La “cumbre” del G-20 que convoca a los principales líderes políticos (aclaramos lo de políticos porque hay muchos otros tipos de líderes que no son de esta clase) y que se realiza en la República Argentina concentra la atención de los medios de todo el mundo. En muchos casos por admiración y en otros por rechazo a este tipo de conclaves.
Por Gabriel Boragina ©
No voy a explicar aquí que es el G-20, ni cuáles son sus fines declarados, porque dicha información abunda en todos los medios de comunicación, sean nacionales o internacionales. Sino que voy a abordar mi propia impresión de este tipo de invitaciones.
La verdadera importancia de estas convocatorias entre jefes de estado (y por la cual creo que hay que prestarles mucha atención) reside en el hecho de que estas personas son las que manejan el fruto del trabajo de millones de otras que son las que verdaderamente producen la riqueza que los gobiernos redirigen hacia otros sectores, o que directamente consumen por sí mismos. Lo que decidan -por muy diversa que sea su agenda- tendrá siempre uno u otro efecto, o ambos.
La suerte de los destinos económicos mundiales está en sus manos, porque poseen la fuerza legal para captar sus recursos sin que nada (o muy poco) podamos hacer para evitarlo.
La presencia física de los jefes de estado de las diversas naciones que lo componen es -a mi juicio- un dato irrelevante que sirve no más que para atraer la atención e impresionar a las personas del llano alejadas de los entornos políticos. Digo esto, porque en la era que vivimos donde la informática y las telecomunicaciones tiene un desarrollo tal que no hace falta como antaño la reunión física de personas para trabajar o concretar negocios, los que hoy en día pueden realizarse sin mayor esfuerzo ni necesidad de desplazarse de un lugar a otro a través de internet y las demás formas de ciber-comunicación, tornan -de alguna manera- superfluos los múltiples desplazamientos geográficos que antaño resultaban necesarios.
De hecho, las economías de los países intervinientes no estarán ni más ni menos controladas por la circunstancia de que los jefes de estado se reúnan en un salón físico o no lo hagan. Los mismos efectos se acusarían si la “cumbre” se celebrara por teleconferencia o similares. Lo relevante son las resoluciones que estos políticos toman y no los medios (presenciales o a distancia) en que lo hagan. Es indistinto se están realmente próximos o distantes, en tanto existen formas de comunicación simultáneas y perfectamente sincronizadas. Pero no es en estos plenarios (donde todos se muestran juntos para las fotos) donde se toman las determinaciones relevantes que afectan a la economía mundial, sino que es mediante los acuerdos internacionales previos que tampoco requieren la presencia corporal de los contratantes por las mismas razones dadas antes y que normalmente se firman a través de representantes diplomáticos con mandatos suficiente, lo que pocas veces justifica el desplazamiento de los "líderes" máximos del mundo político.
Pero, por otro lado, los acuerdos comerciales que pretendieran efectuarse en esas "cumbres" ya vienen condicionados por tratados internacionales previos, a los que hay que agregarles el cúmulo de sus legislaciones internas propias de cada país miembro, que determinan y reducen a un punto muy menor el margen de maniobrabilidad que tengan los actuales jefes de estado como para permitirles incorporar grandes innovaciones, que luego podrían llegar a correr el albur de no poder imponer, total o parcialmente, modificando sus respectivas legislaciones internas.
Estas circunstancias le quitan mucha de toda esa espectacularidad con la que las personas comunes (y la prensa en general) suele rodear estas "cumbres" mundiales. Lo que queda después es, esencialmente, escenografía pura.
Esto no minimiza -no obstante- el enorme poder que tienen tales personajes sobre nuestras economías domésticas. Las que aun contando con las limitaciones señaladas pueden manejar casi a su antojo.
Lo trascendente -con independencia de la forma y el lugar donde se lo haga- es que estas personas son las que -en definitiva- decretan como se gastarán las producciones que millones de otras personas, que no pueden y ni siquiera desearían participar de estas “cumbres", han elaborado mediante su propio esfuerzo.
Es que parece que el mundo se ha acostumbrado a que los grandes desafíos empresariales no los tomen ya los empresarios sino los políticos. Esto se ve como algo normal y aceptable a los ojos de la gran mayoría de las personas. Y, desde mi propio punto de vista, me parece altamente preocupante. Se considera como "normal" que lo privado sea manejado por lo público o -más precisamente- por lo estatal, y que soluciones que, en una economía sana, serían tomadas por consumidores y proveedores (léase empresarios, comerciantes, etc.) lo sean por el estado-nación o cualesquiera que fueren sus representantes de turno. Es -ni más ni menos- la sustitución del mercado libre por el más puro estatismo. Y esto se refleja en ocasiones como las que ahora ocupan estos comentarios.
Pero, como decimos, es lo expuesto lo que nuestras sociedades actuales aceptan. Los que se oponen a estas “cumbres" no lo hacen por los motivos que estamos esgrimiendo, sino alentados por imponer -también desde el gobierno- una orientación ideológica diferente (sea denominada de izquierda, de derecha o de centro) pero siempre teniendo al gobierno como protagonista y agente activo, es decir, con exclusión del individuo y de la iniciativa privada en sí misma.
Lo positivo de todo el asunto puede resultar de efectos colaterales que la publicidad de estos encuentros puede generar. Algunos empresarios privados, hipotéticamente, ajenos por completo a los vínculos con el poder, pero fácilmente dependientes emocionalmente de la publicidad que los medios le otorguen a aquel, podrían ser influenciados por la difusión que se les dan a estos actos burocráticos, y los decida a invertir en los países anfitriones. Esto podría ser un rasgo positivo y no querido (o sí) por parte de los jefes mundiales al autoconvocarse de esta manera, cuando, el verdadero propósito -podemos sospechar- es el de qué manera beneficiar a las empresas dependientes o vinculadas al gobierno miembro participante.
Con todo, el efecto psicológico que tienen estos sucesos políticos para la población en general resulta verdaderamente impactante, por la corriente actitud de genuflexión ante el poder que inspiran las imágenes de autoridad que dan los gobernantes.
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