Sello conmemorativo de Antonio Gramsci, teórico comunista |
El analista Roniel Aledo, ex analista de la CIA, expone cómo el marxismo cultural impone "la dictadura del pensamiento" a quien se atreve a cuestionar los nuevos 'dogmas'. La Escuela de Frankfurt, inspirada por Gramsci, instituyó conceptos-dogma como lo 'políticamente correcto'.
Por Roniel Aledo*.
Ante la tremenda contrarrevolución, verdadero milagro, que estamos viendo, cabe preguntarse: ¿Qué es exactamente el marxismo cultural, producto de la Escuela de Frankfurt contra la que la mayoría silenciosa de Trump se levanta?
Pues bien, el marxismo cultural, obra de la Escuela de Frankfurt, es la estrategia para debilitar y de hecho exterminar el cristianismo y la cultura occidental. Una estrategia que ha tenido un éxito arrollador en Occidente.
A principios del siglo XX muchos radicales marxistas y anarquistas vieron con rabia como las masas no se levantaban en revolución sangrienta y espontánea por toda Europa.
El italiano comunista Antonio Gramsci decía que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental en todas sus formes y síntomas:
Los hombres eran hombres y se comportaban como tales, las mujeres eran mujeres y se comportaban como tales, la gente creía en Dios, los europeos estaban orgullosos de su historia, los franceses seguían orgullosos de su imperio, los británicos seguían orgullosos de su imperio, los españoles seguían orgullosos de haber colonizado un nuevo mundo, todos daban por seguro que la cristiandad era la verdadera religión y las otras, religiones falsas.
Y todos seguían defendiendo que el ‘todo’ Occidental, desde Mozart a Da Vinci, de Copérnico a Cervantes, de San Alberto Magno a Mendel, desde Pasteur hasta Tesla, de Shakespeare a Volta y desde Wagner hasta Miguel Ángel, era superior a las otras culturas.
Esto era, según Gramsci, el freno mayor, el impedimento y la barrera que no dejaba avanzar la revolución en Occidente.
Para contrarrestar esto, Gramsci decía que había que extirpar por todos los medios la cultura cristiana occidental en un “combate cultural”, al que él llamaba “camino largo” o “marcha larga”.
Esta “marcha larga” debía dirigirse hacia todas las instituciones: universidades, escuelas, museos, iglesias, seminarios, periódicos, revistas, hoy día también televisión, cine, internet, etc., desde donde se propague una anti-cultura que acabe con los cimientos y las convicciones de la cultura cristiana occidental para que la gente, una vez debilitada en sus convicciones, se adhiera a los ideales marxistas que antes habían rechazado de forma natural.
Así pues nace la teoría (después puesta en práctica con increíble éxito como vemos hoy día) de que hay que destruir todo (y a todos) lo que defienda o promueva el cristianismo, la familia tradicional, el rol natural del hombre y la mujer, las etnias autóctonas europeas, la superioridad de la literatura, arte, y música europea, la creencia en Dios, el orgullo en la historia europea (especialmente la conquista y colonización de otros continentes, culturas y religiones), el hetero-sexualismo, y en fin todo lo que componía la cultura y realidad occidental cristiana.
Había que debilitar cual quinta columna, desde dentro, la cultura de Occidente, debilitar la creencia en Dios, en la Ley Natural, en el orden natural de la sociedad y había que defender todo lo que fuera anti cristiano, anti Europa, anti Occidente.
Por Roniel Aledo*.
Ante la tremenda contrarrevolución, verdadero milagro, que estamos viendo, cabe preguntarse: ¿Qué es exactamente el marxismo cultural, producto de la Escuela de Frankfurt contra la que la mayoría silenciosa de Trump se levanta?
Pues bien, el marxismo cultural, obra de la Escuela de Frankfurt, es la estrategia para debilitar y de hecho exterminar el cristianismo y la cultura occidental. Una estrategia que ha tenido un éxito arrollador en Occidente.
A principios del siglo XX muchos radicales marxistas y anarquistas vieron con rabia como las masas no se levantaban en revolución sangrienta y espontánea por toda Europa.
El italiano comunista Antonio Gramsci decía que los obreros no se levantaban en revolución porque estaban impregnados de la cultura tradicional occidental en todas sus formes y síntomas:
Los hombres eran hombres y se comportaban como tales, las mujeres eran mujeres y se comportaban como tales, la gente creía en Dios, los europeos estaban orgullosos de su historia, los franceses seguían orgullosos de su imperio, los británicos seguían orgullosos de su imperio, los españoles seguían orgullosos de haber colonizado un nuevo mundo, todos daban por seguro que la cristiandad era la verdadera religión y las otras, religiones falsas.
Y todos seguían defendiendo que el ‘todo’ Occidental, desde Mozart a Da Vinci, de Copérnico a Cervantes, de San Alberto Magno a Mendel, desde Pasteur hasta Tesla, de Shakespeare a Volta y desde Wagner hasta Miguel Ángel, era superior a las otras culturas.
Esto era, según Gramsci, el freno mayor, el impedimento y la barrera que no dejaba avanzar la revolución en Occidente.
Para contrarrestar esto, Gramsci decía que había que extirpar por todos los medios la cultura cristiana occidental en un “combate cultural”, al que él llamaba “camino largo” o “marcha larga”.
Esta “marcha larga” debía dirigirse hacia todas las instituciones: universidades, escuelas, museos, iglesias, seminarios, periódicos, revistas, hoy día también televisión, cine, internet, etc., desde donde se propague una anti-cultura que acabe con los cimientos y las convicciones de la cultura cristiana occidental para que la gente, una vez debilitada en sus convicciones, se adhiera a los ideales marxistas que antes habían rechazado de forma natural.
Así pues nace la teoría (después puesta en práctica con increíble éxito como vemos hoy día) de que hay que destruir todo (y a todos) lo que defienda o promueva el cristianismo, la familia tradicional, el rol natural del hombre y la mujer, las etnias autóctonas europeas, la superioridad de la literatura, arte, y música europea, la creencia en Dios, el orgullo en la historia europea (especialmente la conquista y colonización de otros continentes, culturas y religiones), el hetero-sexualismo, y en fin todo lo que componía la cultura y realidad occidental cristiana.
Había que debilitar cual quinta columna, desde dentro, la cultura de Occidente, debilitar la creencia en Dios, en la Ley Natural, en el orden natural de la sociedad y había que defender todo lo que fuera anti cristiano, anti Europa, anti Occidente.
Georg Lukacs, primer director de la Escuela de Frankfurt |
Así, en el 1923 nace en Frankfurt (Alemania) el Instituto para la Investigación Social o, simplemente, la Escuela de Frankfurt dirigida por el húngaro Georg Lukacs y financiada por Félix Weil para diseminar y llevar a la practica la estrategia concebida por Gramsci.
Sobre el objetivo de esta Escuela, decía su primer director George Lukacs: “Vi la destrucción revolucionaria de la sociedad como la única solución para las contradicciones culturales de la época… Tal volteamiento mundial de valores no puede ocurrir sin la aniquilación de los antiguos valores y la creación de otros nuevos por los revolucionarios”.
Otros pensadores marxistas se unieron al esfuerzo con dedicación: Adorno, Marcuse, Fromm, Benjamin, Horkheimer, etc.
De inmediato la Escuela tuvo muchísimo éxito y tanto en el mundo académico como en el cultural se empezó a notar la puesta en práctica de la estrategia, algo muy reflejado en la decadencia de a finales de la década de los años 20, los “locos” años 20.
Sin embargo, tanto el trabajo como la influencia en la cultura del instituto se detuvieron bruscamente por la gran Depresión, primero, y por la II Guerra Mundial, después.
Muchos de los grandes arquitectos de la Escuela de Frankfurt se instalaron en la Universidad de Columbia de Nueva York y esperaron tiempos más favorables para impulsar de nuevo su revolución cultural.
Fue en la década de los 60 cuando una nueva generación de adolescentes y jóvenes que no conocían la Depresión ni la Guerra Mundial tomó de nuevo el proceso revolucionario de la Escuela de Frankfurt.
De ahí que la estrategia de la Escuela de Frankfurt “explotara” con rotundo éxito en los '60 por todo Occidente.
Así, la obra ‘Eros y civilización’ de Marcuse se convirtió en el máximo fundamento doctrinal del hippismo. También es Marcuse quien reenfoca los esfuerzos del marxismo cultural poniendo como máximo objetivo el ganarse y adoctrinar (lavar el cerebro) a los universitarios de clase media y alta.
Por su parte Max Horkheimer afirma, en su ‘Teoría Critica’, que la manera de destruir la civilización occidental era el ataque sistemático a todos sus valores asociados.
Así, por ejemplo, defendía la destrucción del matrimonio y la familia con hijos llegando a decir que el matrimonio puede ser cualquier tipo de unión donde intervenga la atracción sexual sin ningún fin concreto.
De la misma manera Fromm decía que la masculinidad y la feminidad no eran reflejo de diferencias biológicas, sino que era imposición debida a la “opresión” que los heterosexuales ejercían en la sociedad.
Así, a la teoría y estrategia de la Escuela de Frankfurt, una vez puesta en práctica, esto es una vez que salió del salón de clase y empezó verdaderamente a destruir la cultura cristiana occidental, se le llamó marxismo cultural.
Según esta corriente, las personas de cultura occidental son por definición una clase opresora y malévola por naturaleza.
En contraste, la nueva clase oprimida y buena por naturaleza está constituida por todos los individuos de cultura, religión y etnias no occidentales o por las minorías que contradicen en sus acciones y pensamiento lo tradicional cristiano: todas las razas no blancas, homosexuales, inmigrantes del tercer mundo, feministas, ateos “científicos”, musulmanes, etc.
Entre las armas que usa este marxismo cultural, producto de la Escuela de Frankfurt, está la inmigración masiva de gentes del tercer mundo con religiones y culturas ajenas a la europea, y la imposición de leyes de “discriminación positiva” que favorezcan a todas las “minorías” (desde los homosexuales hasta todos los que practican religiones no cristianas).
Y una fuerte imposición de leyes que atenten contra los derechos de todos aquellos que defiendan la Ley Natural moral, la cultura occidental, el rol natural de los hombres y las mujeres, la familia tradicional, etc.
En su ensayo ‘Tolerancia Represiva’, Marcuse da nacimiento indirecto a lo que se convertiría después en el concepto de nuestros días de lo ‘políticamente correcto’, o sea la dictadura del pensamiento que condena con el martillo del rechazo, la vergüenza e incluso la multa o la cárcel a todo aquel que se atreve a cuestionar los nuevos ‘dogmas’ impuestos a golpes y lavado de cerebro por el marxismo cultural.
Decía Marcuse: “La conclusión obtenida es que la realización del objetivo de la tolerancia exige intolerancia hacia orientaciones políticas, actitudes y opiniones dominantes y en cambio, la extensión de la tolerancia a orientaciones políticas, actitudes y opiniones puestas fuera de la ley o eliminadas… (esto es) intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda (…) se extendería a la fase de acción lo mismo que de discusión y propaganda, de acción como de palabra” (Tolerancia Represiva, Marcuse).
De ahí que entendemos que el propósito del marxismo cultural era destruir todo lo que hasta entonces había sido la civilización occidental: la cultura, la Ley Natural, el rol masculino en la sociedad, el rol femenino en la sociedad, la creencia en Dios, todo lo pro europeo, todo lo pro cristiano, la historia basada en la superioridad de una civilización e historia fundamentada en la verdadera religión cristiana.
Para destruir eso había que imponer todo lo que fuera anti europeo, anti cristiano, anti historia y legado europeo, anti ley natural, anti rol natural del hombre y mujer en la sociedad.
De esa manera y después de la gran “explosión” del marxismo cultural en la década de los años 60, EEUU y el resto de Occidente llevan ya casi 50 años sufriendo bajo esta revolución cultural y social impuesta por los medios de educación y comunicación.
Más aun, los últimos ocho años de Obama sólo sirvieron para acelerar al máximo la profundidad y la devastación de ésta.
Durante los últimos ocho años, Obama impuso a martillazos y de manera radical la revolución de la Escuela de Frankfurt, y por supuesto, la Europa occidental siguió el ejemplo de su referente por excelencia (EEUU) intentando copiar en todo a Obama para demonstrar lo ‘modernos’ que eran. Como decimos en EEUU, monkey see, monkey do [N. del Editor: mono mira, mono hace].
En España también se vive aun con las leyes marxistas culturales zapateristas y las persecuciones que cada día vemos contra los nuevos "herejes" que se atreven a defender el sentido común, la ley natural y la razón contra la dictadura del pensamiento y lo políticamente correcto.
Por eso veo en Trump una clara muestra de la contrarrevolución. Una contrarrevolución que ha tardado 50 años en llegar pero que finalmente está aquí presente.
* Roniel Aledo es es ex analista de la CIA.
Actuall
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