Por
Yoani Sánchez
El
pimentero es de madera labrada y sobre la mesa un envase con sazonador dice en
letras verdes “Sedano´s”. El restaurant privado espera por los abastecimientos
que llegaran este sábado, dentro del enorme cargamento transportado por una
“mula” . Si se demora sólo un día el arribo de los productos, muchos platos
anunciados en la carta ya no podrán ser ofertados, pues una buena parte de “los
condimentos, las cazuelas, el avituallamiento para las mesas, la crema y hasta
el café” les llegan desde La Florida, según me explica el dueño del lugar.
Desde que abrieron sus puertas se han sostenido gracias al aluvión de
mercancías y alimentos que ha estado entrando por el aeropuerto de La Habana.
“No es que no nos gusten los productos nacionales, es que no hay un suministro
estable de ellos ni poseen la necesaria calidad. Así que tenemos que ir al
seguro”, me aclara el Chef mientras abre un paquete de pastas importadas.
La
alarma se extiende entre los pequeños negocios privados creados en los últimos
años. De los 387 mil 275 trabajadores por cuenta propia que se computaron a
finales de mayo, es difícil calcular cuántos de ellos dependen de lo que
acarrean los viajeros en sus equipajes. Pero la cifra podría ser muy alta. La
manicure necesita las pinturas y el quita esmalte que le envía algún pariente
desde Miami y el hombre que organiza fiestas infantiles recibe globos y
caramelos de su hermano radicado en Orlando. Ahora, ese entramado de comercio
semi alternativo ha empezado a peligrar con las nuevas resoluciones aduanales.
La primera de ellas entró en vigor el pasado 18 de junio y restituyó los
gravámenes sobre la importación de alimentos. Medida que resulta elemental en
muchos países del planeta, pero que se convierte en un freno para el desarrollo
de la pequeña empresa en una nación marcada por el desabastecimiento, la
ausencia de un mercado mayorista y el elevado costo de los productos
alimentarios. Si hemos visto florecer las cafeterías en las céntricas calles
capitalinas y llenarse las páginas amarillas con anuncios, ha sido en gran
medida gracias a la paquetería llegada desde el Norte.
La
situación se tornará más difícil una vez puesta en práctica la nueva
disposición anunciada este lunes, la cual aplicará a partir del 3 de septiembre
del presente año aranceles sobre la importación de artículos de uso personal
cuyo valor exceda los 50 pesos cubanos. Un duro golpe para los cuentapropistas
y también para todos aquellos cubanos que habían logrado mejorar su dieta y su
indumentaria con esos productos extranjeros. Si las medidas están enfocadas en
recaudar la mayor cantidad de efectivo en las aduanas y regular legalmente lo
que funcionaba un tanto fuera de control, probablemente el gobierno logre su
objetivo. Sin embargo, se verá también un efecto sumamente negativo e inmediato
sobre el desarrollo del sector privado. No es de extrañar que en pocos días
escuchemos de la boca de muchos cuentapropistas frases como “ya no hacemos ese
trabajo porque el paquete con la materia prima no ha llegado aún” o “ese plato
lo preparábamos antes, cuando las mulas venían más a menudo”. Y sólo entonces
percibiremos la real importancia de ese comercio –incalculable y vital- que
viaja en el interior de los maletines.
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Si el concepto
de “mula” es tomado en el resto del mundo como alguien que transporta drogas,
en Cuba alude a quien –especialmente desde Estados Unidos- traslada paquetería
que incluye la mayoría de las veces ropa, zapatos, conservas de alimentos,
equipos electrodomésticos, comida instantánea, medicamentos y útiles del hogar.
La “mula” recibe un pago por esta labor de mensajería y muchas veces el costo
de su boleto a la Isla está sufragado como parte del acuerdo con la agencia que
lo contrató.
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