lunes, 3 de septiembre de 2018

LA DERECHA ARGENTINA DESPIDE A MACRI


Desde que asumió gobernó para quienes no lo votaron (y jamás lo van a votar) y descuidó por completo a quienes sí lo votaron, pero que no lo piensan volver a votar.

Por Nicolás Márquez

Desprovistos de un partido político propio y horrorizados por el interminable gobierno de la dinastía Kirchner, los sectores de derecha en Argentina en abrumadora mayoría votaron por Cambiemos en 2015 y también 2017, aunque siempre sufragaron sin euforia ni convicción: fue un voto “por descarte”.

En efecto, la impresición ideológica de Mauricio Macri en su anterior rol de Jefe de Gobierno porteño y sus vaguedades discursivas (signadas por un indefinido optimismo marketinero), no daban lugar a grandilocuentes esperanzas acerca de la naturaleza del “cambio” en ciernes.


¿Y quiénes son la derecha en Argentina?

No tiene por objeto la presente nota analizar tal cosa desde el punto de vista conceptual sino político-electoral. Y a riesgos de ser arbitrarios, podríamos definir tres estratos que habitualmente son sindicados de ese modo (ello no quiere decir que cada segmento piense necesariamente igual a los otros en todos los asuntos de interés) y ellos son: los conservadores, los nacionalistas y los liberales.


¿Y cómo se distribuye sectorialmente este trípode?

Probablemente los conservadores sean el sector cuya preocupación central sea la relativa al rescate de valores objetivos, la vida de familia y determinadas tradiciones e instituciones, y por ende aquí incluiríamos con mayor énfasis a los ambientes religiosos, entre los cuales no sólo incluimos a la Iglesia Católica sino a las muchas Evangélicas que hay en el país.

En cuanto a los sectores nacionalistas, a fuer de reduccionismo identificaremos a estos con las Fuerzas Armadas y afines (ámbito donde el nacionalismo suele tener mayor predicamento). Este sector no sólo fue víctima del kirchnerismo en el marco de un destrato nunca antes visto, sino que una preocupación insistente en este medio fue y es la inherente a la situación de los más de 3 mil militares que aún se encuentran presos y desprovistos de toda garantía jurídica, como consecuencia de haber combatido al terrorismo subversivo en los años 70´.

Y finalmente, tenemos a los sectores liberales, cuya prioridad en términos de preocupación (al menos en la Argentina) siempre ha sido la macroeconomía.


La tibia seducción de Macri

Y aunque con los confusos balbuceos que le son connaturales, Mauricio Macri varias veces procuró guiñarles el ojo a los tres ambientes detallados más arriba.

A los conservadores les prometió públicamente “respetar la vida desde la concepción” en el Congreso Eucarístico dado en junio de 2016. Pero su promesa fue abiertamente traicionada no sólo tras “habilitar el debate del aborto” en Diputados y Senadores, sino que lejos de la neutralidad, mandó a su Ministro Adolfo Rubinstein a disertar en ambas Cámaras en favor del proyecto, no sin una fuerte presión ejercida por Marcos Peña y un sinfín de medios adictos al macrismo que batieron el parche para que el aborto legal se impusiera: objetivo que no pudo alcanzarse no por falta de voluntad en el Ejecutivo sino por la masiva reacción de los segmentos ProVida en las calles, cuyo grueso de manifestantes habían sido votantes de Cambiemos: “prefiero votar en blanco antes que volver a votar a este tipo” era la queja prevaleciente en las numerosas concurrencias celestes, y fue justamente el Hashtag #ConElAbortoNoTeVoto el que trepó manteniéndose varios días en el podio de Twitter, lo que alarmó y obligó al oficialismo a desacelerar la embestida en Senadores.

A la familia militar por su parte, Macri procuró seducirla con una frase suya que quedó para la historia y que tampoco cumplió: “voy a terminar con el ´curro´ de los Derechos Humanos”. No sólo la situación de los militares presos no fue solucionada sino que hoy Hebe de Bonafini se da el gusto de disparar sus habituales insultos contra propios y extraños en el programa televisivo que ella conduce desde la mismísima Televisión Pública que también pagan los “derechistas” con sus impuestos. Fue también el propio Macri el que inauguró la costumbre de ir a tirar flores a la ESMA mientras la otra gran referente de Cambiemos, María Eugenia Vidal se abrazaba con Estela de Carlotto e imponía una ley que obliga a los funcionarios bonaerenses a mentir y decir en los discursos oficiales que “los desaparecidos fueron 30 mil”: a pesar de que la propia Secretaría de Derechos Humanos ya había oficialmente confirmado que durante el Proceso de Reorganización Nacional fueron 6400.

Como consecuencia de su formación empresaria y su consabida participación en el Colegio Cardenal Newman (datos a los que se le suma el prejuicio estético de ser rubio y de ojos claros), se suponía que Macri ordenaría su gestión hacia una economía de mercado. Sospecha a la que se le añadía el extremo de que antes de ser Presidente, el propio Macri había declarado su predilección literaria por El Manantial, la novela objetivista de Ayn Rand. Sin embargo, a poco andar su gobierno el economicismo liberal más auténtico advirtió mediante reconocidos exponentes suyos (Javier Milei, José Luis Espert, Alberto Benegas Lynch (h) o Agustín Monteverde) que el “gradualismo” era un fiasco, que esta gestión era lamentablemente keynesiana o que en suma, en materia económica estábamos siendo gobernados por un “kirchnerismo de buenos modales” y por ende, el programa económico de Cambiemos (suponiendo que exista tal cosa) iba rumbo al fracaso: no se equivocaron ni una coma.


Y un día la derecha se hartó

“A la derecha no hace falta ni atenderla: a ella no les queda más remedio que votarnos inexorablemente a nosotros” fue la sentencia impartida por Durán Barba y cumplida a pie juntillas por Cambiemos durante casi tres años de gestión. Entonces Macri, que cuando asumió tuvo que elegir entre ser un Presidente antipático que gire a la derecha o ser un amable socialdemócrata al clásico estilo de la UCR, escogió gobernar como estos últimos: y así le va.

Y un día todo aquello que para simplificar llamamos “derecha” se hartó. En las últimas semanas afloraron reuniones a borbotones, los grupos en redes sociales estallaron y se espera para el 15 de septiembre un masivo encuentro en Córdoba de profesionales y activistas de la sociedad civil ávidos de crear estructuras políticas alternativas, muchas de las cuales ya han comenzado a visibilizarse autónomamente: desde la presentación del providista “Partido Celeste”, pasando por el purismo rothbardiano del “Partido Libertario”, hasta la aparición filo-castrense de “Encender” (Encuentro de Centro Derecha), entre otras varias iniciativas en danza.

¿Y si van todos juntos? Interesa la pregunta porque en el exterior se encuentra en auge la “Alt-right”, sincretismo diestro en notable acción y expansión en toda Europa (Donald Trump en USA o Jair Bolsonaro en Brasil también son parte de ese masivo fenómeno pero en nuestro continente), el cual surge como consecuencia del hastío que genera ver a un centrismo culposo y vergonzante incapaz de disputarle nada esencial al progresismo gramsciano.

Las multitudes en las marchas celestes, el aplaudido desfile militar del 2016, la popularidad adquirida por economistas “ortodoxos” (que antes eran mirados con antipatía por el ciudadano de a pie) y el buen uso de las redes sociales, le dieron a la derecha vernácula aquello que en la ciencia política se conoce como “conciencia de multitud”: se dieron cuenta de que ya no son una secta marginal y de que es el momento de armar un espacio propio, en vez de regalarle el voto al “mal menor” o a traidores en estado potencial.


¿Y cuánto representa electoralmente la derecha en Argentina?

Es una pregunta sumamente difícil de responder. También es cierto que esta nueva derecha no tiene experiencia política, tampoco goza de tiempo suficiente para armarse profesionalmente, ni cuenta con un referente nacional conocido. Es un movimiento ascendente pero relativamente subterráneo, cuya entidad cuantitativa no se puede precisar. ¿Constituye el 20% del electorado?, ¿el 10%?, ¿el 5%? Imposible saberlo todavía. Pero sí podemos afirmar que compone el número de votos suficiente como para generarle a Cambiemos una herida mortal: Macri le ganó a Scioli el ballotage del 2015 por apenas 2,5 puntos de diferencia. Con lo cual queda claro que al macrismo (o lo que queda de él), cada sector que se le desprende lo debilita de manera fulminante.

Decía Santo Tomás que “en política la ingenuidad es pecado”, y Macri en esta materia ha demostrado ser un gran pecador. Sino por convicción al menos por especulación él debió haber atendido a estos ambientes que hoy lo despiden. Pero desde que asumió gobernó para quienes no lo votaron (y jamás lo van a votar) y descuidó por completo a quienes sí lo votaron, pero que no lo piensan volver a votar.

Ecuación infantil de tinte suicida que le genera al alicaído gobierno un éxodo electoral muy pero muy difícil de revertir.

Prensa Republicana




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