Argentina carece desde hace ya dos décadas de una política seria de defensa nacional, a la falta de asignación presupuestaria histórica desde la recuperación democrática se suma ahora una profunda desatención de dirección y objetivos políticos.
Por Jose Marcelino Garcia Rozado
El tema de la “defensa nacional” es una de las mayores carencias que hoy debe ser revertida, y más cuando el escenario internacional del siglo XXI se encuentra cruzado por un juego de relaciones y tensiones marcadas por la presencia omnipresente de la potencia mundial por antonomasia, los EEUU, y una política imperial de imposición de su presencia a través de la “guerra preventiva” de los neoconservadores.
EEUU poseedor indiscutido de la mayor potencia militar de los últimos veinte años, y que tras la caída del muro de Berlín y hasta hace apenas unos pocos años no encontró otra potencia ni país que discutiera su liderazgo, se encuentra embarcado en un unilateralismo peligroso para aquellas naciones que intentan ejercer cierta influencia regional, o también para aquellas otras que pretenden acomodarse en el concierto de las naciones sobre la base de una independencia de criterio no resignado a seguir los designios del imperio.
Dentro de esta realidad, y con la irrupción de Rusia –Putin de por medio- como nuevo jugador, con aires imperiales, que sale a disputarle al imperio estadounidense la preeminencia militar global nos encontramos los latinoamericanos, en especial los sudamericanos, con tres actores sumamente interesados en detentar un liderazgo regional. Brasil asentado en su propio e indiscutido papel protagónico, su desarrollo industrial en todos los campos y especialmente en el tema energético y militar, y con una cancillería –Ita marathi- que despliega permanentemente todo su enorme potencial; Colombia, que a través de los acuerdos obtenidos de parte de los EEUU en su lucha contra la narcoguerrilla, pretende ejercer apoyada en aquellos acuerdos y sobre un armamento moderno y diversificado una preeminencia regional que lo señale como una potencia en su lucha contra el terrorismo internacional.
Y por fin el tercer actor, la Venezuela chapista, ese intento de líder regional de infantil oposición al gigante estadounidense y que pretende extender su sombra sobre las repúblicas sudamericanas y centroamericanas basándose en el potencial que le confiere su capacidad de potencia petrolera, y asentando dicho intento en una cuestión ideológica de izquierda “sui géneris”, con mezcla de populismo latino y asentándose en el recambio generacional del viejo régimen castrista cubano, hoy devenido en una apertura a la china.
A estas realidades latinoamericanas debemos sumarles el resurgimiento de Estados reguladores y el protagonismo ascendente de actores no estatales, especialmente respecto de la defensa fuera de nuestro subcontinente, y un insipiente multilateralismo en las relaciones entre naciones que generan nuevas contradicciones entre políticas de consenso y despliegues de poder, que terminan por condicionar el orden global y por lo tanto el orden regional o subcontinental en momentos críticos respecto del control sobre los recursos naturales –agua, medio ambiente, biodiversidad, etc.- que vuelven a cobrar absoluta importancia en la agenda mundial.
La agenda de seguridad internacional, y la regional o subcontinental, vuelve como nunca antes su mirada sobre los recursos naturales, priorizando el concepto estratégico de dichos recursos por sobre otras cuestiones que fueron perdiendo actualidad estratégica; Iberoamérica no es ajena a este nuevo tablero geopolítico, y como tal nuestro país debe implementar políticas de Estado respecto de la Defensa Nacional, hasta hoy absolutamente ausentes en la prioridad de un Estado absorbido por la crisis económico-financiera internacional y la prioridad otorgada a la acumulación de poder político interno.
Latinoamérica ha sido testigo y participe de actividades militares relativamente intensas en los últimos meses, el conflicto Ecuador-Colombia y el de Colombia-Venezuela sumados a la reactivación de la IV Flota estadounidense frente a Sudamérica y la muy creciente presencia militar rusa en el subcontinente son indicios excesivamente notorios de un nuevo mapa de seguridad regional al que la actual administración K no le presta atención alguna, estos fenómenos y la permanencia de la narcoguerrilla colombiana aunque no anuncian una tendencia irreversible, por acentuar la incertidumbre deberían llamar al Estado a comenzar a prestarle una atención especial.
El absoluto abandono de toda política de defensa nacional, llevada a cabo por ambas administraciones K contradice los eslóganes declamados por los responsables políticos del área, y sumergen a nuestra Patria en la indefensión más total y absoluta frente al resto de nuestros vecinos. Vecinos que actualizan y aumentan permanentemente su capacidad militar y táctica, siguiendo políticas de defensa en algunos casos defensivas y en otros sumamente ofensivas; y ni que hablar respecto de aquellas otras naciones mundiales y extracontinentales de las cuales sería imposible ni siquiera compararnos.
La política exterior Argentina no postula un posicionamiento estratégico defensivo como expresa el Secretario de Estrategia y Asuntos Militares nacional Germán Montenegro, sino que por el contrario adolece de las mínimas posturas y políticas respecto del problema militar y de seguridad nacional. Debemos acordar que con la no política llevada a cabo nuestro país no puede realizar otra cosa que “una concepción que alienta la estabilidad y la paz alejando percepciones de amenaza”, ya que el grado de indefensión ya remarcado atenta básicamente con cualquier especulación de desestabilización regional, y vuelve absolutamente ridículo todo pensamiento de agresión o rompimiento de la paz por parte del Estado Argentino.
Asimismo es imposible acordar con el postulado por él expresado de que “la necesidad de contar con una fuerza militar que garantice la defensa autónoma basada en la legítima defensa” ya que si bien el mismo es casi una verdad de perogrullo, la irrealidad de la misma con las administraciones de Néstor y CFK resaltan aún más la necesidad imperiosa de contar con una política de Estado en el área de defensa nacional. Argentina no solo esta indefensa ante el poderío bélico de Chile, Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador –y no nombramos a Brasil porque respecto de éste el mismo es abismal- sino que hoy la realidad nos coloca en similares posiciones con Uruguay, Paraguay y Bolivia; retrotrayendo la nación a situaciones precoloniales que hacen que el tema defensa nacional sea hoy un recuerdo de épocas pasadas y casi olvidadas.
El revanchismo de los sectores encaramados en el Gobierno K, y que amparándose en seudas políticas de “derechos humanos” persiguen a ex y actuales integrantes de nuestras fuerzas armadas, no paran en ellas, sino que extendieron el manto del desmantelamiento más total y absoluto sobre las mismas; donde se aplicaron reducciones presupuestarias –directas o encubiertas por la inflación-, desideologización profunda de valores de nacionalidad y patriotismo, no mantenimiento, y mucho menos reequipamiento del material militar existente, que llevaron a la actual situación de incapacidad básica para actual como fuerza armada en defensa de la “defensa autónoma basada en la legítima defensa” que proclama el actual Secretario Montenegro.
Es muy cierto que las anacrónicas “hipótesis de conflicto” existentes a principios de siglo requerían de una reactualización y readecuación de la Ley de Defensa Nacional. Pero la llevada a cabo por la administración K en el 2006 con la sanción de la Ley y su Decreto Reglamentario Nº 727/06 que establece un sistema de planeamiento militar por capacidades atenta específicamente con la misma definición del Sistema de Defensa Nacional. Al anular y reemplazar las anacrónicas hipótesis de conflicto con nombre y apellido –Chile, Brasil (épocas pasadas)- por la “identificación de riesgos” que pudieren configurar amenazas para la Nación, no solo no anulan las históricas desconfianzas de nuestros hermanos y vecinos, sino que contradicen el espíritu mismo de lo que ellos llevan a cabo en política de defensa nacional.
Tanto Chile, especialmente, como Brasil permanentemente vigilan y atienden la política de defensa de sus vecinos, y si bien en esta actualidad no desconfían de nuestro país, ello no se debe a que variaron su pensamiento respecto de la política de defensa, sino que se debe al actual grado de indefensión y atraso de la capacidad bélica argentina. La consolidación de la confianza con Brasil y Chile, generada específicamente a través de los lazos económicos y físicos –desaparición de problemas limítrofes y los acuerdos de límites de los 90 del siglo XX- y de las asociaciones políticas logradas –Mercosur- y las nuevas acciones de colaboración militar entre nuestras fuerzas armadas en misiones de paz, no terminan de borrar en aquellos la histórica y permanente desconfianza, y muchísimo menos han anulado en ellos la permanente política de reequipamiento militar y el desarrollo de su propia capacidad de producción para la defensa.
Mientras Chile reequipa sus fuerzas armadas con la más moderna tecnología bélica, y desarrolla su propia capacidad de fabricación de materiales militares, Brasil encara con un profesionalismo digno de una potencia regional y global un plan de desarrollo de la industria bélica naval, militar y aeronáutica con convenios y asociaciones con países tan diversos como Francia, China y Rusia pero todos ellos altamente tecnificados y con desarrollos de punta en materia militar y estratégica. La política militar de producción de defensa llevada a cabo por el Gobierno de Brasil –antes por Fernando Henrique Cardozo, y ahora por Luiz Inacio “Lula” Da Silva- excede el marco nacional y se expande hacia el resto de los países del subcontinente, colaborando y realizando convenios de complementariedad con otros países como Venezuela y Colombia.
Ante esta actitud de liderazgo brasileño, nuestra política de defensa nacional se centra en la despolítica del área y en la simplista “identificación de riesgos”, desconociendo las políticas y las acciones de nuestros vecinos, hermanos y socios. La política en el plano doméstico de las administraciones K mantienen la nefasta política de desinversión y desatención inaugurada por el gobierno radical alfonsinista y profundizada al extremo por el menemato de los 90; la histórica desatención en inversiones en el área de producción para la defensa, y en el del desarrollo de materiales y tecnologías militares, estratégicas y de defensa llevadas a cabo desde la época de la recuperación democrática -1983- salvo en el caso del misil Cóndor durante la gestión de Raúl Alfonsín, no se revierte por incrementar en ningún porciento el presupuesto del área militar.
La política militar llevada a cabo por Néstor antes y por CFK ahora, si bien puede haber incrementado el presupuesto del área en un 150%, como dice Montenegro, desde 2006, es de hacer notar de que piso parte ese incremento y que el 150% de aumento significan $ 1 mil millones, o lo que es lo mismo cerca de U$s 300 millones, lo que demuestra la poca atención que la política militar significa para estas administraciones. Mientras Chile asigna más del doble de esa cifra en reequipamiento anual, y Brasil asigna tres veces esa cifra sólo al desarrollo de su industria de producción de armas ligeras, nuestra administración remarca que la Ministra Nilda Garré asignó esos fondos con “exclusividad a la recuperación de capacidades de la Fuerzas Armadas”, modernizando sistemas de armas e incrementando el adiestramiento.
La falta de Política del área de defensa no solo está basada en una cuestión presupuestaria o de dependencia tecnológica, sino que se asienta en un problema ideológico de las administraciones K.
Y este problema ideológico está íntimamente emparentado con los antecedentes de la pareja presidencial, y de la enorme mayoría de sus funcionarios nacionales; todos ellos provenientes de la “juventud maravillosa” e “idealista” de los años de plomo de las luchas intestinas de los 70. Aquellos “jóvenes idealistas” y que fueron quienes dieron las excusas imprescindibles para que el neoconservadurismo nativo pudiese llevar a cabo el derrocamiento del Gobierno Constitucional de María Estela Martínez de Perón, en connivencia con los sectores más liberales y antinacionales de nuestras Fuerzas Armadas, hoy son quienes apañan el desmantelamiento militar y el retroceso más increíble en materia de política de Estado del área militar y de producción para la defensa.
Reconocer las “asignaturas pendientes”, como hace Montenegro, enfocando las mismas en el deterioro salarial, la falta de oportunidades de viviendas propias y el financiamiento de las obras sociales de los integrantes del área defensa, son de una perversidad rayana con la simple traición a la Patria. Considerar las asignaturas pendientes –las de ellos- como “objetivos de compleja solución” es de una hijadeputez propia de aquellos “jóvenes iluminados” y progresistas de pacotilla, que aprovechan el cuarto de hora obtenido para vengar las derrotas sufridas durante aquellos años de plomo y en el que sólo los “perejiles” lucharon, ya que sus dirigentes (muchos de ellos hoy en el Gobierno) brillaron por su ausencia, o lo hicieron dirigiendo desde la seguridad del exterior.
Estar “comprometidos” con la paz y la estabilidad de la región, y el subcontinente, no implica desmantelar y detener el proceso de tecnologizar y reequipar las fuerzas de defensa de la Patria; por el contrario, cuando Perón incentivó la producción de equipos bélicos, astilleros, fábricas de armas y municiones, desarrollos aeronáuticos y de energía atómica, no atentó contra la paz ni la estabilidad regional. Por el contrario sus constantes acercamientos con nuestros vecinos y hermanos, aumentaron el grado de confianza y hermandad entre los pueblos; y el desarrollo tecnológico logrado fue aprovechado por nuestro pueblo y derramado en los pueblos hermanos, mediante la capacitación de militares y técnicos de aquellos países hermanos en esas tecnologías de punta.
Políticas de Estado de Defensa Nacional implican capacidad y voluntad clara de autodefensa, fuerzas modernas y tecnológicamente equipadas, una industria de producción para la defensa moderna y de tecnologías de punta, que se complemente y no compita con la de nuestros socios y vecinos, pero que no se subordine a los intereses de aquellos. Fuerzas de desplazamiento rápido y con armamento de punta, una seria radarización del espacio aéreo nacional que nos proteja no solo de incursiones ofensivas militares ajenas, sino además y primordialmente de la invasión del narcotráfico y del narcoterrorismo; un sistema defensivo misilístico disuasivo moderno, y una fuerza aérea equipada con elementos de alto poder de fuego disuasivo y modernísima tecnología.
Una Armada con el equipamiento más moderno y que permita proteger nuestros recursos marítimos, y que garantice la soberanía nacional hasta los nuevos límites del mar continental que se propondrán en muy corto tiempo por las potencias mundiales.
Parafraseando a aquel histriónico español, debemos proponer “argentinos a las cosas” y recuperando la capacidad de liderazgo histórico del subcontinente sudamericano, argentina debe desarrollar una clara y pacífica Política de Estado sobre el área de Defensa Nacional.
Buenos Aires, 3 de Diciembre de 2008.
Arq. José Marcelino García Rozado.
Secretario General Político,
Mesa Político Sindical José Ignacio Rucci.
No hay comentarios:
Publicar un comentario