Triste y patético el rol que representa la Presidenta de los argentinos. Casi a la altura de una promotora de venta de electrodomésticos y automóviles. Y ahora promocionando los boletos electrónicos. ¿Esa es la calidad de la institución presidencial?
Por Jorge Omar Alonso
Absurdo papel al que la relegara su marido, el verdadero e ilegítimo detentador del poder supremo de la Nación.
Imagen de la decadencia es este derrumbe de la función presidencial, desintegrada como consecuencia del avance de un individuo provocador y desaforado que pisotea el cuerpo institucional de la República.
Si no se encuentran los frenos a aplicar a este huésped indeseado del gobierno en momentos en que se avecinan las elecciones de Octubre, hemos de sumirnos como sociedad en un irremediable empobrecimiento cívico.
Por el contrario, la tarea será que asumamos ese estado de espiritualidad cívica que “es el estado de maduración alcanzado por una sociedad que logra vivir como verdadera comunidad y despliega, a través de determinados valores, un proyecto de Nación” (Rabino Sergio Bergman)
Es el momento en que debemos de interrogarnos sobre lo que podemos hacer para configurar nuestras instituciones políticas, de modo que los déspotas a la manera del que los argentinos estamos padeciendo no sigan ocasionando daño al País. A esto Karl Popper respondía que el medio efectivo para eliminar esa desgracia eran las elecciones.
Pero las elecciones resultan un medio imaginario, casi ficticio. Son ocasiones para el fraude por parte de quien ostenta el poder y de ese modo se constituyen en una farsa cívica. Porque además en esta sociedad reina un vacío total de significaciones y valores.
En una comunidad destruida y exasperada como se encuentra actualmente la nuestra, no va a ser posible encontrar el recto camino que nos va a sacar de esta senda de frustraciones en que nos encontramos como Nación.
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