Si nuestro diagnóstico de hoy es acertado, trabajemos en dejar personas que sean mejores que nosotros y alcancen lo que nosotros no pudimos.
Un envío de Jorge Benítez
El gran daño producido por ese famoso artículo de la Constitución Nacional Argentina que nos metieron a fuego y siguen repitiendo: "el pueblo NO delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes", (que no representan sino a sus intereses) es la castración política que hace considerar a muchos, que la política es cosa de los políticos y que para eso hay que hacer la carrera de la corrupción que conduce al poder en cualquiera de sus niveles (con las excepciones de los quijotes que arremeten contra los molinos de viento).
Todos quedamos inmersos en la convicción generalizada de que lo único que se puede hacer es "votar bien", sin importar que los candidatos sean elegidos a dedo por "alguien" y uno solo pueda elegir entre los que, según la campaña publicitaria pueda ser "el menos malo". Como a muy pocos les interesa, no hay castigo social para los "representantes" cuando regresan a su casa, al barrio donde viven o a su ciudad, aunque hayan votado a favor del aborto, de la unión civil de homosexuales, del presupuesto que nos deja inermes ante la agresión externa o interna, etc.
Funcionarios a los que la armadura de su investidura, los convierte en inmunes a cualquier sospecha o imputación de incumplimiento de sus deberes de funcionario público. El demonio se desplaza cómodamente por pasillos, oficinas y despachos de la administración y el pecado en sus múltiples formas (por acción o por omisión) aumenta el caos, el desaliento y el mal ejemplo para toda la sociedad ("todos lo hacen, hasta los del gobierno y la justicia"), encontrando en ello una justificación (injustificable) para contribuir con los suyos a la inmoralidad que nos rodea.
Pero nuestra esperanza (que debemos mantener y acrecentar), no debe fundarse en que lograremos el cambio de rumbo que ansiamos ver. Debe sustentarse en la herencia que dejemos: hijos, nietos, bisnietos, bien formados en la doctrina Católica que heredamos y que nos ha permitido mantener el honor que nos legaron nuestros padres, una acabada conciencia del bien y del mal y un inmenso anhelo de alcanzar el imperio de la Justicia (no la "legítima") que encause a todos hacia el bien común, la concordia y la paz.
En otras palabras, empezar de nuevo, poniendo énfasis en la preocupación, no "por la Patria que dejamos a nuestros hijos", sino "en qué hijos dejamos a la Patria". Los tiempos de Dios no son los nuestros. Él permitió que sus hijos argentinos dieran su sangre y su testimonio en Malvinas, para Honor y Gloria Suya y de nuestra amada Patria, marcando un hito imborrable en la historia Argentina y del mundo. Y Él suscitará en su momento a quienes conducirán nuestra "Covadonga criolla" y los conducirá hasta la victoria.
Como ha dicho alguien "somos inmejorables para hacer diagnósticos, pero poco eficientes para encontrar soluciones". Si nuestro diagnóstico de hoy es acertado, trabajemos en dejar personas que sean mejores que nosotros y alcancen lo que nosotros no pudimos.
Dios bendiga a nuestra Patria y la Santísima Virgen de Luján nos ampare bajo su manto.
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