacea que se promete. Habrá algún espejismo pasajero, pero la cuestión de fondo sigue irresuelta.
Clarín
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