lunes, 10 de abril de 2017

CAMPO MINADO

Dejar un campo plagado de bombas ocultas como estrategia de destrucción al azar y a plazo indefinido, es de una crueldad y una bajeza sin límites.

Por Hugo Esteva

Difícilmente haya una situación más aterradora que la de transitar un campo minado. Cada paso ha de sonar como un abismo. Cada tropiezo, cada caída, como una tentativa hacia la explosión.

Por otra parte, minar un terreno podrá ser una táctica justificable ante un enemigo que avance con gran superioridad. Pero dejar un campo plagado de bombas ocultas como estrategia de destrucción al azar y a plazo indefinido, es de una crueldad y una bajeza sin límites.

Así, no obstante, se encuentran sembrados el presente y el futuro de nuestro país. Veamos cómo y desde cuándo.

Ante todo, las principales cargas conocidas.

a) La devastación de la Defensa. No hace falta abundar. Aún los legos sabemos que no hay tanques, barcos ni aviones. Que los oficiales de las Fuerzas Armadas son educados en el adaptarse para sobrevivir. Y, lo peor, que con la supresión del Servicio Militar la población ha perdido no sólo la aptitud para defender a la patria, sino el deseo y el concepto mismo del deber de hacerlo.

b) La pérdida del sentido del trabajo. Más allá del alarmante número de familias que tienen ya casi cuatro generaciones que no han conocido la dignidad originada en el trabajo, mal cobijadas por las “cajas pan”, los subsidios y los falsos planes, lo más grave es que la mayor parte de quienes tienen trabajo lo llevan a cabo sin sentido de pertenencia alguno. Quienes lo hacen en la actividad privada -llevados por la ambición concurrente de empresarios y empleados- se desempeñan “provisoriamente”, sin ancla ni afecto profundo por lo que ejercen, buscando permanentemente otras “oportunidades”. Y esto es tan así que abarca incluso a las antes llamadas “profesiones liberales”. Los que figuran en el Estado aprenden rápidamente los subterfugios para eludir responsabilidades –desde el ausentismo al enmarañamiento de los trámites para despegarse, y hasta el franco boicot- porque saben que sus carreras dependen mucho más del humor político que del esfuerzo; no quieren lo que hacen ni a las instituciones donde revistan. Cero de aquella burocracia constructora que consolidó el país.

c) La degradación de la Justicia. Basta ver el aspecto, oírlos hablar un instante para, en alarmante número de casos, saber quiénes son los miembros de la Suprema Corte, los camaristas, los jueces. Olvidados de la naturaleza normativa de las leyes, las modifican, revuelven, reinventan, de manera de crear los pantanos más gredosos. Poco le falta a ese nudo gordiano para que sólo se lo pueda desenredar drásticamente.

d) La pérdida de la Educación. Si bien es lejos -en la Reforma Universitaria de 1918- donde hay que ir a buscar el origen del estallido de la educación que vivimos, no menos cierto es que los últimos años la han colocado en un tobogán que acelera sin parar. La decadencia sociocultural de maestros y profesores (secundarios y universitarios), su escasa formación, sus hábitos proletarios de “trabajadores de la educación” cuyos principales anhelos se centran en el sueldo y los subterfugios gremiales para escapar al trabajo docente, y hasta su desaliño incompatible con el ejemplo que deberían dar, parecen irremontables. Pero, al lado, la complicidad de los padres con la mediocridad de la enseñanza y la degradación de la disciplina colaboran con un ambiente en el que reinan las malas costumbres intelectuales, pero también las físicas. Por esta vía, a la próxima desaparición de la escuela pública, seguirá la de buena parte de las privadas mediocres. Y el desbande de niñez y juventud persistirá en aumento.

e) La insuficiencia de la Salud. Parálisis de la atención médica pública, obras sociales cribadas por la corrupción económica, instituciones de prepago sobredimensionadas pero sin capacidad de atender adecuadamente a quienes afilian. Y vaya a saber cuántos baches en materia de prevención. Peor: a raíz de la disminuida formación profesional –que suma Facultades de Medicina que no llegan a ser colegios secundarios, que degrada a las ya existentes con el ingreso irrestricto de estudiantes sin preparación a un ambiente donde no caben, que ha tergiversado las Residencias Médicas entre la demagogia de los jefes y los crecientes “derechos” gremiales de los cursantes-, gran cantidad de médicos no tiene afecto por sus enfermos. Y, además, bajo la influencia abusiva de los juicios de mala praxis, ve en cada paciente y su familia a un enemigo que suele ser más que potencial.

f) La trampa institucional. Los tres Poderes consagrados por la vieja Constitución liberal venían ya muy degradados. No vale la pena volver sobre los archiconocidos detalles que deprime recordar. Pero el pacto que dio lugar a la reforma de 1994 ha transformado para mal lo poco que de servicio público le quedaba a la política. Por de pronto, hipertrofió cargos, privilegios y corruptelas –particularmente las parlamentarias- pero, además y más grave, copiando la manera norteamericana, destruyó la única precaución sabia, hija de la experiencia nacional, de establecer períodos presidenciales de seis años e impedir la reelección inmediata. Ahora, con cuatro años y la reelección siguiente, la tarea presidencial se centra en preparar desde un comienzo la supervivencia electoral. En síntesis, permanente campaña política de vanas promesas sin tiempo para realizaciones de largo plazo: piedra libre para la especulación, reducción repelente de la política a un negocio del que los medios de comunicación hacen parte esencial.


He dejado a propósito de lado la descripción de las catástrofes físicas que nos afectan. Perdimos recursos naturales, trenes, aviones, caminos, producción agropecuaria, pesquera, minera, industrial. Pero, sobre todo y de modo casi general, hemos perdido el afán de conservarlos y hacerlos crecer noblemente.

Nada de esto es casual. Su profundización tiene responsables y fecha de inicio. Se enlaza con la traición a la Patria que dio lugar y siguió a la derrota de Malvinas. Porque, si bien las raíces abrevaban más atrás y por eso acechaban los traidores, el súmmum se dio con el gobierno de Alfonsín, ese pseudo prócer desmalvinizador que quieren construir los que medran con la política.

Durante el alfonsinismo –que enervaba incluso a los radicales genuinos- se desmilitarizó la Defensa y con ella se paralizó nuestro desarrollo atómico, se entregó la Enseñanza a la izquierda más ignorante y con menos sentido social, se inició un falso asistencialismo en manos de punteros, se reemplazó a la Justicia por la venganza, se abandonó la Salud pública en manos del gremialismo médico y de los auxiliares burocráticos de la Medicina subidos de tono, se reemplazaron las Instituciones ya empobrecidas por una industria del conchabo político que sirve siempre al mejor postor.

Todas estas cargas explosivas, inicialmente camufladas bajo palabrería “democrática”, han sido sembradas en la tierra de nadie en que se ha convertido nuestro futuro sin metas. Al estallido de cada una va a contribuir la ignorante torpeza con que hoy se camina. Al final - salvo milagro- se verá cómo el único bastión que quede en pie va a ser el poder financiero que venía de antes, pero que resulta centro fortalecido a expensas de la Patria desde los tiempos claudicantes de Alfonsín.


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