Por Alfredo Leuco
El 2017 será recordado por Cristina como el peor año de su vida. Fracasó políticamente en su estrategia y perdió su virginidad electoral. Fue derrotada por primera vez en las urnas y consiguió el premio consuelo de ser senadora por la minoría después de haber sido dos veces presidenta de la Nación y haber llegado a sacar en su reelección el 54% de los votos. Por supuesto que fue incapaz de saludar y felicitar al ganador al que ni siquiera le atendió el teléfono en dos ocasiones. “Saber perder es la clave, que ganar cualquiera sabe”, dicen en el campo.
En su momento de gloria ella sumó doce millones de sufragios. Esta vez, en las elecciones de medio tiempo apenas sumó 3 millones que no le alcanzaron para triunfar sobre un dirigente poco conocido de apellido Bullrich. La suma a nivel nacional de sus referentes merodea los 5 millones de votos. Es decir que en este tiempo, por aciertos de Cambiemos y Mauricio Macri, pero básicamente por errores no forzados de ella, perdió la confianza de 7 millones de argentinos.
Esta vez formó un partido neo frepasista y se alejó del justicialismo. Confió más en piantavotos como Martín Sabbatella, Leopoldo Moreau y los chicos de La Cámpora que en los experimentados intendentes o gobernadores. Y así le fue. Fracaso total.
Pero en su foja de servicios negativos no está solamente el número electoral. Ella también fue la mariscal de la derrota de hace dos años de la fórmula Scioli-Zannini y de la peor actuación del peronismo en la provincia. Fue ella la que generó movidas absolutamente contraproducentes que se transformaron en crónicas de una derrota anunciada: mantener caprichosamente la candidatura de Aníbal Fernández gobernador en el 2015 y borracha de soberbia no darle las elecciones internas a Florencio Randazzo. Si su conducción hubiera sido menos altanera y más colectiva, si hubiera escuchado un poco más los consejos sensatos que algunos le daban hoy la historia seria otra para la Argentina y para su estado mayor de colaboradores, testaferros y cómplices, la mayoría de los cuales está preso.
Por eso es el peor fin de año de Cristina. Porque está en decadencia política producto de su falta de capacidad de construcción de coaliciones y en la elección de los candidatos y porque eso la llevó directamente a las arenas movedizas de la justicia. En ese plano, el cerco se cierra sobre ella. Fue tanto el dinero que robó y los delitos que cometió que está cada días más cerca de la cárcel.
Tal vez pase más tiempo en los tribunales de Comodoro Py que en el senado. Y no solo porque tiene 4 procesamientos.
Es muy probable que en el 2018 que ya llega, se concrete la idea de generar una megacausa con un juicio oral y público que busque el juicio, castigo y condena para el plan sistemático de saqueo al estado y la asociación ilícita que lideró.
Por eso tuvo que apelar a su bala de plata, que es producir caos y violencia callejera con el objetivo de debilitar hasta el derrocamiento al presidente Mauricio Macri. Cristina está atrapada sin salida por el lado de la política y la justicia. La única carta que le queda es la agitación y las piedras y las molotov junto a grupos propios y aliados que están en contra del sistema democrático.
Esta es su peor cara, la más egoísta y enemiga de la patria. Porque con tal de salvarse de ir a una celda a pagar por la mega corrupción de estado que lideró, es capaz de tirar del mantel de la democracia y apostar al helicóptero contra un presidente constitucional y democrático que acaba de ganar las elecciones con más de 10 millones de votos.
Las últimas imágenes del naufragio tienen que ver con su histórico contador, Víctor Manzanares que, harto de estar entre rejas, empezó a prender el ventilador y a revelar cuestiones que a Cristina la dejan peor que antes. En realidad son situaciones que ya las había revelado el gran periodismo de investigación de este país. Pero ahora las está confirmando nada menos que quien dibujó los libros de contabilidad de la familia Kirchner durante años. Hace 30 días que Manzanares se desvinculó. Y ahora confesó dos cuestiones trascendentes.
Primero que fue una orden de Cristina la que lo llevó a alterar actas societarias y balances con el famoso liquid paper. Fue la exitosa abogada que nunca ganó un juicio la que obligó al contador a tachar y enmendar documentos públicos. Eso solo ya es un delito.
Pero como si esto fuera poco, Manzanares también dio fe de que Lázaro Báez pagaba fortunas por alquilar habitaciones que nunca utilizaba en el holding de hoteles que los Kirchner supieron construir con dinero ajeno. Esto también fue primicia del periodismo que a esta altura debería ser reconocido por la sociedad. Casi el 95% de las cuestiones que se denunciaron fueron rigurosamente comprobadas. Néstor Kirchner decía: “Que te pasa Clarín, estas nervioso, o Clarín miente” pero lo cierto es que lo que mentían eran ellos. Y ahora es Cristina y su banda la que está nerviosa.
Todo lo que se reveló sobre el caso Ciccone y la empresa trucha que armaron Nuñez Carmona y Vandenbroele para robar con Amado Boudou fue certificado con pelos y señales por este último en calidad de arrepentido. Insisto, todo lo que dijo, ya había sido dicho por los periodistas.
Amado Boudou negaba todo, se burlaba de los colegas y ahora se le borró la sonrisa porque es muy difícil que salga en libertad en los próximos años. La mayoría de los periodistas perteneces a lo que Néstor antes y Moreau ahora, llaman “los medios hegemónicos” que para Moreau son motivo suficiente para que la patota que les responde ataque a un periodista de manera salvaje y con riesgo de asesinarlo. Ni Moreau pidió disculpas después de esos argumentos fascistas de que “por algo será” que le pegaron a Julio Bazán. El mismo mecanismo justificador que utilizaron civiles para tragarse el sapo criminal de la dictadura genocida.
Cristina tampoco pidió disculpas por la violencia de su militancia. Es más, ni siquiera dijo una palabra de condena a los grupos antidemocráticos que intentaron mutilar el sistema republicano evitando que sesionar al pueblo a través de sus representantes. Por eso queda claro que ella fue la autora intelectual de la intifada de piedras en las calles y de insultos en el recinto de diputados. Insisto: no tiene otro camino para zafar de la cárcel. Si el gobierno de Macri logra encaminar la economía y entregar su gobierno en tiempo y forma, el futuro de Cristina es de cárcel segura. Y por varios años.
La detención de Carlos Santiago, el primo de Néstor fue simbólica por dos motivos. Porque confirma que robaron millones todos y todas (salvo algunas excepciones) y porque el apellido Kirchner tiene un representante en prisión.
En esa misma situación están los principales funcionarios de Cristina. Los más importantes. El monje negro ideológico Carlos Zannini, el cajero Julio de Vido con todo su cártel de la corrupción y las coimas que integran Julio López, Roberto Baratta y Ricardo Jaime entre otros, y hasta su cuñado el contrabandista Claudio Minnicelli, el ex canciller del tenebroso pacto con Irán, Héctor Timerman, el ex comandante del ejército César Milani, sus tres empresarios de los sobreprecios y los retornos como Lázaro Báez, Cristóbal López y Fabián de Souza, los capos de las fuerzas de choque como Luis D’Elía y Fernando Esteche, dos de sus sindicalistas mafiosos preferidos como el Pata Medina y el Caballo Suárez, la violenta y corrupta Milagro Sala y siguen las firmas.
El resto son los empleados administrativos, los contadores de la corrupción como Manzanares, Jorge Chueco o Daniel Pérez Gadin o Nuñez Carmona entre otros.
Es impresionante la lista.
Nunca en la historia de la democracia recuperada hubo tantos presos vinculados a un gobierno como el de Cristina. Nunca ninguna mujer llegó tan alto como para ser dos veces presidenta de la Nación y nunca amenaza con llegar tan bajo de convertirse en una conspiradora de la democracia para salvarse de la cárcel. El 2017 será recordado como el peor año de Cristina. Solo puede ser superado por el 2018 si es que ella pierde su libertad. Pero eso todavía está por verse.
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