Por Enrique Guillermo Avogadro
"Hay un tiempo para vivir y otro para morir"
Eclesiastés
Resulta curiosa, salvando algunas diferencias no menores, la similitud en los finales de los tres regímenes populistas más importantes de la región en los últimos años, comenzando por las atribuciones de la derrota a la prensa libre. Nicolás Maduro está acorralado por una inédita crisis que está hambreando y, literalmente, matando a la población de Venezuela, mientras intenta perdurar convirtiéndose en un dictador sostenido sólo por las armas de sus fuerzas de seguridad, todas cómplices del narcotráfico. Dilma Rousseff ve, cada día, como los jueces de Brasil mandan a la cárcel a sus principales colaboradores, mientras espera ser destituida al concluir el período de la suspensión que le fuera impuesta. Y Cristina Elisabet Fernández ya ha ingresado a la cloaca máxima de la historia argentina.
Esta semana fue la peor en el calvario que el kirchnerismo está recorriendo desde el 10 de diciembre, y en el camino va dejando jirones de personajes nefastos, familias y maletas llenas de dinero, mientras ya no hay nombre alguno para llevar como bandera a la victoria; pero aún será más terrible aquélla en la que la ex Presidente sea conducida, finalmente, a la cárcel que merece. En estos días, además de los episodios protagonizados por López e Ibar Pérez Corradi, que ya han hecho saltar al ¿Frente para la Qué? en mil pedazos, las páginas de los diarios llenan columnas y columnas de pseudo empresarios y ex funcionarios llamados a prestar declaración indagatoria, ya procesados y algunos presos, y antes de diciembre empezarán los juicios orales que tienen como acusados a Ricardo Jaime, otra vez, y a Amado Boudou.
Hace varios años que sostengo en estas notas dominicales que los Kirchner, tan afectos al poder como al dinero ajeno, jamás habrían permitido a Anímal Fernández quedarse con un negocio tan lucrativo como el narcotráfico, que tanto se ha expandido desde que llegaran del lejano sur para saquear al país y dejarlo arruinado; el ex Jefe de Gabinete nunca pasó de ser el gerente de aquellos verdaderos jefes.
De Cristina se puede pensar cualquier cosa y seguramente no habrá calificativo exagerado, pero no se puede decir que sea idiota, o que ignore cómo se hace política entre nosotros; su finado marido fue su profesor y ella, sin duda, aprendió muy bien. Por eso, creer que cometió un error suicida con la designación de ese nefasto personaje -La Morsa- como candidato a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, en desmedro de otros kirchneristas un poco más potables, como Julián Domínguez, me parece una simpleza. Pese a ignorar cuáles fueron las cuentas que intentó pagar la noble viuda o qué órdenes de los carteles internacionales de la droga se vio obligada a obedecer, estoy convencido que sabía lo que hacía, y por qué.
Llama la atención la conducta de los jueces federales y de sus superiores, los camaristas y miembros de los tribunales orales que, a pesar de haberse decidido a actuar, una reciente actitud que han asumido en defensa propia después de haber cajoneado por años las causas que ahora aceleran sin piedad, aún parecen depender de confesiones de arrepentidos, de antiguas revelaciones periodísticas, de la denuncia de un jornalero, de la aparición de filmaciones o de los servicios de inteligencia extranjeros para la detención de prófugos para seguir adelante con las investigaciones.
El Juez Claudio Bonadío tiene en sus manos la causa que más cerca está de dar a la sociedad la certeza de que la impunidad se ha terminado, "enriquecimiento ilícito", y debiera ser la de más rápida resolución, ya que las declaraciones juradas presentadas por Cristina y sus hijos constituyen un verdadero escándalo; ni siquiera los contadores que la AFIP de Echegaray mandó al sur para dibujar las inconsistencias pudieron hacer encajar sus tremendos incrementos patrimoniales. Y no estamos hablando de aquellos bienes que figuran como propiedad de sus testaferros ni, menos aún, el dinero sucio depositado en paraísos fiscales, cambiado por diamantes en Angola, oculto en valijas o enterrado en bóvedas sacramentales.
Como en ese delito la carga de la prueba está invertida (art. 268, Código Penal), serán los Kirchner quienes deberán explicar cómo hicieron para amasar semejante fortuna -reitero- blanca y registrada. El repugnante ex Juez Norberto Oyarbide, ahora bailantero, cerró sin investigar causas similares por períodos anteriores, que podrán ser reabiertas si la Corte Suprema aplica la teoría de la sentencia írrita, tan bien planteada por Federico Morgenstern y Guillermo Orce, en un esencial libro prologado por Alejandro Carrió y Carlos Rosenkrantz, éste recién incorporado al máximo Tribunal.
Volviendo a la actualidad política, se percibe que todos los proyectos de insurgencia que pretendía motorizar la emperatriz de Calafate para desestabilizar al Gobierno de Macri y soñar con volver al poder en 2019 se han derrumbado y las bancadas adictas en el Congreso se presentan cada día más menguadas; es que, en un régimen que se disfrazó de izquierda para tener impunidad, los episodios recién conocidos han sumido en el desconcierto y la vergüenza hasta a los más ingenuos y crédulos de sus seguidores.
Hay un aspecto que, como sociedad, debemos tomar en cuenta rápidamente. En general, de la "noble viuda" para abajo, todos los imputados por causas de corrupción han utilizado a sus respectivos funcionarios dependientes para descargar sobre ellos toda la responsabilidad; el mismo jueves, el inefable ex Ministro y actual Diputado Julio De Vido se defendió diciendo que López, Jaime y otros de sus secretarios de Estado imputados actuaban libremente, sin que él se enterara y por fuera de su autoridad. Olvidaron todos así que la gran mayoría de los presos políticos, militares, policías y civiles que aún hoy se pudren en las cárceles comunes por haber luchado contra la subversión en los 70's, han sido detenidos -y, en algunos casos, condenados- utilizando la teoría de la responsabilidad "funcional", es decir, no por sido acusados de matar o torturar personalmente sino por ser quienes ejercían el mando sobre quienes habrían podido cometer esos delitos.
La Justicia debe terminar, entonces, con su mirada tuerta y su tradicional esquizofrenia: si esa teoría sirve para unos, debe serlo para todos y, si es inaplicable, debe liberar ya mismo a quienes hoy mantiene en sus mazmorras hasta que les llega la muerte, como ya ha sucedido con casi cuatrocientos, sin los derechos ni los beneficios de los que gozan todos los demás internos del sistema penitenciario.
La noche triste de Cristina no ha hecho más que comenzar y no habrá estrella que la guíe en su largo derrotero por el desierto. Al final, desde Comodoro Py llegará a Ezeiza, donde seguramente volverá a ver a los muchos parientes, amigos y cómplices que poblarán las celdas vecinas.
Enrique Guillermo Avogadro
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