Por
Jorge R. Enríquez (*)
Se ha tornado agobiante hasta el hastío el uso
enfermizo que la presidente hace de la cadena oficial, no precisamente para
realizar anuncios de trascendencia, sino para recitar estadísticas misteriosas
de difícil comprobación y, fundamentalmente, para criticar y agraviar a quienes
no adscriben al credo oficial u osan pensar diferente a ella.
En
sus últimas versiones telúricas de “Aló Presidente”, su blanco preferido ha pasado
a ser Scioli, contra quien carga duramente en cada oportunidad que se le
presenta.
Hace
algunas semanas el gobernador de la provincia de Buenos Aires le solicitó
fondos al gobierno nacional para el pago de sueldos y aguinaldos de los empleados públicos.
Cristina Kirchner dijo que las provincias debían administrarse bien, y que
gobernar no era sólo poner la cara para las fotos, sino gestionar con tanta
eficiencia como lo hacía ella y antes
lo había hecho "él".
La
modestia nunca fue una virtud de nuestra primera mandataria, pero en este caso
el desacople con la realidad es llamativo. Si hubiera administrado bien, no
estaríamos hoy enfrentando los graves problemas económicos que nublan el
horizonte argentino. No, ha administrado pésimamente. Ha despilfarrado la mayor
bonanza que benefició a la Argentina en más de un siglo.
Finalmente,
le concedió a Scioli sólo una parte de lo que pedía, por lo que podrá pagar los
sueldos pero el aguinaldo deberá abonarlo en cuatro cuotas, de ahora a octubre,
con las consecuencias de paros y cese de servicios públicos que está
enfrentando el mandatario provincial y que, en definitiva, terminan castigando
al pueblo bonaerense.
Para
humillarlo más, le designó al ministro de Economía, Lorenzino - que, por lo
visto, sigue en funciones -, como una suerte de auditor ante el cual Scioli
deberá rendir examen para que la Señora determine si es merecedor de su
generosa ayuda.
Está
todo trastocado. Son las provincias las acreedoras del gobierno nacional, el
más unitario de nuestra historia, que centraliza todos los recursos y los
distribuye con absoluta discrecionalidad, para premiar a los incondicionales y
castigar a los que muestren algún grado de autonomía.
Scioli
es sancionado porque tuvo el atrevimiento de decir que le gustaría ser
presidente si Cristina Kirchner no fuera reelecta. Esa natural aspiración de
cualquier político de cierta envergadura (Scioli ha sido por voto popular
vicepresidente de la Nación y dos veces gobernador de la principal provincia
argentina), expresada además con extrema prudencia y de un modo conjetural, fue
tomada en el Palacio como un pecado mortal.
Se
le reprocha al gobernador bonaerense, por ejemplo, que dedique muchos fondos a
la publicidad oficial y molesta, especialmente, que parte de esa publicidad
vaya a Clarín y La Nación. Se le recrimina que habla con dirigentes opositores
o que juega al fútbol con Macri y con Moyano.
Lo
que debería ser normal en un país en serio, es tomado como actos de traición.
Así
estamos. El conflicto ha ido escalando. ¿Cómo seguirá? En un escenario de
restricciones crecientes de la economía, cuando tanto el gobierno nacional como
el provincial hace apenas 6 meses que iniciaron su segundo mandato, el futuro
aparece muy complicado.
El
meollo de la cuestión se asienta en que una de las preocupaciones que desvelan
a la presidente y a su séquito de sumisos aduladores es la sucesión
presidencial. Todo gobierno populista y autoritario aspira a la eternidad.
En
un sistema político como el argentino, según viene siendo moldeado por el
kirchnerismo, esa aspiración, conforme esa nefasta visión, es hasta
comprensible: como el que gana se lleva todo, y además debe cimentar su
legitimidad en la denostación de quien lo precedió, la situación del que queda
a la intemperie puede ser dura, sobre todo si pesan sobre él o ella actuales o
potenciales causas judiciales.
Ya
se sabe que muchos jueces federales son de una conmovedora coherencia: siempre
oficialistas.
Por
eso la señora de Kirchner, prestamente auxiliada por el coro de obsecuentes que
la rodea, ya lanzó la idea de la reforma constitucional.
Lo
hizo, claro, de la hipócrita manera en que actúa el kirchnerismo: negando con
la palabra lo que exhibe sin pudor con la conducta. Pero ya pretende ir creando
el clima, para lo cual organiza supuestos debates sobre el tema.
Primero
se valió del juez de la Corte Eugenio Zaffaroni, quien promueve la instauración
del parlamentarismo. Era una vía de acceso muy burda, porque nada puede ser más
lejano a la concepción caudillista e hiperpresidencialista del kirchnerismo que
un sistema parlamentario de corte europeo.
Ahora
ya no se sabe bien cuál será el fundamento alegado para la reforma. Se habla
vagamente de ampliar los derechos, de terminar con el constitucionalismo
neoliberal, etc. Para tal fin, emplea a "constitucionalistas" como
Luis D´Elía y otros de similar tenor, para quienes insólitamente hace unas
semanas se prestó una sala de la Facultad de Derecho de la UBA, como si se
tratara de un acto académico, y no una
reunión partidaria que podría haberse realizado en una unidad básica.
No
saben muy bien qué proponer, pero todos sabemos qué quieren: que Cristina
Kirchner pueda ser reelecta, para alcanzar esa "Cristina eterna" que
postuló Diana Conti.
El
efecto de esta desembozada pretensión ha sido el adelantamiento de la lucha
sucesoria. Esto ha servido como un catalizador del proceso político, que se
aceleró enormemente, a la par del deterioro de la situación económica.
Hoy
por hoy, el oficialismo no tiene los números en el Congreso para la reforma. Si
se profundiza la recesión, como todo lo indica, y si la inflación sigue su
curso, es improbable que las elecciones de 2013 modifiquen esos números en
favor del kirchnerismo.
Pero
en la Argentina actual hablar de 2013 es más propio de la pluma del
recientemente fallecido Ray Bradbury que de un analista político.
(*) El autor es
abogado y periodista
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