miércoles, 17 de noviembre de 2010

Salvo un milagro… ella se queda


Igual que ocurrió cuando De la Rúa era candidato… a ella le han dicho:
“Sin abrir la boca… sin decir nada… así como están las cosas… ganamos”.


Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse

Sin la menor exageración, tiene tres cuartas partes de la estantería política nacional desparramada por el piso.

La oposición, un verdadero guiñapo… el peor andrajo político que dio la historia nacional del último siglo… le abrió las puertas de par en par.

Sólo un milagro podría cambiar este panorama.

Muy atenta… al pulso de la enorme piedad que ocasionan sus propios pucheros en la pantalla… no los escatima y sabe desplegarlos con dosis psicológicas idóneas.

Piensa hacer… de cada acto… y cada movimiento… un homenaje a él.

Fácil para ella… por cuanto copió la peor parte de la comunicación gestual demagógica de su conducta y le agregó -por su cuenta– una gran fábula de capítulo victimal por su trágica condición de mujer que, por ser tal, supuestamente habría de ser rechazada y atacada por una sociedad que es (según ella) sectaria de género.

Ha imaginado, no sin motivos sólidos, la posibilidad de un escenario negro demasiado cerca. Sólo por sus miedos connaturales con una soledad súbita, ha incrustado esa hipótesis en las presiones y en las advertencias histéricas de su hija Florencia, quien le pide que cumpla su mandato y se retire de la vida política. Florencia llega al extremo de extorsionarla.

Ella es candidata a la reelección por una necesidad ficcional que, hasta último momento, no ha de poder abandonar. Esto es: si no ha de ser candidata… eso sólo ha de saberse un minuto antes.

Mientras tanto lo será… a rajatabla.

Ignora la teoría de la inevitabilidad del conflicto que planteara Tucídides en el año 400 (a.c.), pero tiene los reflejos del boxeador que siente por primera vez un golpe. Ya…sin nadie a su lado… tiene un panorama muy difícil con el presupuesto.

Las mentiras de la inflación hay que pagarlas en algún momento.

Negociar o ceder sería una versión nueva de los procedimientos que no se compagina con la memoria de su socio desaparecido.

Y deberá recordar la advertencia de Tucídides, hace más de dos milenios, sobre que, la creencia firme en la inevitabilidad de un conflicto puede convertirse en verdad, en una de sus principales causas.

“Cada bando, creyendo que acabará en guerra al con el otro, realiza entonces preparativos bélicos razonables, que son interpretados por el bando contrario como una confirmación de sus peores miedos”.

A partir de ese momento, ha empezado a preparar su defensa personal para cuando llegue un escenario inevitable que imagina.

Pero no prepara, como se cree, la defensa del país, sino la de ella misma, en modo objetivamente personalísimo y como único bien en peligro a preservar.

Un criterio tan autocontemplativo, como que está inspirado en su instinto de supervivencia.

Imagina, apoyada en una ceguera que es desquiciadamente soberbia:

Cuando llegue el momento más complejo, deberá ser salvada por los grupos que ella y su extinto esposo decidieron disfrazar de “pueblo”.

Todos los grupitos que fueron forrados con la chequera oficial, la C.G.T., los piqueteros y los grupos de acción intermedia que tomaron por asalto el control patrimonial de los derechos humanos (los fiscales populares de la verdad revelada sobre la lesa humanidad).

Todos ellos están virtualmente designados y preparados para actuar como los representantes del pueblo.

Y en tal condición, saldrán a la plaza o a la calle a defender a una señora sola e indefensa, débil y angustiada…. que encarna la democracia y las instituciones.

Lo harán con la enorme ventaja de poder actuar en forma orgánica y con la estructura conductiva de las falanges.

Y le romperán la crisma de cualquier persona que salga a la calle a protestar.

Se presentarán como la verdadera expresión popular:
Los Guardianes de la Democracia. La Policía Ciudadana que puede ejercer la coerción del Estado en mérito al colapso programado en el ejecutivo, de esa augusta potestad.

Por eso… deberá hablarles, (aunque decida hacer silencio) cada tanto.
A ellos se dirigirá en sus discursos de foco y de cubículo.

Ellos y sólo ellos serán el “público” ortopédico que es llevado en colectivo para rodearla doquiera que sea.

Y ellos serán también el público convertido en “pueblo verdadero”, que tendrá a su cargo salir a la calle a defenderla y a protegerla.

Les hará llegar los fondos de la caja para que tomen conciencia de su rol insustituible:

Se cae ella y no habrá más fondos para nadie.

Son el pueblo “armado” y financiado por ella.

Son sus custodios ahora y lo serán mañana.

Retomarán rápido cualquier plaza o cualquier ruta, a los golpes, y serán los árbitros policiales de cualquier expresión adversa que no haya conseguido su permiso o su bendición.

En este esquema, radica una profunda y abierta instigación a la división social que vino haciendo desde su atril, como práctica política diaria.

Así, ha establecido esta señora, la tajante y clara demonización de las elites para señalárselas a estos “grupos” como los íconos definidos de la mayor amenaza democrática de la historia.

En eso apoyará su prédica inspirada en la memoria del muerto y su velada invitación permanente al enfrentamiento civil entre ricos y pobres, entre los desposeídos y los especuladores, entre trabajadores y empresarios perversos, entre los protestatarios justos y los que son conspiradores.

Y así es, como comete abiertamente, sin dudas, el delito de promover la fractura social y de estimular su descomposición en vectores de violencia que ya han sido puestos a funcionar para inscribirse en cualquier súbito escenario de choque.

La protesta popular generalizada es -hoy mismo- el trágico correlato de la peor desgracia: la inexistencia absoluta de una oposición que pueda liderar, concentrar y/o representar el menor disenso de la ciudadanía.

Y por idéntico motivo, lucen fulminados los mecanismos de sustitución de la democracia.

Por todo lo cual… salvo un milagro… ella se queda

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