Por Susana Merlo
Aún la desmemoriada sociedad argentina recordará cuando en 2003, 2004, 2005, a Néstor Kirchner se lo llamaba “el Presidente de la soja”, debido a la creciente tracción económica que brindaba la oleaginosa.
Hasta los más olvidadizos deben tener presente, además, la continua escalada en los precios internacionales de los principales productos que exporta (¿o exportaba?) la Argentina, es decir, alimentos y también, por entonces, combustibles.
Pocos, a esta altura, ya dejaron de tener en cuenta el extraordinario contexto internacional –que más de uno comparó con la época de la Guerra de Corea, más de medio siglo atrás-, que permitió que esa parte del período Kirchner funcionara con un extraordinario “viento de cola”, como señala Ricardo López Murphy en su último libro, justamente, con ese título, y que hasta posibilitó que se cometieran excesos y abusos en la matriz productiva, especialmente del campo.
Algunos ejemplos de los instrumentos del daño fueron los continuos aumentos en las retenciones de “todos” los productos del campo (no solo los granos). Este regresivo impuesto a las exportaciones, si bien había sido reinstalado después de 10 años por Jorge Remes Lenicov, durante la era Duhalde en 2002, luego fue sostenido, e incrementado, por todos los Ministros de Economía siguientes de la Administración Kirchner (Roberto Lavagna, Felisa Josefina Miceli, Miguel Peirano) hasta Martín Lousteau quién, con su intento de nuevas subas a partir de la ya tristemente célebre resolución 125 de retenciones móviles, de marzo del año pasado paró, desde entonces, cualquier pretensión de nuevos aumentos (hasta ahora).
Pero también el cierre de las exportaciones de carne en marzo de 2006, o la prohibición virtual de ventas al exterior, que logró el Gobierno con el cierre de los registros de exportaciones de trigo y maíz; o con las altísimas retenciones reales para la leche en polvo a partir de la aplicación del precio de corte (que llegó a implicar una retención efectiva superior al 60%), fueron todas medidas negativas que se fueron acumulando en los primeros 4 años de mandato de la Era K.
Esto, los precios de referencia (eufemismo de “precios máximos”), al igual que los acuerdos alcanzados con distintos sectores pollos, lácteos, carniceros, hipermercados, etc.), en los vanos intentos para mantener los valores de venta de los alimentos al consumo bajo control, fueron todas medidas que, al margen de su total inutilidad, se pudieron adoptar bajo el inmenso paraguas que brindaban las extraordinarias condiciones del mercado internacional, capaces de “enmascarar” el enorme fiasco de la política interna.
Pero lo bueno, como lo malo, es perecedero, y el panorama cambió radicalmente, tanto en el clima local, como en la situación internacional, hoy ya en franca recesión.
Sin embargo, ¿Cuándo comenzaron estas mutaciones?
Se puede decir que, prácticamente cuando el ex presidente Néstor Kirchner cedió el Sillón de Ridadavia a su señora esposa, Cristina Fernández, que asumió hace poco más de un año.
En realidad, Cristina podría haber gozado de casi un semestre de bonanza adicional antes de que comenzara la verdadera debacle, si no hubiera sido por la actitud de su cónyuge, empecinado en mantener un conflicto con el campo que duró 4 meses y que le generó a la Administración K un impensable e inesperado desgaste político cuya finalización aparente, en julio pasado, casi coincidió con la explosión de la burbuja económica internacional que echó por tierra, abruptamente, los mejores 4 años de la historia económica mundial de los últimos tiempos.
Hoy se puede ver claramente que lo que ocurrió durante el primer mandato presidencial K, y se presentó como un “gran logro” de la administración nacional, era solamente el resultado de las estupendas condiciones externas, ya que cuando estas cambiaron, todos los indicadores locales comenzaron a “hacer agua” y, ni siquiera, se contaba con un “colchón” de la época de las “vacas gordas” que sirviera para amortiguar la caída, hoy en pleno proceso.
Para colmo, hasta el clima pareció aliarse también a la mala racha y, tras varias campañas entre buenas y muy buenas, comenzó una inusual sequía en las principales zonas productoras, que algunos catalogan como la peor en 50, o 100 años.
El resultado de las erróneas políticas internas, ahora brutalmente desenmascaradas por la crisis mundial, el clima, y el retroceso económico internacional, están dando por resultado una caída de, por lo menos, 30% de la cosecha esperada de granos, y una nueva profundización en la baja productiva de carne y leche, entre otros rubros, todo lo cual está generando un nuevo creciente malestar en el interior que amenaza con repetir la gesta del año pasado, aunque ahora en situación mucho más crítica. Entonces, la alarma era por la amenaza. Ahora, es por la realidad. En medio, Cristina Fernández de Kirchner que, como un pararrayos, no parece tenerlas todas consigo, aunque hay que reconocer que su esposo, Néstor, también le aportó su “granito de arena”.
Campo 2.0
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