lunes, 15 de septiembre de 2008

Conviviendo con la muerte

Quiero hacer un paréntesis en mis comentarios políticos y económicos, para hacer llegar mi reflexión sobre hechos que pasan cotidianamente y, que cada día se nos acercan cada vez más: la muerte injustificada de nuestros hijos y por ende la destrucción moral de nuestras familias cuando tenemos que enfrentar estos hechos inconsolables e injustificables.

La adolescencia hoy en día vive una actitud absoluta de omnipotencia y casi desparpajo, ya sea en el uso de la bebida, en la inconsciencia frente al volante de un automóvil, en la conducta que mantienen en los boliches y en esta moda absurda del pre-boliche, en donde se reúnen y, sin ningún tipo de tabú y sentido de la responsabilidad actúan, y en algunas oportunidades llegan a extremos insostenibles.

En este contexto es muy complejo ser padres hoy, porque ni los medios, ni la sociedad, ni la fuerza pública contribuyen a la contención de estos menores que, cuando llega la noche de los fines de semana se transforman y nos ponen a los padres en el límite de nuestra tranquilidad, casi pasando el umbral de la angustia.

La Panamericana –Autopistas del Sol – es una invitación a la muerte, no pasa día, noche, fin de semana sin que en ella se produzca algún accidente fatal, los noticiosos de todos los canales televisivos, en todas sus ediciones han introducido un segmento sobre el transito y, allí podemos ver a diario múltiples accidentes, ya sea por exceso de velocidad o por el mal uso de los carriles que componen su traza, esto es camiones, colectivos de corta y larga distancia, sin respetar los carriles asignados para ellos, pasando de un lado a otro, basados en el poder de su tamaño y su fuerza, siendo verdaderos generadores de accidentes, generalmente fatales.

No tenemos policía de tránsito, que controle y penalice aquellos que van en exceso de las velocidades permitidas, sobre todo hoy que los automóviles se jactan de su potencia y velocidad, sin limitaciones técnicas para evitarlas. Cada tanto y excepcionalmente vemos algún automóvil de la Gendarmería parado al costado de la panamericana, donde duermen plácidamente sus integrantes, sin importar que es lo que ocurre alrededor, sea un exceso de velocidad un encierro para el robo, ni que decir en las salidas o en las colectoras.

Nada hace el concesionario, para prestigiar el uso de las autopistas en cuanto a seguridad en cualesquiera sean estas sus manifestaciones.

En la madrugada del domingo, un automóvil conducido por chicos adolescentes, a la altura de la salida de Henry Ford, en el ramal Campana, a alta velocidad tuvieron un espectacular choque, muriendo en ese accidente tres muchachos compañeros y amigos de mi hijo, dejando tres familias destruidas, no quiero soslayar responsabilidades pero lo cierto es que cuando nuestros hijos salen a la calle, sea de día o de noche, están en plena selva, sea en la ciudad o en las autovías, sin que nadie ponga coto a los excesos. En los países serios, donde la gente se cuida, la comunidad vigila que se cuiden o los cuidan con organizaciones serias para evitar los accidentes.

¿Debo condolerme con los padres de estos chicos?, por supuesto que sí, porque mañana, y sin eufemismos, mañana puedo ser yo el que recoja el cadáver de mi hijo y sumar a mi familia al desvastamiento de la pérdida de un hijo.

Esto también es obligación del estado y forma parte de los Derechos Humanos, ¿porque no salen de su silencio?, ¿seguiremos manteniendo el record mundial de accidentes de tránsito?, si no lo tomamos como un hecho de emergencia vial, nunca tendremos solución.

No existen palabras de consuelo, no existen manifestaciones de solidaridad humana que hagan que un padre o una madre recobren la plenitud de la vida ante la pérdida trágica de un hijo, no estamos preparados para enterrarlos y mucho menos por hechos que en sí mismo no guardan proporción y lógica alguna.

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