Para entender a estos personajes de miniserie —que todavía no se filma porque aun no se sabe como va a terminar— hay que situarse en la Ciudad de La Plata a comienzos de la década del 70.
Por Pablo Dócimo
Como muchos, que en la misma época también estudiábamos, si hacemos un esfuerzo de memoria quizás podamos aportar algo.
En esos tiempos, Néstor y Cristina, no tenían ninguna orientación política, y ya para 1972 había comenzado a instalarse un microclima ideológico en una parte del estudiantado.
Juan D. Perón, a partir de la masacre de Trelew, les había prometido, ambiguamente, de todo. Ellos, inocente o inconscientemente, creyeron en lo que el viejo les decía, pero Perón en realidad, pensaba otra cosa.
Como la mayoría de la juventud revolucionaria, provenían de familias gorilas llenas de odio, y fue ese odio el que los hizo cambiar de bando, apareciendo como una vanguardia revolucionaria que estaría al servicio de un presunto socialismo, que seria fruto de una “evolución” ideológica de Perón.
Pero, muy a pesar de ellos, Perón los advirtió, y después los hecho.
Perón había dejado de ser peronista, y esto no entraba dentro de los cálculos de aquellos jóvenes que trataban de forzar las palabras y los argumentos para seguir siendo peronistas.
Concretamente, llegaron a odiar a quien habían amado. Odiaron al pueblo, que no los siguió, y los rechazo como si fueran leprosos.
Odiaron a la clase media, que realidad fue la principal víctima de las locuras y los desmanes que ellos mismos ocasionaron.
Odiaron al campo, al que no conocen, odiaron a la industria, ya hasta odiaron al sindicalismo.
Odiaron siempre a USA, pese a no haber visto nunca a un yanqui en toda su vida, pero cuando los vieron quedaron cholulos.
Son dictadorzuelos, que no llegan a la categoría de dictadores, pero como los verdaderos dictadores para ejercer su poder necesitan de las armas y ellos todavía no las tienen, es que la delincuencia común y las fuerzas de choque disfrazadas de “organizaciones sociales” les son funcionales para reprimir y castigar, de alguna forma, a los sectores medios de la población que no los votan.
Pretenden instalar un “neo anarquismo”, permitiendo que quien quiera haga lo que quiera, comenzando por los colegios, donde un grupo de alumnos puede tomar el edificio, las universidades; donde agrupaciones políticas infiltradas en los centros de estudiantes impiden votaciones o la designación de un rector, y ni hablar de los cortes de rutas y calles en cualquier lugar y momento.
En cualquier corte, hay presencia de extranjeros, en su mayoría indocumentados, que reclaman salud, educación para sus hijos y, especialmente una vivienda, de forma tal, que si lo hicieran en sus propios países, terminarían de inmediato en la cárcel.
Todo eso está permitido hoy por un gobierno que se dice progresista, pero que parece no entender lo que esto significa.
Se supone que progresista, está relacionado con progreso, sin embargo, en estos tiempos, es lo que más escasea.
Tribuna de Periodistas
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