La veo en la pantalla a la dueña de esa vocecita conocida vestida de negro, sigue hablando o retando no se a quien, no la entiendo porque otra vez en mi cabeza esa vocecita conocida me grita idiota! ¡idiota! ¡idiota!
Por Darío
Hoy me levanté temprano, no pude dormir bien porque durante la noche sentí ruidos extraños en la terraza. Me levanté varias veces para comprobar si las puertas estaban bien cerradas, si las rejas no habían sido forzadas, mientras lo hacía lamenté no tener dinero para poner una alarma pero ya gasté demasiado en comprar un arma.
Encendí la radio mientras me afeitaba, escuché al Ministro Aníbal Fernández decir que la inseguridad era una sensación, y tiene razón es “una sensación... terrorífica” el sentirse a merced de los delincuentes.
Escuché después que la Ministra de Seguridad Nilda Garré había dispuesto varias medidas para combatir el delito, me sentí más tranquilo, por fin alguien que no esquivaba el bulto al tema. Cerré la canilla porque el correr del agua no me dejaba escuchar bien, decía el locutor que se habían hecho cambios profundos, echados algunos comisarios, sacadas las placas que tenían nombres de policías muertos por los terroristas, colocado un cartel en la Superintendencia de Seguridad Federal diciendo que allí había funcionado un centro clandestino de detención y que habían cambiado el nombre de tres institutos porque eran de otros tantos comisarios ligados a la represión.
A medio afeitar me quedé mirando la radio esperando pero el locutor pasó a otro tema, volví a abrir la canilla pero seguí atento ya que en cualquier momento completarían la noticia y al fin podría enterarme de las medidas esperadas.
Pero volvió Aníbal Fernández diciendo que estamos perdiendo la guerra contra las drogas, que lo único que se podía hacer era no perder por mucho.
Me quedé mirándome en el espejo, buscando algún síntoma de enfermedad, ya estoy viejo, no puedo concentrarme o me estoy quedando sordo, no pude entender o no escuché bien. De algún recóndito lugar de mi cerebro una vocecita conocida repetía con insistencia ¡idiota!
Terminé mi afeitada, me cambié, decidí ir a desayunar a un bar, olvidé decirles que soy un jubilado, ahora gracias a las elecciones próximas nos están dando aumentos y mayores descuentos en los remedios, aunque estos cada vez están más caros, muchos faltan porque Moreno cerró la importación pero hay que aguantar así por lo menos embromamos a esos capitalistas que tendrán que seguir esperando por sus autos nuevos de alta gama.
Buen tipo Moreno gracias a él tenemos los mejores índices de costo de vida, de producción, de desempleo y de pobres; si se presenta para presidente yo lo voto.
Otra vez escuché esa interna vocecita conocida diciéndome ¡idiota!
Antes de llegar al bar que está frente a la plaza tuve que darles como siempre cinco pesos a unos chicos que están en la esquina, ¡pobrecitos! fuman unos cigarrillos raros, toman cerveza desde temprano, les gusta jugar mucho con la gente, les sacan cosas y estos los corren o no quieren seguir el juego y siguen su camino de mal humor.
Cada vez que les doy los cinco pesos siento la misma vocecita conocida que me sigue diciendo ¡idiota!
Busco mi mesa preferida, le pido al mozo el desayuno y el diario, me pregunta cual quiero, le digo que menos Clarín y La Nación cualquiera, no estoy para leer malas noticias, con rara amabilidad me dice que hoy no le trajeron “Kirchnelandia” pero que están Tiempo Argentino y Página 12 que son lo mismo.
Me río sin entender bien la broma del mozo que encima me dice que aumentaron los precios un treinta por ciento. ¡Y yo que estaba tan contento con mi aumento de jubilación del quince por ciento! Otra vez resuena en mi cabeza esa vocecita conocida que repite incansable ¡idiota!
Mientras espero que me sirvan escucho de nuevo esa vocecita conocida, pero no proviene de mi interior sino del televisor, siento un gran alivio pues creía me estaba volviendo loco.
Es inconfundible, más ahora que la escucho a todo volumen, ya no dice ¡idiota! está diciendo “argentinos y argentinas, a todos y a todas…” la veo en la pantalla a la dueña de esa vocecita conocida vestida de negro, sigue hablando o retando no se a quien, no la entiendo porque otra vez en mi cabeza esa vocecita conocida me grita idiota! ¡idiota! ¡idiota! pero pareciera salir de la boca de ella con cada palabra que pronuncia.
Hoy volví triste a mi casa, ¿tendrá razón la vocecita conocida que me dice ¡idiota!?
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