jueves, 11 de abril de 2019

ARBITRARIEDAD O VERDADES ABSOLUTAS: ¿QUÉ FORMACIÓN SE IMPARTE EN LAS UNIVERSIDADES Y TERCIARIOS?

“pues para mí no hay música más alta que la filosofía”
Sócrates

Por Juan Carlos Monedero

Hay un denominador común en todas las carreras: las materias de Humanidades. Se llamen Filosofía, Sociología, Conocimiento Científico, hay un docente que imparte estos contenidos. No diremos –cayendo en actitudes facilistas y demagógicas– que estas carreras no son importantes. Lo son, y mucho. Pero por lo general, al menos según la experiencia propia y ajena, no siempre están bien llevadas. Hay muchos motivos por los que pasa esto, desde pedagógicos hasta falencias propias del alumno, pero en este artículo deseamos hacer foco en lo preocupante que es alentar desde la cátedra la mentalidad relativista en cuanto a las normas éticas. Porque el relativismo no es otra cosa que la arbitrariedad, pero bajo un nombre distinto.

Expliquémonos.

Por lo general, el docente que dicta los contenidos de filosofía, sociología o pensamiento, puntualiza que no existen verdades absolutas (o al menos, que no se pueden conocer). Escucharemos frases como “a partir del siglo XX se ha descubierto que todo conocimiento científico es provisorio”, “los valores éticos van cambiando”, “cada sociedad interpreta lo ético a su manera”, “no hay una única visión de la justicia”, “la moralidad va cambiando”, “las verdades no se pueden conocer, sólo conocemos ideas de la verdad pero no la verdad en sí”, etc. Son las frases de rigor.

La mayoría de los alumnos escucha, copia alguna que otra expresión, estudia para el parcial, luego para el final, reproduce estas afirmaciones y listo.

Sin embargo, poco a poco e imperceptiblemente, conceptos como estos van mellando nuestra capacidad de discernimiento moral. Nos vamos acostumbrando a una lenta pero inflexible erosión de la conciencia, con resultados que están a la vista.

Lo cierto es que el ser humano, desde tiempos inmemoriales, ha procurado siembre la justicia. La verdad, la justicia y el honor son los grandes motores de sus acciones. Incluso los mismos ladrones le rinden un involuntario homenaje cuando se enfurecen porque uno de ellos rompió el acuerdo y pretende llevarse una parte mayor del botín. Todos respondemos a la justicia, especialmente cuando nos sentimos objeto de injusticias.

Ahora bien, la justicia es lo justo en concreto. Y determinamos eso justo, en concreto, a partir de la realidad. ¿Cómo vamos a determinarlo si no conocemos la verdad (no la mía o tuya) sobre esta realidad? Por lo tanto, como ha escrito el gran filósofo alemán Josef Pieper, la verdad es inseparable de la justicia. Sin justicia no hay sueldos “justos”, y no puedo determinar lo que es justo si no conozco la veritas rerum: la verdad de las cosas. Necesito de la verdad hasta para protestar cuando no me pagan lo que me deben.

Por eso es que sin verdad estamos en el reino de la arbitrariedad. Que no es otra cosa que el despotismo del más fuerte. Si no hay verdad –porque no existe o no se puede conocer, da lo mismo–, no hay base para cumplir los contratos. No hay base para cumplir los pactos. No hay base para comprometerse. No hay “norma” desde el cual reprobar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. No hay “criterio ético” para felicitar a mi hijo cuando estudia. No hay base para encarcelar al violador que abusa de una nena de 11 años. No hay base para nada. Necesitamos de la verdad como el agua.

Pero está el problema de las opiniones. Es evidente que las personas piensan muy distinto y en todos los temas: religión, política, economía, historia, moral… hay quienes aprueban tal práctica, hay quienes la condenan. Algunos están a favor de tal o cual idea, otros de la contraria… Y a veces, ante tal jungla de concepciones, opiniones y posiciones doctrinarias, es fácil verse desorientado y resentirse. Pero Sócrates, en el diálogo de Platón llamado El Fedón, ya nos prevenía de este problema, al que denominó “odio al logos”: desprecio por los razonamientos.

Si analizamos bien esta multiplicidad de juicios, de discrepancias y discusiones, podemos descubrir aquel substrato en el cual están todos de acuerdo. Pero, ¿cómo? ¿Qué puede haber en común entre posiciones tan antagónicas como por ejemplo aquellos que rechazan la Educación Sexual y quienes la promueven? Y la respuesta es muy simple: tienen en común que ambos saben que ambas posiciones no pueden ser simultáneamente verdaderas. O la educación sexual es dañina para los niños o no lo es. No hay término medio. La filosofía clásica ha acuñado un término para este descubrimiento. A este principio fundamental de la realidad, según el cual una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto, lo llama Principio de No Contradicción. Y en eso están todos de acuerdo –implícita o explícitamente– porque, de lo contrario, no discutirían. Así lo explica Aristóteles en su Metafísica.

Se puede llegar a una verdad, llegamos a este principio. Quizás no sepamos cuál es la religión verdadera, pero sabemos que si un abanderado de la religión x proclama que “Todas las religiones, aunque digan cosas opuestas, son aceptables” esa, al menos, esa religión no puede ser correcta… porque no pueden ser aceptables las afirmaciones contradictorias. No pueden, es algo que repugna la inteligencia.

Sin verdad no hay justicia. Sin justicia no hay sueldos justos, pero tampoco acciones justas. No hay héroes ni traidores. No hay buenos ni malos, no hay villanos ni virtuosos. Esas son las consecuencias finales del relativismo: como no hay verdad, sólo queda el poder. ¿Hacia ese mundo queremos caminar? Tenemos que darnos cuenta de la importancia de las palabras que se pronuncian en clase, de las afirmaciones cuyos apuntes tomamos en clase.

Los profesores que suscriban este pensamiento –mejor dicho: anti-pensamiento, porque no puede estar estimulado para el pensamiento quien lo crea impotente para conocer– deben revisar sus decisiones intelectuales. No pueden matar la sed de conocer la realidad en sus alumnos. No deben ultimar el hambre de todo ser humano por la posesión de la verdad. Quiera Dios que unos y otros tomen conciencia de las implicancias suicidas del relativismo, y que –con valentía y decisión– los docentes escépticos procuren la restauración de la inteligencia de aquellos alumnos que siguen esperando y anhelando, en su ser más íntimo, una verdad absoluta por la que luchar y una justicia que defender.


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