Por Álex Navajas
Nuestra sociedad tiene cada vez más dogmas o verdades irrefutables que no admiten discusión. Si las pones en duda, te arriesgas a la condena social y al ostracismo, como le ha pasado a buena parte de intelectuales e historiadores sólidos, honestos, políticamente incorrectos y que no están sufragados por el poder.
Una de estas verdades incuestionables en España es que el General Franco fue un genocida, tirano y represor prácticamente al mismo nivel que Hitler o Mussolini (curiosamente, los que defienden esta teoría nunca citan a Stalin, Lenin, Pol Pot, Mao, Castro, los Kim, Ceaucescu, Honecker o Hoxha). El tema está zanjado para ellos, y lo único que se admite en todo caso son más ejemplos, casos o testimonios que alimenten esta visión.
Francisco Franco, para ellos, no tenía el más mínimo atisbo de virtud ni la más mínima capacidad para hacer el bien. Todo en él era maldad, retorcimiento, odio y deseo de venganza. Por el contrario, claro, los que le hicieron frente eran héroes, demócratas, tolerantes, abiertos y buscaban siempre el bien común. Tanto es así, que el Gobierno español pretende establecer esa visión histórica como la única aceptable (algo que no ocurre con tanta rotundidad en ningún otro episodio de nuestra nación) y llegar a penar económicamente e, incluso, ¡con la cárcel!, a aquellos que osen decir algo positivo del mandatario.
Se amparan en que en Alemania está prohibida la apología del nazismo (de nuevo, olvidan señalar que, en otros países, pasa lo mismo con el comunismo) para tratar de someter a historiadores e intelectuales y que no se salgan del camino. Es decir, ya no se podrá decir que Franco tenía buenas dotes como jardinero, o que conducía bien, o que a veces era amable y agradecido. Todo eso podría ser constitutivo de delito. No digamos ya si hablamos de su papel para evitar embarcar a España en la Segunda Guerra Mundial, o sus políticas económicas que trajeron buenos resultados, o los estupendos datos del paro que había en España en 1975. Es decir, entraríamos en una auténtica dictadura ideológica, en una policía de pensamiento, en una verdadera ley mordaza a la que muchos están dispuestos a someterse.
Nada nuevo, por otra parte, en nuestra historia. Ya el pueblo gritaba aquello de “vivan las cadenas” y sustituía a los caballos para tirar del carro que traía a Fernando VII del destierro francés, aquel que no dudaría en volver a esclavizarles.
No sé ustedes, pero yo suelo desconfiar de aquellas visiones históricas tipo Barrio Sésamo que nos hablan de los muy, muy buenos y, frente a ellos, los muy, muy malos; que no permiten ninguna refutación y que te atacarán despiadadamente como te atrevas a cuestionar alguno de sus dogmas. Generalmente, adolecen de lo mismo por lo que condenan a otros. Eso de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
El General Franco quizás sea la figura histórica más controvertida de España. Y todo, porque la izquierda ha querido verter sobre él todo tipo de insidias, mentiras, insultos, burlas, exageraciones y falsedades. Ningún personaje de nuestra historia ha sido tan deformado y manipulado hasta hacerle casi irreconocible.
Por eso persiguen, no ya a la apología de Franco, sino –y esto es lo verdaderamente grave- el estudio equilibrado, basado en fuentes fiables, con testimonios veraces, que busque la verdad de los hechos. Directamente, no lo toleran. Condenan al que, sencillamente, quiera tener la libertad de investigar la realidad de ese periodo histórico. Hay un dogma, una versión que quieren imponer de esa etapa de España, de la que nadie podrá disentir.
Por eso, no se trata de defender o condenar la figura del General Franco, sino de no permitir que prohíban opinar con libertad e investigar sobre cualquier episodio de la historia. Pero eso la izquierda no lo tolerará jamás. Eso le supondría un acto de humildad y de reconocimiento de los errores cometidos por sus antepasados políticos al que no está acostumbrada y no está dispuesta.
Así que nos toca a los que buscamos la verdad lanzar preguntas incómodas para los intolerantes que quieren coartar la libertad. Y la primera de ellas sería ésta: ¿Y si Franco no fuera tan malo como nos han contado?
Actuall
Nuestra sociedad tiene cada vez más dogmas o verdades irrefutables que no admiten discusión. Si las pones en duda, te arriesgas a la condena social y al ostracismo, como le ha pasado a buena parte de intelectuales e historiadores sólidos, honestos, políticamente incorrectos y que no están sufragados por el poder.
Una de estas verdades incuestionables en España es que el General Franco fue un genocida, tirano y represor prácticamente al mismo nivel que Hitler o Mussolini (curiosamente, los que defienden esta teoría nunca citan a Stalin, Lenin, Pol Pot, Mao, Castro, los Kim, Ceaucescu, Honecker o Hoxha). El tema está zanjado para ellos, y lo único que se admite en todo caso son más ejemplos, casos o testimonios que alimenten esta visión.
Francisco Franco, para ellos, no tenía el más mínimo atisbo de virtud ni la más mínima capacidad para hacer el bien. Todo en él era maldad, retorcimiento, odio y deseo de venganza. Por el contrario, claro, los que le hicieron frente eran héroes, demócratas, tolerantes, abiertos y buscaban siempre el bien común. Tanto es así, que el Gobierno español pretende establecer esa visión histórica como la única aceptable (algo que no ocurre con tanta rotundidad en ningún otro episodio de nuestra nación) y llegar a penar económicamente e, incluso, ¡con la cárcel!, a aquellos que osen decir algo positivo del mandatario.
Se amparan en que en Alemania está prohibida la apología del nazismo (de nuevo, olvidan señalar que, en otros países, pasa lo mismo con el comunismo) para tratar de someter a historiadores e intelectuales y que no se salgan del camino. Es decir, ya no se podrá decir que Franco tenía buenas dotes como jardinero, o que conducía bien, o que a veces era amable y agradecido. Todo eso podría ser constitutivo de delito. No digamos ya si hablamos de su papel para evitar embarcar a España en la Segunda Guerra Mundial, o sus políticas económicas que trajeron buenos resultados, o los estupendos datos del paro que había en España en 1975. Es decir, entraríamos en una auténtica dictadura ideológica, en una policía de pensamiento, en una verdadera ley mordaza a la que muchos están dispuestos a someterse.
Nada nuevo, por otra parte, en nuestra historia. Ya el pueblo gritaba aquello de “vivan las cadenas” y sustituía a los caballos para tirar del carro que traía a Fernando VII del destierro francés, aquel que no dudaría en volver a esclavizarles.
No sé ustedes, pero yo suelo desconfiar de aquellas visiones históricas tipo Barrio Sésamo que nos hablan de los muy, muy buenos y, frente a ellos, los muy, muy malos; que no permiten ninguna refutación y que te atacarán despiadadamente como te atrevas a cuestionar alguno de sus dogmas. Generalmente, adolecen de lo mismo por lo que condenan a otros. Eso de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.
El General Franco quizás sea la figura histórica más controvertida de España. Y todo, porque la izquierda ha querido verter sobre él todo tipo de insidias, mentiras, insultos, burlas, exageraciones y falsedades. Ningún personaje de nuestra historia ha sido tan deformado y manipulado hasta hacerle casi irreconocible.
Por eso persiguen, no ya a la apología de Franco, sino –y esto es lo verdaderamente grave- el estudio equilibrado, basado en fuentes fiables, con testimonios veraces, que busque la verdad de los hechos. Directamente, no lo toleran. Condenan al que, sencillamente, quiera tener la libertad de investigar la realidad de ese periodo histórico. Hay un dogma, una versión que quieren imponer de esa etapa de España, de la que nadie podrá disentir.
Por eso, no se trata de defender o condenar la figura del General Franco, sino de no permitir que prohíban opinar con libertad e investigar sobre cualquier episodio de la historia. Pero eso la izquierda no lo tolerará jamás. Eso le supondría un acto de humildad y de reconocimiento de los errores cometidos por sus antepasados políticos al que no está acostumbrada y no está dispuesta.
Así que nos toca a los que buscamos la verdad lanzar preguntas incómodas para los intolerantes que quieren coartar la libertad. Y la primera de ellas sería ésta: ¿Y si Franco no fuera tan malo como nos han contado?
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