De la inmensa floresta que a diario nos ofrece la actualidad, aun a riesgo de reiterarme en el tema, he vuelto a elegir quizá el más lacerante para cualquier ser humano en edad laboral: El paro.
Por César Valdeolmillos Alonso
«No podemos pedir a los jóvenes ilusión y motivación si la sociedad no es capaz de ofrecerles las condiciones necesarias para que puedan planificar y desarrollar sus vidas y su trabajo con confianza y seguridad en el futuro.»
Felipe de Borbón y Grecia
Príncipe de Asturias y de Gerona
De la inmensa floresta que a diario nos ofrece la actualidad, aun a riesgo de reiterarme en el tema, he vuelto a elegir quizá el más lacerante para cualquier ser humano en edad laboral: El paro.
¿Cuántas veces se nos ha hablado de los brotes verdes? ¿Cuántas veces se nos ha dicho que la crisis estaba tocando fondo? ¿Cuántas veces hemos oído decir que empezábamos a remontar? ¿Cuántas veces se nos han hecho concebir falsas esperanzas? Y lo que es peor. ¿Cuántas veces hemos creído todo esto porque España no se merecía un gobierno que le mintiera?
Pero no hay nada más inapelable que la realidad. Y la realidad es que una vez más, el paro en España ha seguido creciendo, alcanzando las cifras más altas de su historia. En el pasado mes de enero, 130.930 trabajadores se fueron a sus casas con el drama dándoles dentelladas en el alma. Nos estamos acercando a los cinco millones de parados.
Podría enredarme en el laberinto de las cifras, hacer múltiples interpretaciones, argumentar lo que no es argumentable, pero no quiero perderme en la frialdad de los números o porcentajes. Es mucho más trascendente ahondar en la significación moral de los hechos, porque el parado es un ser humano, no un guarismo más perdido en el marasmo de las estadísticas; el parado tiene nombre y apellidos; es una persona con necesidades perentorias inexcusables, con proyectos de vida que ahora se ven truncados, en muchos casos para siempre; cada renglón relleno en las listas de desempleados, es una vida con ilusiones, con aspiraciones que no tienen que ser solamente económicas. Cada línea escrita en ese libro maldito que nunca se debió escribir, es una tragedia, un hogar hundido, una existencia mutilada, con frecuencia multiplicada por dos o por tres, porque cuando el miembro de una familia se ve sumido en esta terrible situación, no solo le afecta a él. Todos los integrantes de su hogar se ven afligidos por la desgracia, e incluso algunos, como los hijos en edad de formación, pueden ver amputados sus anhelos para toda la vida.
Nos lamentamos de los botellones; de la indiferencia que por los problemas sociales muestra una importante mayoría de nuestra juventud; de su alejamiento e incredulidad ante la política y los políticos; de su falta de ideales; de su pasividad ante la realidad general en la que están insertos. Ante un horizonte que vislumbran bastante más que incierto; ante los diarios ejemplos que una significativa parte de cínicos políticos que a diario solo les ofrecen engaños, ocultamientos, falsos proyectos y mentiras, ¿Nos puede extrañar que nuestra juventud, en medio del desánimo que les invade, dé la espalda a aquello que sus mayores les estamos dejando como herencia?
Afirma don Felipe de Borbón y Grecia, Príncipe de Asturias, que «No podemos pedir a los jóvenes ilusión y motivación si la sociedad no es capaz de ofrecerles las condiciones necesarias para que puedan planificar y desarrollar sus vidas y su trabajo con confianza y seguridad en el futuro.»
La juventud ama la vida y lo que tenemos que ofrecerle es la oportunidad de desarrollar sus aptitudes, de dar forma a su propio futuro, independizarse y madurar como personas. Al contrario de lo que por naturaleza ellos esperan, quienes rigen nuestros destinos se dedican a cerrarles todas las puertas. Un cuarenta por ciento de esos casi cinco millones de parados son jóvenes a los que se les ha hipotecado su futuro. El pacto de la reforma de pensiones supone la inviabilidad del mañana de la juventud española.
En vez buscar soluciones a los problemas que la evolución social nos está demandando claramente, los altos dirigentes se dedican a parchear en función de sus intereses personales y políticos consolidando el sistema y las desigualdades, haciéndolas aún más poderosas y estables. Los cuenta cuentos de turno, nos consideran analfabetos y utilizan grandilocuentes conceptos como el de "cohesionar a la sociedad", que no es más que un encubierto intento de embaucarnos para lograr la aceptación de sus consignas.
Quienes ejercen el poder, demuestran cada día su absoluto desprecio por cualquier otra forma de pensar que no sea la suya.
Como en tantas otras cosas, estamos a la cola de los estados occidentales en el rendimiento escolar, a causa de unos planes educativos fracasados hace muchos años en otros países. Planes que al prescindir de materias vitales en la formación total de la persona; al ignorar las bases y fundamentos de nuestra cultura, impiden el desarrollo integral del intelecto, convirtiéndonos en elementos aptos para conducirnos dócilmente a través de su propaganda falaz.
Como consecuencia de este proceder, nuestra juventud está pagando un impuesto muy alto, más doloroso y duro que la de las naciones más adelantadas. Un impuesto de soledad y pesimismo, que descorazona no solo a quienes la soportan y padecen, sino a los que con afecto nos miramos en ella, porque mañana habrá de ser la llamada a dirigirnos y protegernos.
Como consecuencia de la sectaria ambición de los políticos, nuestra juventud ha estudiado menos de lo que le era preciso para su perfeccionamiento. Y como está absolutamente demostrado que las cosas no se improvisan, que la formación del ser humano es el resultado del aprendizaje, de la dedicación, del estímulo y el esfuerzo; que no hay genios ignorados, ni milagros humanos detrás de las esquinas, ahora nos enfrentamos con una inmadurez cultural, cuyo costo habremos de pagar durante generaciones.
El más preciado patrimonio que puede atesorar un pueblo, es una culta juventud. Lo contrario le conducirá irremisiblemente a la carencia de recursos frente al progreso, situación que provocará —como ya se está demostrando— el éxodo de los más preparados. Todo ello conllevará la falta de puestos de trabajo y consecuentemente, indigencia, miseria y pobreza que nos situará a merced de los países más desarrollados. Una situación que asegura y perpetúa el estado de privilegio de una élite política que no conducirá a ciudadanos, pero sí tendrá a su merced a un sumiso rebaño de súbditos. Esta es la esclavitud del Siglo XXI. Y es que como decía el senador demócrata Robert Kennedy: “El futuro no es un regalo, es una conquista”.
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